Al entrar el otoño, millares de pajarillos cruzan por el matorral mediterráneo en busca de tierras menos frías, y en su camino ya vimos cómo picotean y tragan infinidad de frutos que los arbustos del monte producen por estas fechas. Estos frutos han evolucionado para ser comidos, para que así los pájaros, al expulsar la semilla en sus excrementos, dispersen a la futura planta, alejándola así de las raíces y el sombraje de su planta progenitora, que podrían perjudicar su crecimiento. Por eso los frutos del espino albar (imagen de fondo), del jazmín, del torvisco, del espino negro, de la esparraguera y de tantos otros matorrales son fáciles de ver para los pájaros, son vistosos, de llamativo rojo o negro, jugosos, apetecibles, diseñados por la evolución para tentar el apetito de quienes en breve habrán de afrontar los rigores del invierno con buenas reservas de energía.
Pero los frutos se enfrentan con un problema: si son demasiado apetitosos, demasiado fáciles de digerir, entonces los microbios que siempre hay por la superficie de las plantas seguramente los consumirían antes incluso de que tuvieran opción de consumar su destino siendo comidos por un pájaro, o quizás los comerían otros animales que no los dispersarían. Quizá es para evitar esto por lo que muchos frutillos, como los del torvisco, se protegen fabricando sustancias tóxicas, venenos que sus aliados alados pueden detoxificar sin problemas. Por esto, no sería raro que los pajarillos que ahora engullen frutos sin cesar fuesen especialmente resistentes frente a las toxinas de todo tipo, incluidas... las de los insectos venenosos. Estos insectos, como el chinche de campo Eurydema ornata (dibujo), resultan muy llamativos por sus vivos colores, que como un semáforo están señalando a las aves insectívoras que no son plato de gusto, que si los comen pueden tener serias indigestiones. Todavía quedan entre las hierbas altas muchos de estos chinches de campo y otros insectos del estilo, de los que avisan con sus colores (aposematismo). Y sin duda ese color, que pretende ser una advertencia, es para los pajarillos frugívoros un anuncio, acostumbrados como están a comer frutos rojos, negros... ¿Qué pueden perder estas aves si comen alguno de estos "frutos de seis patas"? Siendo como son, inusualmente resistentes a las toxinas, por su dieta de frutos, no es extraño que pájaros como la curruca capirotada (en el dibujo, un macho) coman muchos más insectos tóxicos, aposemáticos, que los pájaros menos frugívoros, como el carbonero.
Así, por una curiosa casualidad de la evolución, la presencia en la Región Mediterránea de arbustos de fruto carnoso, herederos de antiguos linajes tropicales, supone una amenaza para los insectos aposemáticos, un riesgo que se materializa en el acto de predación por parte de las pequeñas aves frugívoras. Sin embargo, es la savia de estas mismas plantas la que puede alimentar a estos insectos, como Eurydema, lo cual convierte a los arbustos en máximos benefactores para los pájaros: no sólo les dan refugio, y frutos, sino también calorías en forma de insectos... aunque éstos sean venenosos, lo que al parecer no importa mucho a nuestra ahora casi ubicua curruca capirotada.
Esta refrescante idea sobre la ecología evolutiva de plantas, aves e insectos mediterráneos se le ocurrió hace ya tiempo a Carlos M. Herrera, autor del último artículo enlazado en el post, en el cual se basa toda esta historia.
Pero los frutos se enfrentan con un problema: si son demasiado apetitosos, demasiado fáciles de digerir, entonces los microbios que siempre hay por la superficie de las plantas seguramente los consumirían antes incluso de que tuvieran opción de consumar su destino siendo comidos por un pájaro, o quizás los comerían otros animales que no los dispersarían. Quizá es para evitar esto por lo que muchos frutillos, como los del torvisco, se protegen fabricando sustancias tóxicas, venenos que sus aliados alados pueden detoxificar sin problemas. Por esto, no sería raro que los pajarillos que ahora engullen frutos sin cesar fuesen especialmente resistentes frente a las toxinas de todo tipo, incluidas... las de los insectos venenosos. Estos insectos, como el chinche de campo Eurydema ornata (dibujo), resultan muy llamativos por sus vivos colores, que como un semáforo están señalando a las aves insectívoras que no son plato de gusto, que si los comen pueden tener serias indigestiones. Todavía quedan entre las hierbas altas muchos de estos chinches de campo y otros insectos del estilo, de los que avisan con sus colores (aposematismo). Y sin duda ese color, que pretende ser una advertencia, es para los pajarillos frugívoros un anuncio, acostumbrados como están a comer frutos rojos, negros... ¿Qué pueden perder estas aves si comen alguno de estos "frutos de seis patas"? Siendo como son, inusualmente resistentes a las toxinas, por su dieta de frutos, no es extraño que pájaros como la curruca capirotada (en el dibujo, un macho) coman muchos más insectos tóxicos, aposemáticos, que los pájaros menos frugívoros, como el carbonero.
Así, por una curiosa casualidad de la evolución, la presencia en la Región Mediterránea de arbustos de fruto carnoso, herederos de antiguos linajes tropicales, supone una amenaza para los insectos aposemáticos, un riesgo que se materializa en el acto de predación por parte de las pequeñas aves frugívoras. Sin embargo, es la savia de estas mismas plantas la que puede alimentar a estos insectos, como Eurydema, lo cual convierte a los arbustos en máximos benefactores para los pájaros: no sólo les dan refugio, y frutos, sino también calorías en forma de insectos... aunque éstos sean venenosos, lo que al parecer no importa mucho a nuestra ahora casi ubicua curruca capirotada.
Esta refrescante idea sobre la ecología evolutiva de plantas, aves e insectos mediterráneos se le ocurrió hace ya tiempo a Carlos M. Herrera, autor del último artículo enlazado en el post, en el cual se basa toda esta historia.