23 junio 2012

Las armas invisibles de Arlequín

Arlequín, Arlecchino, llevaba un traje de rombos de colores en las comedias de improvisación de la Italia del Renacimiento, compartiendo escenario con Polichinela, Colombina, Pantalone... De este Arlequín de la Comedia dell'Arte viene el nombre de la más extraordinaria mariposa de nuestro ecosistema. Zerynthia ruminael arlequín de los insectos ibéricos, habita exclusivamente en las tierras del oeste de la cuenca mediterránea, y en España hay varias subespecies, dos de ellas catalogadas como en peligro de extinción (subespecies cantabricae y minima, si bien la última es de dudosa validez). Pero en conjunto el arlequín no está amenazado en nuestro país; aun así, es la mariposa más rara y esquiva del monte al que dedico este blog. Solamente he visto dos arlequines en cuatro años, y ambos revoloteaban cerca de las aristoloquias, las únicas plantas que comen sus orugas, plantas venenosas y hasta letales para nosotros.

El peligro de las aristoloquias ya se conocía en la Grecia antigua, donde se sabía que provocan la menstruación y el dar a luz, de ahí su nombre, que significa "lo mejor para el parto". Como escribió el médico griego Dioscórides: "La aristoloquia se llamó ansí por parecer que a las mujeres socorría en el parto [...] Bebida con pimienta y con mirra expele el menstruo, las pares y la criatura del vientre, y lo mismo hace metida en la natura de la mujer." Hoy sabemos que las aristoloquias contienen un potente alcaloide, la aristoloquina, o ácido aristolóquico, que favorece la aparición de cánceres porque causa mutaciones en las células, y además es tóxico para el riñón, llegando a causar la muerte por fallo renal. Y esta sustancia es sólo uno de los muchos alcaloides que protegen a la planta de los animales herbívoros. Como muchas otras orugas de otras plantas, las de Zerynthia acumulan en su cuerpo los alcaloides que continuamente ingieren con las hojas. Igual que la aristoloquia secuestra polinizadores, su parásito secuestra alcaloides. Tal vez la oruga sea insensible a estos venenos, o tal vez los almacene dentro de células especiales donde permanecen inactivos. El caso es que la oruga está repleta de alcaloides y por eso, a su vez, es venenosa. De este modo, las armas invisibles con que se defiende la aristoloquia pasan a proteger a una mariposa. Precisamente el color llamativo de estas orugas parece avisar a los pájaros de que no serán plato de gusto, al estilo de tantos otros insectos con colores de advertencia (aposemáticos). ¿Quién hubiera imaginado que esta historia increíble de flores secuestradoras y arlequines venenosos tenía lugar en la umbría secreta de las marañas de encina?

Traducción de Dioscórides realizada por Andrés Laguna (1566).

02 junio 2012

Flor que secuestra

A la umbría de las encinas, pasando entre un remolino de mariposas pardas y doradas que se refugiaban del sol de junio, me incliné para observar la aristoloquia. Sus hojas tiernas, en tallos como de enredadera, portaban como único atisbo de flor una extraña trompa verdosa, estriada, que abría su interior oscuro y velloso a través de una boca ojival. Estas bocas sirven a la aristoloquia como trampas que secuestran insectos. Porque desprenden un olor que las moscas identifican como de carne corrupta, y éstas buscan su origen y encuentran que emana de algo semejante a un orificio abierto en un cadáver. Así las moscas, engañadas, se internan por el tubo de la flor de aristoloquia. Cuando a su paso encuentran unos pelos rígidos, los franquean sin contemplaciones, afanosas por dar con el supuesto cadáver. Finalmente alcanzan el fondo de la flor, se desesperan y entonces intentan escapar, pero ahora esos pelos rígidos las retienen, pues son como puertas que sólo dan paso hacia abajo. Atrapadas, secuestradas por la aristoloquia, las moscas aguardan en la penumbra verdosa de la flor. Transcurren unas horas, un día, tal vez dos, y entonces su encierro se vuelve más extraño aún, porque un fino polvo dorado aparece de las paredes y las embadurna. La flor ha madurado su parte masculina y rocía de polen a sus cautivos. Y se marchitan los pelos que mantenían presas a las moscas, dejándolas por fin salir de la trampa. Salen cargadas de un polen que servirá para fecundar a otra aristoloquia, para lo cual alguna de las moscas ha de volver a caer en el engaño. De este modo logran perpetuarse las aristoloquias en general, unas plantas de afinidades tropicales con un solo representante en nuestro ecosistema: Aristolochia paucinervis. Pero además estas secuestradoras son extraordinarias por otros motivos, como veremos en la próxima entrada.