13 diciembre 2012

El inquilino acorazado

Ciertas avispas jurásicas comenzaron a excavar galerías subterráneas, y en su mundo de laberintos oscuros perdieron las alas, se organizaron como una sociedad de castas al mando de una reina, y hoy llamamos hormigas a sus lejanos descendientes. Las hormigas crearon un nuevo hábitat, el de sus hormigueros, un ambiente protegido, abastecido de provisiones y amortiguado respecto al frío y al calor del exterior. Algunos invertebrados supieron aprovechar las ventajas de este nuevo mundo, se convirtieron en las “mascotas” de las hormigas, como veíamos en una entrada anterior. En estos días de frío, bajo la escarcha, en lo profundo de los túneles, deambulan entre la masa de hormigas en movimiento unos inquilinos mucho más extraños y fuertes que la indefensa cochinilla de la humedad.

Podemos encontrar a estos insólitos comensales al levantar una roca y dejar al descubierto los intrincados pasadizos del hormiguero, pero resulta fácil pasarlos por alto, pues en ese momento sólo nos parecerán grumos de tierra, o como mucho conchas vacías y estropeadas de algún caracol. Pero una vez me entretuve lo bastante ante la piedra levantada como para que uno de esos grumos cobrase vida. De pronto, unas patas asomaron del pequeño estuche terroso, revelando que era en realidad el habitáculo de una larva de escarabajo. Durante más de un año, la naturaleza de esa larva fue para mí un misterio. Hasta que, leyendo por casualidad en una guía de campo, di con la respuesta.
Como pude confirmar, era una larva de escarabajo clítrido, seguramente del género Lachnaia, o Clytra, un insecto que pasaba su estadío juvenil errando a ciegas por el dédalo de un hormiguero. Se alimenta, creemos, de los detritus que va encontrándose por los pasadizos. Se protege de las belicosas hormigas fabricándose ese estuche terroso a base de sus propios excrementos, una funda que crece al ir creciendo el gusano que la construye. Ante el inquisidor contacto de las antenas de una hormiga, la larva de clítrido se refugia velozmente en el estuche, taponando la entrada con la dura placa esclerotizada que escuda su cabeza. De este modo logra sobrevivir entre la marea de obreras dispuestas a eliminar a cualquier intruso en su colonia. Y cuando finalmente la larva se convierte en crisálida, suele hacerlo bajo una roca, cerca del exterior, facilitando así el escape al escarabajo adulto.

Un peligro más letal que la horda de hormigas acecha a esta larva acorazada. Lo vi en una sola ocasión en trece años, o quizás no, no estoy seguro. Sólo sé que una vez, al levantar una roca, observé atónito, entre las hormigas, a una hormiga de terciopelo, una de esas avispas vellosas, rojinegras y sin alas. Este intruso avanzaba sin ninguna preocupación aparente junto a las hormigas, lo cual me extrañó porque normalmente los insectos huyen de ellas. Más tarde averigüé que una especie de hormiga de terciopelo, Physetopoda halensis, se desarrolla parasitando larvas de Clytra dentro de los hormigueros. Tal vez sorprendí a una de estas especialistas extremas buscando a su víctima, no puedo confirmarlo.

En cualquier caso, existe una avispa de terciopelo que crece devorando a un gusano acorazado, que a su vez vive como comensal de unas avispas subterráneas… Sumemos una extravagancia evolutiva más a la larga lista de rarezas vivientes del matorral mediterráneo.

