Enroscada como un diminuto dragón de escamas doradas y múltiples patas, la escolopendra esperaba en su guarida subterránea el retorno de las lluvias. Tras la tormenta, el mayor ciempiés de Europa, el más característico de la región mediterránea, arrastró sus casi 15 cm de longitud a su cita con la oscuridad, y de nuevo corrió con pasos vertiginosos a la caza de pequeñas criaturas. Volvió a ejercer en ellas ese mordisco que quema, o mejor dicho ese pellizco, ya que en realidad "muerde" con dos uñas venenosas (forcípulas) situadas justo detrás de la cabeza. Con ellas inocula un asombroso cóctel de toxinas que incluye histamina (un antiinflamatorio) y acetilcolina, un neurotransmisor que ralentiza los latidos del corazón. Así puede acabar incluso con un pájaro, igual que una gran tarántula. Como las arañas, las moscas rapaces y las serpientes, la escolopendra abate a sus presas usando las armas invisibles de la bioquímica, pero antes que todos esos cazadores ya había ciempiés, según se deduce de los fósiles y los árboles evolutivos.
Podemos imaginar a un antepasado de la escolopendra errando por orillas nebulosas como las de este marjal, pintado por Burian, repleto de extrañas plantas primordiales, un paisaje de hace más de 400 millones de años, cuando todavía faltaban por encenderse muchas de las estrellas que hoy vemos, como las Pléyades que ahora brillan titilantes sobre el matorral nocturno. Igual que mirar a las estrellas es observar el pasado, porque su luz tarda años en llegarnos, así contemplar la biodiversidad es adentrarse en un puzzle hecho de especies cuyo diseño corporal es el recuerdo vivo de una historia más vieja que muchas estrellas. Escribió el filósofo Spinoza que el hombre sabio intenta, dentro de lo posible, ver las cosas sub specie aeternitatis, esto es, bajo el ángulo de la eternidad. Sin llegar tan lejos, algo parecido nos ofrece la naturaleza cada día: un compendio de maravillas biológicas que son como puentes en el tiempo uniendo en el presente distintas edades de la historia del planeta.
Información sobre los principios activos del veneno de la escolopendra procedente de Blas, M. y cols. (1987) Historia Natural de los Països Catalans, 10.