En nuestro ecosistema hay literalmente millones de hierbas, y todas juntas forman esa especie de jungla diminuta y fascinante a la que llamamos pasto. En esa jungla, cada primavera, las hierbas luchan en silencio a vida o muerte, pugnando por un poco de suelo donde poder desarrollarse y dar semilla. En esta competición, ¿cuál es la señal de salida? ¿Cómo saben las hierbas cuándo tienen que germinar, cuándo empezar su carrera por la supervivencia?
Fijémonos en una de las hierbas que ahora han florecido, el zurrón de pastor (Capsella bursa-pastoris). Esta crucífera, una de las plantas anuales más comunes de Europa, resulta inconfundible por sus frutos con forma acorazonada, que recuerdan también a la silueta de un zurrón. Dioscórides ya la conocía en la antigüedad por sus usos medicinales: "Provoca los menstruos y destruye los fetos.", afirmaba. Las semillas del zurrón son del tamaño de granos de arena, y cuando caen de la planta permanecerán inactivas durante meses, en lo que se denomina dormancia. Para salir de este letargo y germinar, las semillas necesitan recibir tres señales de su entorno: primero el frío invernal, después el calentamiento del suelo que ocurre en los primeros días cálidos de primavera, y finalmente la luz del Sol. Esta última señal hace que sólo germinen las semillas de la superficie del suelo, pero no las enterradas. Por eso no es raro que el zurrón de pastor crezca sobre todo allá donde la tierra ha sido removida recientemente: las semillas enterradas han salido a la luz.
Un zurrón de pastor que brote en el momento adecuado puede encontrarse con la desagradable situación de que la primavera venga muy seca, o muy fría. Entonces apenas producirá semillas, si es que produce alguna, y será un año perdido para la especie. En nuestro clima mediterráneo, tan imprevisible, las malas primaveras son un problema adicional para las hierbas. Lo solucionan con visión de futuro: cada año, a pesar de que se den las tres señales favorables, no todas las semillas germinan. Algunas necesitan dos años, y esas semillas "remolonas" representan para la especie un seguro a prueba de malas primaveras. De ahí que en el suelo haya muchas más semillas de las que cada año germinan, y todas juntas constituyen el llamado banco de semillas, un depósito a plazo fijo para el futuro del ecosistema.
Fijémonos en una de las hierbas que ahora han florecido, el zurrón de pastor (Capsella bursa-pastoris). Esta crucífera, una de las plantas anuales más comunes de Europa, resulta inconfundible por sus frutos con forma acorazonada, que recuerdan también a la silueta de un zurrón. Dioscórides ya la conocía en la antigüedad por sus usos medicinales: "Provoca los menstruos y destruye los fetos.", afirmaba. Las semillas del zurrón son del tamaño de granos de arena, y cuando caen de la planta permanecerán inactivas durante meses, en lo que se denomina dormancia. Para salir de este letargo y germinar, las semillas necesitan recibir tres señales de su entorno: primero el frío invernal, después el calentamiento del suelo que ocurre en los primeros días cálidos de primavera, y finalmente la luz del Sol. Esta última señal hace que sólo germinen las semillas de la superficie del suelo, pero no las enterradas. Por eso no es raro que el zurrón de pastor crezca sobre todo allá donde la tierra ha sido removida recientemente: las semillas enterradas han salido a la luz.
Un zurrón de pastor que brote en el momento adecuado puede encontrarse con la desagradable situación de que la primavera venga muy seca, o muy fría. Entonces apenas producirá semillas, si es que produce alguna, y será un año perdido para la especie. En nuestro clima mediterráneo, tan imprevisible, las malas primaveras son un problema adicional para las hierbas. Lo solucionan con visión de futuro: cada año, a pesar de que se den las tres señales favorables, no todas las semillas germinan. Algunas necesitan dos años, y esas semillas "remolonas" representan para la especie un seguro a prueba de malas primaveras. De ahí que en el suelo haya muchas más semillas de las que cada año germinan, y todas juntas constituyen el llamado banco de semillas, un depósito a plazo fijo para el futuro del ecosistema.