29 septiembre 2009

El árbol de los pájaros

Estas ramas, plagadas de frutillas rojas, son ahora para innumerables pájaros un pasaporte hacia África. Las aves migradoras que cruzan por la cuenca mediterránea en su periplo hacia territorios de invernada del África subsahariana necesitan urgentemente abastecerse de energía para salvar dos grandes escollos: el mar y luego la vasta desolación del desierto más grande del planeta. Nuestros matorrales proporcionan a estos pájaros abundante combustible para tan extraordinario viaje, en forma de frutos fáciles de detectar por sus vivos colores y valiosísimos por su contenido nutritivo. Incluso pájaros insectívoros, como las currucas y los papamoscas, se vuelven frugívoros en estas fechas para aprovechar tan rica fuente de energía en su larga migración. Convertirán rápidamente los azúcares de estos frutos en reservas de glucógeno y grasa, y así, en pocos días, engordarán los pajarillos hasta la mitad de su peso, pudiendo de este modo volar sin pausa durante decenas de horas sobre los yermos campos de dunas del Sáhara, donde difícilmente hallarán ocasión de reponer fuerzas.

He aquí a uno de estos viajeros, un papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca), en este caso un macho en plumaje de cría. Los inquietos papamoscas se ven fácilmente en Septiembre sobre ramas como las de la imagen anterior, que son de un espino albar (Crataegus monogyna), un arbusto-árbol todavía común en algunos linderos que el fuego y el hacha han respetado en el Campo de Montiel. Tras comer uno de estos frutos rojos, un pájaro expulsará la semilla intacta en apenas 20 ó 30 minutos, a menudo sólo un poco más lejos de la planta original. Con esto, el espino albar está utilizando a los pájaros para dispersar sus semillas hacia terrenos donde podrán, quizás, desarrollarse mejor. Es la misma estrategia de tantas otras leñosas del matorral mediterráneo: el torvisco, la esparraguera, el espino negro, la zarzaparrilla, el labiérnago... Como siguiendo inconscientemente un justo acuerdo, estas plantas dan a los pájaros energía cuando más falta les hace, en forma de frutos, a cambio de que dispersen sus semillas. El origen de este mutualismo, sin embargo, no es fácil de trazar, y sin duda dará para algunas entradas más en este blog...

Bibliografía:
Blondel & Aronson (1999) Biology and wildlife of the Mediterranean Region

18 septiembre 2009

Ecos del pasado

Tras varios días de lluvia, después del seco verano mediterráneo, el linaje de vegetales más antiguo del planeta reanuda su discreta vida en nuestro monte. Son ecos de un pasado tan remoto como no es posible imaginar, seres cuya forma apenas ha cambiado a lo largo de abismos de tiempo de miles de millones de años. Los podemos encontrar bajo el aspecto de pequeñas gelatinas verdosas esparcidas sobre los calveros de suelo desnudo; bajo un microscopio, su aspecto es como el de este dibujo: cadenas de células verdes inmersas en una matriz hialina. Estas células son del género Nostoc, de la estirpe de las cianobacterias - las primitivas algas cuya actividad oxigenó la atmósfera hace unos 2.500 millones de años. Las cianobacterias se cuentan entre los colonizadores pioneros de la tierra firme, cientos de millones de años antes de que las primeras plantas iniciaran su odisea sobre los continentes. Musgos, hierbas o árboles, comparados con Nostoc, son unos recién llegados. Pensando sólo en animales y plantas, a menudo se dice que las especies vienen y van, que cada especie que surge suele estar destinada a extinguirse en unos pocos millones de años como mucho. Sin embargo, para las cianobacterias, para los microbios en general, las reglas del juego son distintas. Sobreviven desde la noche de los tiempos, antes incluso de que se iluminasen muchas de las estrellas que conocemos...

