29 enero 2013

Capturad al mediano

Una jauría de lobos no se molesta en perseguir a un ratón por el mismo motivo que una comadreja no se lanza a cazar un venado: el esfuerzo no compensa. Porque un depredador no sobreviviría si se dedicase a malgastar sus fuerzas persiguiendo presas diminutas, que apenas le aportarán calorías, ni atacando a presas tan enormes que difícilmente podrá doblegarlas. Por eso la evolución ha ajustado con precisión las costumbres de los cazadores de manera que cada especie se dedica a presas dentro de una determinada gama de tallas, las que le rendirán buenos beneficios en términos de esfuerzo y resultado. ¿Qué significa esto para las presas? Que las pequeñas tendrán que preocuparse sobre todo de cazadores pequeños, y las grandes de los mayores predadores. En este esquema, las presas medianas son las más perjudicadas, porque interesan tanto a grandes como a pequeños cazadores. Así, los lobos cazan numerosos conejos, y a veces las comadrejas capturan gazapos. Justo en el tamaño del conejo (Oryctolagus cuniculus) coinciden los fulcros de multitud de palancas depredadoras del matorral mediterráneo. Su pariente, la liebre, también sufre los intereses de la mayoría de carnívoros y rapaces. Estando conejos y liebres en pleno punto de mira, ¿qué pueden hacer para sobrellevar a tanto depredador?

Los conejos han optado por la estrategia de sustituir sus bajas rápidamente, y para ello cuentan con una fecundidad proverbial. Prueba de ello son las frecuentes plagas de conejos tanto dentro como fuera de la región mediterránea, graves hasta tal punto que los antiguos habitantes de Mallorca pidieron ayuda incluso a las legiones romanas para que los librasen de una marea de conejos que arrasaba la isla. Por su parte, la liebre ha tomado otro camino, se ha tornado en maestra de la defensa en forma de huida, y la evolución ha llevado al límite su anatomía en aras de la velocidad y el quiebro. Así, la liebre europea (Lepus europaeus) alcanza 56 km/h en campo abierto, y su columna vertebral increíblemente flexible le otorga una portentosa capacidad para el regate. Sus músculos están especialmente preparados para los esfuerzos súbitos de la carrera, ya que contienen mucha mioglobina, una proteína que almacena oxígeno y tiñe de rojo oscuro la carne de liebre. Su corazón es enorme, representa el 1.8% del peso corporal, frente al 0.3% del conejo. Con la proporción de una liebre, el corazón de un hombre de 80 kg pesaría casi kilo y medio, unas cinco veces más de lo normal. Nuestra liebre ibérica (Lepus granatensis, ver dibujo), por supuesto, muestra adaptaciones muy similares a la europea.

Liebres y conejos ejemplifican las múltiples soluciones que puede dar la evolución ante un mismo problema. ¿Por qué esta divergencia? ¿Tal vez porque los conejos son más propensos a ser fecundos, por construir madrigueras donde crían a salvo? ¿Quizás la mayor vulnerabilidad de los lebratos hizo de la liebre la arcilla adecuada para que la evolución modelase a un velocista extremo? Sea cual sea la respuesta, la evolución de una de estas tácticas puede cambiar todo el ecosistema. Porque, si los conejos no fuesen tan prolíficos, seguramente no habrían evolucionado los grandes especialistas en su captura, es decir, el lince ibérico y el águila imperial, emblemas de la fauna ibérica. Los ancestros del conejo empezaron a excavar madrigueras para criar, ¿fue eso fue la primera ficha de dominó cuya caída se tradujo, al cabo de millones de años, en el origen de nuestro lince ibérico? Sería otro caso más en el que una mezcla de casualidad y ecología marcase el rumbo de la historia de la evolución.