14 noviembre 2012

Delicioso parásito

Llegó el tiempo de la seta de cardo, y cada mañana los seteros que recorren las alfombras verdes de hierba recién nacida bajo la niebla son la pieza final de una larga y extravagante historia de evolución. Remontémonos unos 800 millones de años hacia el pasado; por entonces, la tierra firme era todavía un desierto solamente habitado por microbios y por algunos hongos que vivían de descomponer los escasos restos que dejaban las algas del verdín sobre la roca y el suelo. Miles de siglos después, hace unos 450 millones de años, ya había primitivas plantas creciendo junto al agua, erguidas gracias a la rigidez que les otorgaba una sustancia especial de sus células: la lignina, esa filigrana de anillos de átomos de carbono que hoy todavía sigue dando su consistencia a la madera. Al extenderse las plantas sobre tierra firme, la lignina se tornó abundante como residuo vegetal, y los hongos no desaprovecharon la oportunidad de alimentarse de ella. Desarrollaron eficaces sistemas moleculares para digerir la lignina, y hasta tal punto llegó la avidez de algunos hongos por la materia vegetal que empezaron a consumir a las plantas todavía vivas. Entre estos parásitos se cuenta nuestra seta de cardo, que vive a costa de ir pudriendo las raíces de ciertas hierbas de la familia Umbelíferas - no confundir con la versión cultivada, la falsa seta de cardo de la madera (Pleurotus ostreatus), de sabor muy inferior y que crece en los tocones formando parte de los hongos de la llamada "podredumbre blanca" de la madera.

Bajo lo que conocemos por seta de cardo (la de monte) se esconde un complejo grupo de especies y variedades de hongos cuyo aspecto y sabor resultan virtualmente idénticos. La diferencia radica en que cada variante de la seta de cardo se ha especializado en parasitar cierto tipo de umbelíferas de su área nativa de distribución, que es la cuenca mediterránea y sus alrededores. Así, Pleurotus ferulae infecta las raíces de la vistosa Ferula communis, mientras que Pleurotus eryingii hace lo propio con las del cardo corredor o setero (Eryingium campestre). Bajo tierra, esta seta despliega los filamentos algodonosos de su micelio, una pelusa viviente que va segregando enzimas digestivas llamadas lacasas, las cuales poco a poco hidrolizan la lignina de las raíces del cardo setero. Muchos cardos sucumben ante la infección por parte del hongo, que sería por tanto un parásito letal, un parasitoide. Pero otros cardos seteros resisten de algún modo, y estos supervivientes experimentan un misterioso cambio de sexo. Al parecer, ciertas sustancias que produce el hongo esterilizan la parte masculina (polen) de la planta. El cardo pasa así a convertirse en una planta hembra, a efectos prácticos, ya que sólo serán fértiles los óvulos de sus flores. En esto la seta de cardo recuerda a la bacteria Wolbachia, que vive dentro de numerosos insectos a los que convierte en hembras.

Pero parece ser que las consecuencias de esta transmutación no son del todo perjudiciales para los cardos seteros. Pensemos que, en un terreno de setas ("rodal"), los cardos feminizados no podrán reproducirse entre sí, con lo cual el polen que los fecundará forzosamente será de plantas de otros terrenos sin Pleurotus, terrenos que estarán relativamente lejanos y que por tanto seguramente tendrán cardos con variedades diferentes de ciertos genes. De este modo, los hongos están favoreciendo una saludable mezcla genética entre diferentes poblaciones de cardos seteros. Tal vez así facilitan la persistencia de las poblaciones de estas plantas, lo cual suena lógico porque dependen totalmente de ellas. ¿Acaso está convirtiéndose la seta de cardo en un extraño simbionte de su hospedador? Los indicios apuntan a que las diferentes especies y variedades de setas de cardo han evolucionado recientemente adaptándose a distintas plantas a lo largo de la zona mediterránea y alrededores, de modo que la coevolución planta-hongo no ha hecho más que empezar en este caso. ¿Qué derroteros seguirá la historia de la seta de cardo en un futuro lejano? ¿Se convertirá en un simbionte integrado dentro de los tejidos vegetales del cardo setero, como ejemplifican los numerosos hongos endofíticos que se conocen? Quién sabe...

Por su capacidad de romper la lignina, los Pleurotus y otros hongos de la podredumbre blanca de la madera podrían ser útiles para descontaminar terrenos polucionados con hidrocarburos aromáticos policíclicos.