16 septiembre 2009

Muñecos de paja

Llegué justo después de una tromba de agua y encontré, en lugar de un camino, un río que encauzaba unos 70 litros por segundo, con saltos de agua, pequeños rápidos y estos dos extraños muñecos de paja. El agua arrastró por la rambla del ecosistema kilos de paja seca, acumulándola en las espinas de las dos aliagas de esta foto. A su paso, la corriente dejó al descubierto la roca madre en el fondo del camino, y en los bordes desenterró hasta la raíz los rompesacos ya marchitos. Los animales estaban desubicados por la tormenta recién pasada, salvo los milpieses Ommatoiulus y los enormes escarabajos de las tinieblas Blaps, que salían por fin de sus refugios subterráneos tras meses de sequía. Los pájaros en migración cruzaban piando alarmados: pardillos, papamoscas... insensibles a la mirada atenta de un mochuelo sobre las pedrizas cercanas. En apenas dos horas, el torrente cesó y sólo quedaron charcos. En nuestra región mediterránea, a veces, muy pocas veces, un monte seco puede convertirse en un río...

10 septiembre 2009

El Diablo Mediano

Al caer la tarde, las retamas suenan, crepitando débilmente, como si susurraran. Este apagado crujido es la tosca música que hacen cientos de semillas al golpetear contra su vaina ya seca cuando el viento las agita. Cerca de las semillas, en la base de las hojas como tallos verdes, algunas ninfas de chinche de escudo succionan savia y exudan melaza, cuidadas por sus socias, las hormigas Camponotus; unas moscas diminutas se acercan también y sorben inquietas el dulce líquido, prestas a huir de las hormigas. Más abajo, en la rama, hay cicatrices de hojas que ya murieron, y tienen forma como de espina de rosal. Cuál no sería mi sorpresa al percatarme de que una de estas "espinas"... ¡se movía!

Más tarde descubrí que estas cigarrillas-espina se llamaban Centrotus cornutus, una de las tres especies europeas de una familia eminentemente tropical: los Membrácidos, famosos entre los naturalistas por presentar algunas de las formas más extravagantes entre los animales (hasta aparecen en la película Master and Commander como inspiración de ideas evolutivas para ese doctor que refleja la fascinante época previa a la teoría de la evolución). Su pronoto abultado a menudo tiene prolongaciones que llegan incluso a formar un arco, una especie de atomium de Bruselas, banderines, crisálidas, falsas hormigas, y ... algo tan inclasificable como esto. El aspecto de nuestro Centrotus motivó que Geoffroy, en el S. XVIII, lo llamara "Diablo Mediano"; "Diablo Pequeño" le puso a otro membrácido europeo (Gargara genistae) - al parecer no adjudicó un "Diablo Mayor", quizá porque eso ya le sonó demasiado para un inofensivo insecto que sólo succiona savia tranquilamente.

Llegamos por fin a la "Pregunta Mayor": ¿por qué los membrácidos tienen semejante tórax? Prácticamente desde los tiempos de Darwin se generalizó la idea de que la causa es la selección natural: el insecto mejora su camuflaje al romper su silueta mediante excrecencias del tórax, con lo cual los pájaros lo confundirán a menudo con alguna espina o cicatriz foliar, así que cazarán menos individuos cuanto mejor imiten éstos su entorno vegetal. Resultado: imitaciones perfectas de espinas y otros órganos de plantas. Así, los membrácidos se convirtieron en un clásico de libro de texto para ilustrar la evolución del camuflaje. Sin embargo, incluso hoy en día hay quien pone en duda esta explicación. Si esas prolongaciones mejoran el camuflaje, dicen, ¿por qué entre los membrácidos hay formas que, aparentemente, no sólo no se asemejan a nada que rodee al insecto sino que llaman la atención sobre la planta (pinchad, por favor, en alguno de los vínculos anteriores)? Los que dan mucho peso a esta crítica y a otras sugieren que los membrácidos no son un caso de camuflaje originado por selección natural, sino una caprichosa explosión evolutiva en la que la forma del pronoto, básicamente, no influye en la supervivencia. El enorme desarrollo de ese primer segmento del tórax se achaca a una vieja idea que ya fue esgrimida por los detractores de Darwin en el S. XIX: la ortogénesis, según la cual la evolución sigue tendencias independientes de la selección natural (en este caso, complicar el pronoto) a veces hasta lograr incluso órganos tan exagerados (hipertelia) que perjudican al ser vivo. El ejemplo habitual de ortogénesis hipertélica son las astas gigantes del alce irlandés, a las que Stephen Jay Gould dedicó uno de sus siempre curiosos ensayos.