Más sobre plagas de conejo en Species diversity in space and time, de Michael Rosenzweig (1995),

12 enero 2013

El invierno de los de antes


Un pececillo de cobre, posiblemente del género Machilis.
En las vastas soledades de hielo de la Antártida, más allá de un océano gélido, en los confines australes del planeta, el mayor animal terrestre que existe es... un mosquito. Belgica antarctica pertenece a un antiguo linaje que se separó de los demás mosquitos quironómidos hace unos 68 millones de años, al final de la era de los dinosaurios. A su vez, los mosquitos resultan ser el grupo más primitivo dentro del orden de los Dípteros (moscas y mosquitos). ¿Será casualidad esta conexión entre frío y antigüedad? Intentemos averiguarlo en esta entrada, y para eso empecemos fijándonos en qué clase de animales se aventuran a exponerse a los elementos durante estos días de escarcha y niebla en nuestro matorral mediterráneo.
 
Los más visibles de esos animales son las aves, que resisten muy bien el frío y las inclemencias gracias a su sangre caliente y a su plumaje impermeable. La mayoría de estas aves invernales son pequeños pájaros (Paseriformes), cuyo origen evolutivo es bastante reciente. Así que sumemos un punto en contra para la conexión frío-antigüedad. Pero, ¿qué hay de los invertebrados? Ahora llegan dos puntos para esa conexión, porque los únicos que a lo largo de estos años he alcanzado a descubrir mientras pululaban sobre el suelo de nuestro monte tras las heladas son algunos de los invertebrados de linaje más antiguo del paraje. Los menos escasos resultan ser los opiliones, esos zanquilargos arácnidos que se separaron los primeros de la estirpe que originó a los escorpiones y solífugos. Cuando asoma el sol y la escarcha se derrite, algunos diminutos opiliones, de varias especies, salen de entre las grietas de las rocas y pasean, majestuosos a su manera, sobre sus larguísimas patas, con un aire que siempre me recuerda a los trípodes de los marcianos en La Guerra de los Mundos. De igual manera se mueven los opiliones incluso sobre las nieves alpinas, en donde se cuentan entre los poquísimos invertebrados capaces de sobrevivir, un nuevo indicio de que están especialmente bien adaptados al frío. Junto a ellos, en nuestro monte puede corretear el otro protagonista del invierno de los invertebrados, el extrañísimo pececillo de cobre, miembro del orden más remoto de entre todos los insectos actuales, el de los Arqueognatos. Estos insectos primitivos, de aspecto rugoso y un tanto antediluviano, saltan como si fueran colémbolos, pero tienen tres colas al estilo de los pececillos de plata; comen detritus y prefieren vivir en sitios húmedos, muchos incluso en las orillas, como si todavía recordasen su origen a partir de crustáceos acuáticos.

 
En resumen, en lo más frío del invierno permanecen activos en nuestro monte un grupo de vertebrados más bien moderno y dos grupos de invertebrados muy antiguos. Sumemos a esto el caso del mosquito antártico, y ya tenemos un 1 a 3 a favor de la conexión frío-antigüedad. Por supuesto, con este resultado tan corto no se puede asegurar que esa conexión sea una norma en la naturaleza, pero queda abierta la posibilidad de que lo sea. ¿Y si lo fuese? ¿Por qué los grupos más antiguos de seres vivos habrían de ser más propicios a tener especies adaptadas al frío? Tal vez porque adaptarse al frío es de por sí difícil para cualquier organismo, pues las células se rompen cuando se congelan, atravesadas por agujas microscópicas de hielo. La evolución necesitará tiempo para dar con la solución a este problema, y lo hará a base de generaciones y generaciones "probando" diversas mutaciones. Cuanto más tiempo le demos, más fácil será que dé con la solución. Según esto, lo lógico sería que los organismos adaptados al frío surgieran precisamente en los linajes más antiguos, ya que la evolución ha tenido en ellos tiempo suficiente para producir las adaptaciones necesarias. Este proceso sería válido sobre todo en seres de sangre fría, como la mayoría de los invertebrados, ya que los animales de sangre caliente están de por sí mejor adaptados al clima frío. Por eso, quizás, los mamíferos del ártico, como el oso polar, son más bien modernos que antiguos: sus antepasados estaban preadaptados para que la evolución los moldease con más facilidad ajustándolos al frío polar. A falta de conclusiones definitivas, quedémonos con que el invierno hace de nuestra fauna de invertebrados una colección de especies más primitiva que nunca. O dicho de otro modo, de "los de antes" es el invierno.