30 agosto 2010

Primer año de este cuaderno

Cumple el blog su primer año en este final de agosto, y la verdad es que en este tiempo ha sido una gozada el dar a conocer desde aquí algo de la vida fascinante de este monte mediterráneo (en la foto, una vista del borde Noroeste) tan pequeño como grande en diversidad, que no es sino la de uno de tantos rincones desprotegidos en la Península Ibérica. Y este primer cumpleaños es un día tan bueno como cualquier otro para echar la vista atrás y sintetizar un poco. ¿Qué se puede aprender de este primer ciclo anual que hemos seguido en nuestro ecosistema?

Comenzamos el blog con el final del verano, cuando los meses de calor y sequía tenían en jaque a las plantas y animales del lugar, que, más parecido a un desierto que nunca, se despertó de su tórrido letargo con las lluvias y el fresco de septiembre. Mientras las aves del Norte cruzaban hacia sus cuarteles de invierno, picoteando frutos en los matorrales, brotaban en el suelo muchas hierbas, se abrieron las últimas flores (que eran las primeras) y la vida minúscula de los invertebrados se reactivó bajo las rocas, mientras en las encinas una plétora de habitantes se afanaba aprovechando las rechonchas bellotas de una otoñada inusualmente cálida. Pero los buenos tiempos del otoño son efímeros, y con el frío y las primeras heladas la vida entró en un gélido torpor del que sólo pueden librarse los animales de sangre caliente, las aves y mamíferos, los únicos capaces de mantenerse activos entre el hielo y la nieve. Al avanzar el invierno, diezmados ya los pequeños pájaros del Norte por la carestía de alimento y el frío, regresó al ecosistema la extraña quietud de los desiertos, acompañada esta vez de una cantidad enorme de lluvias, como jamás se había visto en décadas. Y sin embargo, un año más, una planta diminuta abrió sus flores al final del invierno, nos mostró el triunfo de la vida sobre las adversidades, y los romeros y almendros florecieron. Mientras el pasto se llenaba de plantas en flor a cual más insólita, de insectos, reptiles y mamíferos, alcanzamos el efímero esplendor de la primavera mediterránea, un espectáculo sujeto a tremendos vaivenes meteorológicos, como las oleadas de frío que vinieron en mayo y junio. Pero finalmente la sequía estival se abatió sobre el pasto y comenzó el último acto del ciclo, un verano en que el Sol puso a prueba una vez más la resistencia de los seres vivos. El campo se llenó de insectos tropicales, como las cigarras y saltamontes, la presencia de aves africanas se hizo más llamativa, y poco a poco todas estas especies propias del Sur llegaron al final del drama de este año en el ecosistema, y retornó esa quietud que no es sino el preludio de un nuevo ciclo.

Así es como las estaciones cambian radicalmente la vida en el monte mediterráneo, donde la mayor parte del año se diría que es una dura prueba de supervivencia, ya sea por frío, o por calor y sequía. Al cabo de los doce meses, apenas hay cuatro en los que la vida pueda prosperar sin heladas y con agua en el suelo. Un breve tiempo que, sin embargo, es suficiente para hacer de estos ecosistemas verdaderos hervideros de biodiversidad. Y entre toda la variedad de especies, historias y procesos, cada uno tiene sus preferencias. ¿Y las vuestras, cuáles son? ¿Qué entrada destacaríais de todas las de este primer año, si es que preferís alguna en especial? ¿Que por qué os lo pregunto? Simple curiosidad, porque también nosotros formamos parte de los ecosistemas.

23 agosto 2010

No son la élite

Siguen los días del regreso a los trópicos, y otro año más cruzan por nuestro monte algunos papamoscas grises (Muscicapa striata, arriba). Pero no debe de gustarles mucho la travesía, porque prefieren vivir en sitios mucho más frescos y umbrosos, en los escasos bosques de ribera que aún se mantienen junto a los ríos de La Mancha. Lo mismo cabe decir de otras aves de paso frecuentes en estos días, como los zarceros comunes, los autillos, y las oropéndolas que nos ocupaban la semana pasada. Otros nómadas son más bien propios de roquedos, naturales o artificiales (pueblos), como los vencejos y las golondrinas. El caso es que casi todas las aves que cruzan esporádicamente por nuestro ecosistema prefieren para vivir un hábitat distinto al seco matorral mediterráneo. Esto es fácil de entender: las aves de paso han de pertenecer mayoritariamente a hábitats diferentes al matorral mediterráneo sencillamente porque en nuestro ecosistema reside casi toda la avifauna de los matorrales bajos de esta región. Y esta observación, que parece tan sencilla, esconde una gran verdad sobre el funcionamiento de la naturaleza.

Vayamos por partes. Según los libros de texto de ecología, una comunidad cualquiera, por ejemplo, de pájaros, se compone de especies que desempeñan determinados "papeles" en la economía del ecosistema, papeles que se suelen llamar nichos ecológicos (por ejemplo, gran carnívoro, carnívoro mediano, carnívoro pequeño...). La ecología clásica nos dice que por cada nicho debemos esperar una sola especie en la comunidad. No puede haber más especies que nichos, porque si dos especies intentaran ocupar el mismo nicho, competirían una con otra hasta que sólo quedara una. En esta visión, la comunidad de pájaros vendría a ser como un club selecto donde sólo se admite a las especies más competitivas.