Por lo visto, no hay pruebas irrefutables a favor o en contra del papel de la selección natural en el caso de los membrácidos... Me quedo, pues, con mi propia experiencia de las tardes junto a las retamas, y os aseguro que no es nada fácil encontrar a estas discretas cigarrillas: aun sabiendo lo que busco, las cicatrices de las hojas me confunden una y otra vez. ¿Por qué para un pájaro no habrían de ser igualmente difíciles de detectar? Para nuestro "Diablo Mediano", desde luego, yo apostaría por la selección natural... (¡pero no demasiado!).

06 septiembre 2009

Lo barroco de la naturaleza

No es una mantis. Es una prueba viviente de la selección natural. Observad las garras rapaces, erizadas de pinchos para retener la presa. Contemplad los ojos iridiscentes como una esmeralda que cambiase de color en la oscuridad, el vientre que imita el diseño de advertencia de las avispas, y esas alas imposibles en una mantis verdadera, repletas de delicadas nerviaciones como las de una hormiga león. Sí, es un neuróptero como ellas, un pariente lejano de las crisopas, pero tan especial, tan sometido a las mismas presiones evolutivas que las mantis, que la selección natural ha modelado su cuerpo hasta lograr algo fantásticamente semejante a esos hieráticos insectos (por convergencia evolutiva).

Pero en Mantispa styriaca, protegida por convenios internacionales, hay aún mucho más de lo que Margalef llamó "lo barroco de la naturaleza". Las contadísimas veces que he encontrado mantispas ha sido siempre en septiembre y siempre cerca de capullos de huevos de araña, a menudo de Segestria florentina. Esto no es extraño, porque estamos ante un peculiar súper-depredador, o bien parasitoide de predadores. Las larvas de mantispa se abren camino a través de la envoltura sedosa de los capullos y dentro se transforman en otro tipo de larva que se alimenta de huevos de araña, hasta que se transforma en crisálida. A esto se le llama hipermetamorfosis, y se conoce en pocas especies de insectos de nuestra fauna, como, por ejemplo, en el aceitero y en el Sitaris de quien tanto escribió Fabre.

Mantispa styriaca, un mantíspido. Convergencia evolutiva, coloración aposemática, mimetismo parcial con una avispa, consumidor especialista de huevos de un predador, e hipermetamorfosis, todo en uno. ¿Alguien da más?

04 septiembre 2009

Las cogujadas y las pequeñas diferencias

Hoy como hace siglos, las cogujadas comunes (Galerida cristata, izda.) corretean por los caminos polvorientos, apartándose de los coches con una rápida carrera cuando casi están a punto de atropellarlas. De ahí su nombre manchego, "pájaras tontas", que revela una opinión muy discutible sobre su inteligencia cuando uno se percata de que lo que buscan es alimentarse de los insectos que chocan contra el parabrisas y caen al suelo aturdidos. Su segundo nombre, "pájara moñuda", suena casi igual de manchego pero más descriptivo, y mucho más internacional por su semejanza con el nombre inglés del pájaro, crested lark. Sin embargo, pocas veces se ven cogujadas en Inglaterra, lo cual es chocante cuando sí que crían en el Norte de Francia. Parece que la respuesta está en que son especialmente sedentarias comparadas con sus parientes cercanos las alondras comunes (Alauda arvensis, la skylark, dcha.), frecuentes en la mitad septentrional de Iberia. Es llamativo que en los eriales de nuestro monte siempre se vean unas cuantas parejas de cogujadas todo el año, pero sólo en invierno haya alondras. Los mapas de distribución de ambas especies nos dicen que esto es la norma general: la alondra es sobre todo un ave invernante en el Sur de España, mientras que la cogujada aguanta durante el verano. ¿Acaso estos pájaros, que tanto se parecen, que están muy próximos dentro de la misma familia, se diferencian en algo que al uno le abre las puertas del verano mediterráneo mientras que al otro se las entorna o prácticamente se las cierra? Pues parece ser que sí, y que, en efecto, se trata de unas diferencias tan sutiles como importantes.

