Congelado aún en el final del verano, el incipiente otoño pronto comenzará a ejercer su influjo sobre nuestro ecosistema. Entre el trasiego de pájaros migrando, crecen las bellotas y se activan sus enemigos, los gorgojos-elefante; los romeros inclinan sus hojas tras la sequía estival; maduran los frutos de la esparraguera, y del espino negro, y en un secreto rincón, casi a la umbría de unas encinas, retoma su crecimiento el único labiérnago del paraje, un arbusto semejante a un pequeño y espeso olivo de hojas estrechas, común en los maquis espesos de algunas serranías cercanas. Phillyrea angustifolia, familiar del olivo y endémico del oeste de la cuenca mediterránea, muestra en sus ramas diminutas bolas secas, grisáceas. ¿Serán sus equivalentes a la aceituna? No se trata de frutos, sino de agallas, tumoraciones que crecen a partir de la puesta de huevos de ciertas moscas minúsculas (Schizomyia phillyreae).
Estos insectos ponen huevos en las flores del labiérnago, y eso provoca que el ovario se transforme en una agalla al cabo de 6-8 semanas tras la fecundación de la flor. Dentro de cada agalla, una larva de mosca va desarrollándose muy lentamente, a costa de consumir los tejidos embrionarios del que debería haber sido un fruto de labiérnago. Algunas moscas adultas emergerán de la agalla al año siguiente, pero otras esperan un año, o dos, o incluso tres. Este retraso recuerda a la estrategia de las hierbas anuales que acumulan en el suelo bancos de semillas de germinación retardada. En una entrada anterior vimos cómo estos bancos de semillas actúan como seguro frente a malas primaveras: como todas las semillas de un año no germinan al siguiente, si ese año es malo no se perderán todas, pues algunas tendrán su oportunidad en el próximo año. ¿Acaso sobre las moscas del labiérnago se cierne alguna amenaza imprevisible similar frente a la que intentan asegurarse formando un "banco de agallas"?
La misteriosa "pereza" de estas moscas a la hora de abandonar su agalla podría ser efectivamente una estrategia contra los malos años de flores del labiérnago. Porque el número de flores que produce este arbusto varía mucho de un año a otro, del mismo modo que muchas leñosas mediterráneas varían mucho su cosecha de frutos entre años. El ecólogo Daniel H. Janzen propuso en 1970 que este tipo de variación era una defensa de las plantas ante los animales frugívoros. Es fácil de entender: si un árbol produce cada año una cantidad de frutos más o menos constante, los animales que los coman podrán prosperar hasta eventualmente acabar con toda la producción de frutos, fracasando así la reproducción de la planta. Pero si la cosecha de frutos varía mucho, habrá años en que los animales frugívoros apenas tendrán comida, por lo que sus poblaciones se verán diezmadas. Si al siguiente año la planta da buena cosecha, habrá pocos enemigos para sus semillas, y de este modo tendrá mucho éxito en su reproducción. Esta idea parece respaldada por bastantes evidencias en la naturaleza. ¿Cuál sería su transcripción al sistema labiérnago-mosca?
El labiérnago, al variar de manera más o menos imprevisible su número de flores cada año, está controlando las poblaciones de moscas que podrían acabar con sus flores al convertirlas en agallas. Un mal año de flores supondrá pocas agallas y pocas moscas para el año siguiente. Así, si al cabo de un año el arbusto da muchas flores, éstas no se verán amenazadas por muchas moscas, y podrán dar fruto abundante. Pero las moscas parecen haberse contraadaptado a esta estrategia, y evitan que su reproducción fracase repartiendo en el tiempo su actuación sobre el arbusto. Así, si llega un mal año de flores, todavía quedarán hornadas de agallas con moscas a la espera de un buen año. Al formar su "banco de agallas", estos insectos han encontrado la manera de perseguir lo imprevisto, ese buen año de flores de labiérnago que les permitirá proliferar. Su solución para dar con lo imprevisto ha sido volverse imprevisibles.