16 septiembre 2012

Daños colaterales

Hacia esta época del año nacen los lagartos ocelados, para muchos los reptiles más vistosos del continente. Ven su primera luz bajo el aspecto de pequeñas lagartijas de cabeza grande y ocelos blancos, pero cuando crezcan, si los respetan sus numerosos enemigos (coches incluidos), podrán alcanzar las tallas que hacen de esta especie, Timon lepidus, el mayor lagarto de Europa. Hay citas de lagartos de hasta 70 cm de longitud, y este tamaño le garantiza dos cosas. Lo primero, haber sido consumido por el hombre, costumbre más bien folclórica y típica que lo fue del norte de Extremadura. Lo segundo, ser tenido por peligroso (lo sea o no), lo que le ha dado un aura de leyenda negra. Se dice que el lagarto persigue a las mujeres menstruantes por el campo, y que come tantos huevos que diezma las poblaciones de perdiz.
 
Su fama de destructor de huevos es completamente exagerada: estamos ante uno de los reptiles ibéricos cuya dieta se ha estudiado mejor, y los datos dejan claro su régimen mayoritariamente insectívoro. Cuando los huevos de ave están presentes en su menú, es sólo de manera esporádica, por lo que resulta difícil de creer que afecten a la dinámica poblacional de la perdiz. Del mismo modo, resulta anecdótica su captura de gazapos y de otros vertebrados, que suponen sólo alrededor del 1% de la dieta, y sólo están al alcance de los lagartos más grandes. A pesar de ello, en los años 1970 las batidas de lagartos eran habituales en muchos cotos, y todavía hoy se les pone veneno o se abaten, en un ejemplo más de esa miopía ecológica orgullosa de sí misma que todavía campea por lo más recalcitrante de nuestro acervo popular. Porque los lagartos son presas frecuentes de la mayoría de las rapaces y carnívoros, con lo cual, al eliminar al lagarto, se favorece que esos depredadores se dediquen más al conejo y a la perdiz. Lo cual podría hacer que se pierdan más piezas de caza de las que restarían todos los lagartos juntos.

Aparte de la antipatía generalizada que despierta entre los cazadores, este soberbio y hermoso reptil, endémico del oeste de la cuenca mediterránea, afronta otros muchos problemas que le han valido el ser catalogado a escala mundial como "Casi Amenazado", según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, 2008). La intensificación de la agricultura le viene mal al lagarto, que no prospera en los monocultivos cerealistas faltos de refugio y sobrados de insecticidas. En la llanura de La Crau, en la Provenza, los lagartos ocelados abundaban hasta que en 1995 las ovejas empezaron a ser tratadas con un producto químico para eliminar gusanos parásitos. Este vermicida mejoró la salud de las ovejas pero volvió sus excrementos tóxicos para los escarabajos estercoleros, una de las presas favoritas del lagarto ocelado. Para 1997, estos escarabajos casi habían desaparecido de algunas parcelas, y en una de ellas, que en 1993 albergaba 225 lagartos, sólo quedaban dos. Hoy los lagartos se consideran casi extinguidos en La Crau.
 
Efectos indirectos como el de este caso seguramente se esconden tras el declive de muchas otras especies. Recuerdo la insólita escena veraniega de un gran lagarto ocelado corriendo sobre sus patas traseras, como un pequeño dinosaurio, a través de un claro de nuestro ecosistema. Antes pensaba que los lagartos estaban más o menos a salvo en esta crisis de biodiversidad. No sabía que nuestro modo de vida puede poner en jaque a las especies más cotidianas a través de engranajes ecológicos tan inesperados como, por desgracia, efectivos.
 
Información tomada de la excelente monografía sobre el lagarto ocelado de José A. Mateo (2009) en la Enciclopedia Virtual de los Vertebrados Españoles.