La sequía estival es el gran escollo al que deben enfrentarse todos los seres vivos mediterráneos, y es evidente que a unos pájaros de campo abierto sometidos a esta prueba les ayudará muchísimo a superarla el poder ahorrar agua en su cuerpo. Y qué casualidad: las cogujadas tienen un metabolismo más lento que el de las alondras, lo cual las hace generar menos agua de respiración. Además, las cogujadas pierden menos líquido por evapotranspiración que las alondras, en lo que probablemente influyan tanto la capa de grasa que las aísla como, quizá, algo a primera vista tan irrelevante como... ¡la longitud del pico! Al exhalar el aire a través de los cornetes nasales, el pico más largo de la cogujada tendería a retener más vapor de agua que el de la alondra. Aunque esto aún no se ha confirmado como diferencia clara entre ambas especies, es la tendencia general en su familia (Aláudidos).

¿Es la selección natural la causa de estos rasgos? Entonces, seguramente la alondra emigra para evitar el verano mediterráneo, al que no estaría tan bien adaptada como nuestra "pájara moñuda". Pero, desde mi ignorancia, hay al menos otra alternativa: que el origen de estos rasgos sea simplemente que los pollos de la cogujada han crecido en un hábitat más cálido y seco (plasticidad fenotípica)... Si fuera así, entonces el instinto migrador de las alondras sería en realidad lo que las excluye del Sur de Iberia, pero no su capacidad de adaptación. Es una posibilidad, pero personalmente sospecho que la selección natural está muy implicada en este asunto. En todo caso, las cogujadas no sólo no son tontas, ni "vulgares", sino que tienen mucho que enseñarnos, según con qué ojos las miremos.

02 septiembre 2009

Esculpidas por los pájaros

Al final del verano, al anochecer, oscuras mariposas revolotean entre las encinas. Durante las horas de tórrido calor han aguantado refugiándose a la sombra de estos árboles-matas, casi siempre a sotavento, donde volar les cuesta menos energía. Ahora, en septiembre, muchas llevan roto el ápice del ala anterior, justo donde el paisaje microscópico del mosaico de sus escamas dibuja un falso ojo (ocelo), con asombroso detalle, una media mirada inquisidora que el insecto muestra, alzando el ala anterior, ante cualquier posible amenaza, espantando a los pájaros más pusilánimes y desencadenando en los más decididos un certero ataque... del que la mariposa saldrá viva con el mal menor de un ala rota o dos. Es decir, que el ocelo atrae picotazos, desviándolos del cuerpo, donde serían letales. Y a juzgar por la cantidad de alas rotas a estas alturas del año, parece una estrategia defensiva bastante eficaz, sobre todo ahora que los mirlos deambulan hambrientos, saltando sobre la hojarasca, al acecho de cualquier insecto mediano que llevarse al pico.