Sin embargo, esta visión clásica no cuadra bien con la realidad. Si fuera cierta, habría un límite para la cantidad de especies en las comunidades: el número de nichos disponibles. Pero la realidad es que se observa justo lo contrario: la mayoría de los paisajes no parecen estar limitados de ninguna manera en su número de especies. Pongamos por caso nuestro monte. ¿Qué clase de club selecto va a ser, si prácticamente viven en él todas las aves típicas del matorral bajo en la región? Si la competencia fuera tan importante, algunas de esas aves habrían quedado excluidas por las especies más competitivas. Como no hay indicios de que esto suceda, la comunidad de aves se parece más bien a un local de aforo ilimitado que a un club selecto. Y si el aforo ilimitado para las especies es la regla general en los paisajes, como parece serlo, entonces llevamos décadas dando a la competencia un papel exagerado en las comunidades naturales...

Los más interesados en este tema, ¡atentos al artículo clásico del tercer enlace!

18 agosto 2010

Partida hacia el trópico

Hace millones de años, los pájaros criaban en el Sur de Europa y viajaban al Norte de África para pasar un invierno más benigno. Pero el clima se fue tornando cada vez más estacional, más seco. El desierto del Sahara comenzó a formarse, aunque, como aún era pequeño, los pájaros podían cruzarlo para alcanzar sus territorios de invernada. Cuando se hizo mayor siguieron surcándolo porque la ruta estaba ya fijada generación tras generación y era difícil cambiarla. Ahora es el desierto más grande del mundo, y atravesarlo supone una de las travesías más extremas que pueda afrontar animal alguno. Precisamente en estos días es cuando muchas aves se dirigen hacia esta durísima prueba, hacia las dunas y los regs, para alcanzar las llanuras arboladas del África tropical. Innumerables pájaros de toda Europa cruzan la Península Ibérica entre finales de agosto y durante septiembre, en lo que constituye uno de los pasos migratorios más llamativos del Viejo Mundo.

Entre las aves que regresan en busca de los benignos inviernos africanos se cuentan algunas especies de colorido espectacular, pájaros de linajes tropicales que cuentan con pocos representantes en el Sur de Europa. Llegaron en primavera para reproducirse, atraídos por la abundancia de insectos que caracteriza el estío de este peculiar clima nuestro, casi subtropical, que llamamos mediterráneo. Pero en nuestro ecosistema los insectos ahora declinan, al estar ya muy avanzada la estación seca. Para las aves africanas es el momento de partir.

Las oropéndolas (Oriolus oriolus, arriba, un macho), la única especie europea de una familia eminentemente tropical, hasta ahora han estado ocupadas en sus alamedas y demás bosques de ribera, pero ya se ven cruzar entre las encinas del monte, marchando siempre hacia el Sur. Les siguen las golondrinas, algunos vencejos, los alcaudones comunes, collalbas rubias, abejarucos, abubillas, carracas... Aves todas ellas básicamente insectívoras. Pronto llegarán nuevos visitantes, esta vez dispuestos a pasar el invierno, pero vendrán no a comer insectos sino frutos y semillas. Esto nos revela un punto clave de la ecología del matorral mediterráneo: las estaciones son tan marcadas que hay dos platos fuertes bien distintos para los pájaros: insectos en primavera-verano y frutos en otoño-invierno. Y cuando el plato fuerte se agota, gracias al vuelo las aves pueden buscarlo en otro "restaurante" lejano que lo ofrezca... llámese, por ejemplo, la sabana.

08 agosto 2010

Ante un diablo

Aquel mediodía de verano, bajo un Sol implacable, regresaba yo hacia el coche después de una larga mañana de campo cuando de repente noté algo extraño, como un silencio excesivo y una inquietud sin nombre a mi alrededor. Empecé a oir una especie de zumbido hecho de viento, un rumor que crecía a cada instante delante de mi, que pronto fue como el fragor del aire tras una explosión, y miré por todas partes pero no había nada, cuando de pronto, a la vuelta de unas encinas, apareció algo como esto, un enorme remolino de polvo, una columna de aire que se retorcía rabiosamente, levantando la tierra y la hojarasca. Mientras avanzaba hacia mi, el vendabal del torbellino se volvió casi un estruendo, mi ropa casi parecía querer salir volando, pero entonces, súbitamente, el vórtice perdió fuerza y se desvaneció sobre los matorrales. Todo quedó como si nada hubiera sucedido.

En el Sudoeste de Estados Unidos llaman a estos remolinos de polvo dust devil, "diablo de polvo", y también "diablo que baila", dancing devil. Los indios Navajos creían que estos torbellinos eran espíritus de sus antepasados, que tomaban forma en las soledades del desierto. Creían que, si el aire del tobellino gira en el sentido de las agujas del reloj, es un buen espíritu, pero de lo contrario es maligno. En los desiertos de Oriente Medio estos remolinos pueden crecer hasta cientos de metros de altura, y los llaman djin, que significa “genio” o “demonio”. Leyendas aparte, los remolinos de polvo se forman cuando una masa de aire recalentado sobre el suelo asciende rápidamente a través de una pequeña bolsa de aire más fresco, formando una columna de aire que gira y avanza. Durante los pocos segundos o minutos que duran, no es raro que estos fenómenos generen vientos de 70 km/h o más. Al girar el polvo, se carga de electricidad estática y produce un campo eléctrico de hasta 10.000 voltios por metro, acompañado de un campo magnético oscilante que provoca ruidos en la señal de radio.

Después de ese día no se me olvida que en los páramos manchegos el aire a veces parece cobrar vida propia. Y eso sí, la próxima vez que se me aparezca uno de estos torbellinos miraré en qué dirección gira, todo sea por averiguar qué clase de "espíritus" alberga nuestro ecosistema...

Más sobre diablos de polvo aquí, de donde proceden los datos que comento.