Estas diminutas flores amarillas pertenecen a una hierba que en todo el mundo sólo vive en la Península Ibérica y el Magreb.
Alyssum granatense crece en las cunetas de nuestro monte, a principios de la primavera, pero hay muchas otras especies de
Alyssum repartidas por la cuenca mediterránea. La mayoría son exclusivas (endémicas) de la región, y precisamente este tipo de plantas, los endemismos, constituyen la mayor riqueza biológica del matorral mediterráneo. Baste pensar que en la cuenca mediterránea hay unas 22.500 especies de plantas y la mitad son endémicas. Los segundos en el
ranking son los reptiles (34% de endemismos, sobre todo lacértidos), seguidos de los anfibios (31%, principalmente discoglósidos y salamándridos), pero no destacan los mamíferos (11%) ni las aves (6%), y desconocemos demasiado la diversidad de los insectos como para aventurar un porcentaje fiable, pero podría ser mayor que el de las plantas. Estos datos muestran que la biodiversidad mediterránea tiene una clara anomalía: exceso de plantas endémicas. Esta anomalía llama la atención a escala mundial, porque, fuera de los trópicos, la máxima riqueza de endemismos
está en las zonas de clima mediterráneo. ¿Por qué sucede así? ¿Será por el motivo que apunté en la entrada anterior como explicación generalizada para el gradiente latitudinal de biodiversidad? Es decir, ¿será porque en las zonas mediterráneas las especies tienen un riesgo de extinción inusualmente bajo, incluso para su latitud?
Esta idea tiene sentido primera vista, porque más al norte de la cuenca mediterránea las heladas resultan demasiado duras para muchas plantas, mientras que más al sur impera la sequía mortal del desierto. Por tanto, ¿el exceso de endemismos se deberá al clima moderado? Si fuese así, parece lógico suponer que la mayoría de los endemismos mediterráneos habrían de ser especies antiguas que hubieran sobrevivido bajo el amparo climático. Pero esto no cuadra con los hechos, porque la mayoría de las especies de la flora mediterránea no corresponde al perfil de los "refugiados del Terciario". Olivos, laureles, higueras, encinas y muchas otras leñosas perennes de hojas duras (esclerófilas) pertenecen a géneros que
ya estaban presentes en el mediterráneo a principios del Terciario, hace unos 40 millones de años, pero en conjunto aportan poca diversidad, en parte porque cada género suele tener
pocas especies. El verdadero aluvión de endemismos está en otras plantas de linaje más moderno: jaras y jaguarzos, heliantemos, genistas, tomillos, salvias y muchas otras labiadas, además de bulbos y hierbas anuales como nuestro
Alyssum. Plantas todas ellas adaptadas a la vida en los espacios abiertos que fueron extendiéndose por la región durante los últimos 6-7 millones de años. Además,
suelen tener bastantes especies dentro de cada género, lo cual nos da una pista más de que esas especies se han originado hace relativamente poco tiempo (no ha pasado suficiente tiempo como para que muchas se extingan). Sumemos a estas pistas las que proporcionan los relojes moleculares del ADN, según los cuales las jaras (
Cistus), por ejemplo,
se diversificaron en los últimos 2 millones de años. Todo esto nos lleva a una conclusión: la gran diversidad mediterránea se debe sobre todo al origen de muchas especies endémicas en la región (neoendemismos). ¿A qué puede deberse esta gran diversificación de arbustos, bulbos y anuales?
Muchos piensan que la clave del origen de nuevas especies endémicas está en la
compleja geografía de la región mediterránea, repleta de penínsulas, islas y montañas que facilitan el que pequeñas poblaciones de seres vivos se queden aisladas geográficamente, convirtiéndose así en las "semillas" de donde nacerán nuevas especies (
especiación alopátrica). Sin duda la compleja geografía tiene mucho que ver con la riqueza de endemismos, pero... ¿es la clave del asunto? No lo parece si consideramos que en regiones de geografía mucho menos compleja que la mediterránea se han originado enormes cantidades de especies (
por ejemplo, en los lagos africanos, en El Cabo de Sudáfrica, y en el sudoeste de Australia). Puede que el origen de nuevas especies en el mediterráneo se deba simplemente a que el clima ha permitido que surjan esas especies: al permanecer la zona libre de hielos perpetuos y de sequías ardientes, el origen de nuevas especies no se habría visto perturbado por peligrosas fluctuaciones climáticas. En cambio, más al norte e inmediatamente más al sur
los vaivenes del clima debieron de dificultar la persistencia de pequeñas poblaciones hasta que dieran lugar a nuevas especies (la especiación normalmente
requiere de cientos de miles a millones de años). El clima mediterráneo sencillamente habría dejado hacer su trabajo a la evolución en el marco de la geografía regional, sin poner en jaque a las frágiles poblaciones en pleno proceso de especiación. Si a esto le añadimos un rico mosaico geográfico de posibilidades de especiación, tenemos la anomalía de endemismos.
Comencé esta serie preguntándome por qué había en este monte tantas especies. La termino con la mejor respuesta que puedo dar a día de hoy:
básicamente, porque el clima en la cuenca mediterránea ha sido lo suficientemente estable durante los últimos millones de años como para permitir el origen de numerosas especies nuevas en la región, origen favorecido por una geografía compleja. Así se comprende la alta diversidad de la región en conjunto, que se traduce en altas diversidades en la mayoría de sus montes, como el de este blog. Todo esto sugiere que la
estabilidad del clima es la causa de más amplio alcance para entender la diversidad del matorral mediterráneo en su contexto dentro del
gradiente latitudinal de biodiversidad. Y así concluye esta miniserie de entradas... ¡por el momento!
Datos sobre el porcentaje de endemismos procedentes de Encyclopedia of Ecology (varios autores, 2008). Más sobre la historia de la vegetación mediterránea en Plant evolution in the Mediterranean (Thompson, 2005).