Supongo que de esta clase de observaciones surgió la explicación tradicional a los ocelos de las mariposas: están ahí por selección natural, porque tenerlos supone para el insecto más opciones de sobrevivir hasta reproducirse. Aunque todavía cabe discutir la validez de esta idea, desde luego yo diría que es cierta al menos en la especie de estas acuarelas, Pyronia cecilia, el "lobito meridional" (izda. macho, dcha. hembra), exclusiva de la Península Ibérica y muy común por todo el monte. Pertenece, como todas las oscuras mariposas a las que me refiero, a la estirpe de los Satirinos, las llamadas "pardas" por sus colores dominantes. ¡Fijaos en el extraordinario camuflaje, modelo "hojarasca en sombra", del reverso del ala posterior! Las hace virtualmente invisibles cuando pliegan las alas a un solo paso nuestro. Invisibles, pero sólo para un animal tamaño vertebrado... ¿Hasta qué punto los pájaros habrán esculpido, literalmente a picotazos, las formas y colores de estas mariposas?
Para identificar mariposas diurnas europeas: Tolman & Lewington (1997).

01 septiembre 2009

Parasitoides

Una avispa solitaria captura a un saltamontes mayor que ella, lo aguijonea, lo paraliza con su veneno y lo arrastra hacia su nido, una galería excavada en la tierra; dentro, le pone un huevo sobre el pecho. La avispa introducirá de la misma manera otro saltamontes, para luego tapar cuidadosamente la entrada del agujero. En la oscura cámara subterránea, del huevo emerge una diminuta larva que devora vivo al saltamontes inmóvil pero aún sensible; la larva le horada primero el tórax y en apenas dos jornadas deja sólo una carcasa vacía, y pasa a comerse también vivo al segundo saltamontes. Ya crecida, ya saciada, se transforma en una crisálida de la que surgirá en junio una nueva avispa dispuesta a repetir la misma historia...

La cazadora es Tachytes europaea; su víctima, Dociostaurus jagoi occidentalis. El saltamontes más común del ecosistema en verano, y su captor especialista, cuyo ciclo vital es el de un parasitoide, ese espantoso modo de vida intermedio entre parásito y depredador: consumir a un animal vivo hasta matarlo. Por suerte, no existen parasitoides de vertebrados - la película Alien (cuyo extraterrestre está inspirado en esta familia de avispas, los Esfécidos) muestra la pesadilla que eso podría ser. Pero entre los insectos abundan los parasitoides, casi no hay especie que no pueda ser víctima de uno o de varios. ¿Diremos que eso es horrible, que no es justo que existan? Podemos, como Darwin, plantearnos por qué un creador benévolo habría de diseñar unos seres cuyo modo de vida es la crueldad más innecesaria. Pero quizá lo mejor sea simplemente aprender algo de los parasitoides: que la naturaleza funciona al margen de nuestras ideas del bien y del mal.

“No puedo persuadirme de que un Dios benévolo y omnipotente haya creado a los icneumónidos con la intención expresa de que se alimenten dentro de los cuerpos vivos de orugas” Charles Darwin (1860), carta a Asha Gray

El campo de carlinas

Agosto de 2009: la sequía estival ha acabado con todas las herbáceas de nuestro monte. ¿Con todas? No. Algunas especies resisten todavía (no siempre) al calor. Con su floración sucesiva, marcan el transcurso de las semanas, y al final de agosto sólo quedan floreciendo las carlinas, o cardos cuco (Carlina corymbosa). Las flores ásperas y de aspecto seco de estos cardos significan ahora una última oportunidad de supervivencia para cientos de abejas y avispas solitarias, y para sus parasitoides (moscas abejorro, icneumones, bracónidos...). Las hormigas león y las libélulas del secano vigilan sobre los tallos espinosos ya dorados. Las mariposas azules buscan algo de néctar en las flores medio secas. Pequeñas ninfas de cigarrillas, cuidadas por hormigas, sorben la savia agarradas a las hojas espinosas. Y a ras de suelo, las pequeñas lagartijas colilargas que han nacido este verano son los grandes predadores de todo este microcosmos. Y toda esta fauna desafía a la muerte cada día, perdida bajo el Sol en el campo de carlinas.