27 agosto 2012

Cómo sobrevivir a la sequía

El viento que antes batía sobre las dunas del Sahara descendió este verano sobre la Península Ibérica para convertirla en una extensión meteorológica del desierto. En nuestro ecosistema, las frecuentes olas de calor desde finales de junio han llevado al límite la capacidad de supervivencia de muchas especies. Los tomillos, paradigma de planta resistente, están más secos de lo que nunca he visto, aunque todavía conservan algunas hojas medio verdosas entre la sombra de la base de sus diminutos tallos. Incluso los romeros (Rosmarinus officinalis) amarillean, a pesar de que su mayor tamaño les da ventaja frente a la sequía, pues les permite desarrollar unas raíces más profundas, que acceden a zonas del suelo que permanecen húmedas más tiempo. Nunca deja de asombrarme que estas plantas de la familia Labiadas sobrevivan a los días de fuego en que el aire parece quemar y la calima desdibuja los contornos del paisaje. ¿Cómo lo consiguen? Cuentan con la protección de sus aceites esenciales, esas sustancias aromáticas que recubren sus hojas como un barniz que reduce la pérdida de agua. También frenan la desecación gracias a las fuertes cutículas de las hojas, a la protección del vello del envés, y resguardando bien los poros (estomas) con que la planta intercambia gases. Pero todo eso no basta; lo demuestran las hojas secas que se acumulan día tras día en las ramas fragantes de ambos arbustos. La propia planta las deja morir, cortándoles el suministro de savia, sacrificándolas para evitar perder demasiada agua a través de ellas.
 
Aun así, las hojas que la planta "decide" conservar vivas en verano todavía habrán de afrontar serios peligros de deshidratación. Para economizar al máximo la necesidad de agua, dentro de las células de las hojas del romero la actividad fotosintética se ralentiza, las paredes celulares se refuerzan y se acumulan sustancias de reserva. Lo peor han de soportarlo las hojas altas, las que apenas reciben sombra de otras ramas; en ellas podemos ver ahora una curiosa disposición, la que muestra la fotografía. Cuando noté por primera vez estas hojas giradas en vertical, pensé que era el preludio de que se secarían, idea que abandoné al ver hojas secas pero perfectamente horizontales más abajo, en la misma rama. ¿Acaso el romero estaba pivotando sus hojas más altas para salvarlas del sol? Tras buscar información, creo que esa es la respuesta. Lo hacen otros arbustos mediterráneos que también pierden algunas hojas en verano, en concreto algunas jaras (Cistus): orientan sus hojas en un ángulo muy vertical para que reciban menos insolación, con lo cual evitan no sólo que se deshidraten, sino los daños que causa la intensa radiación ultravioleta del sol en los delicados sistemas fotosintéticos (esto es, la fotoinhibición).
 
Por estos trucos de supervivencia tan sutiles podemos imaginarnos hasta qué punto peligran las plantas en el verano mediterráneo. No perdamos de vista que son la respuesta a unas condiciones verdaderamente duras, a una meteorología propia de un desierto subtropical. Si el resto del año siguiera la tónica seca y cálida del verano mediterráneo, a la larga desaparecería nuestro monte y lo sustituiría la desolación. La realidad indiscutible del calentamiento global durante el siglo XX sugiere que, de ir en alguna dirección, vamos en esa. Y la presencia de más dióxido de carbono en la atmósfera de lo que ha habido en los últimos 400.000 años apunta claramente a que la causa directa de ese aumento de temperatura es la quema de combustibles fósiles. Y en contra de cualquier principio de prudencia, seguimos emitiendo gases de invernadero, y al hacerlo no sólo jugamos con el clima del futuro, sino también con las fuerzas y los ritmos que han modelado el patrimonio de la biodiversidad que nos rodea.

09 agosto 2012

El delfín de los eriales

Ocurrió hace unos 5 millones de años. El deterioro del clima traía nuevos retos para la vida en la cuenca mediterránea. Entre sus millares de tipos de plantas, pugnaba por sobrevivir un linaje de pequeñas hierbas llegadas hacía pocos millones de años desde más allá de los confines orientales del mar. Por sus flores amoratadas, con forma de espolón, hoy las llamamos espuelas de caballero, y por su lejana semejanza con un delfín, bajo cierto punto de vista, se clasifican dentro del género y subgénero Delphinium. En estas espuelas se repitió la misma historia que en tantas otras plantas de la región: formaron poblaciones que ocupaban una llanura entera, una cordillera, una península... poblaciones que se quedaron relativamente aisladas entre sí durante algún tiempo, seguramente por las vicisitudes de la geografía y del clima. Estas poblaciones aisladas iban evolucionando por separado, y, al no mezclarse entre sí, se diferenciaban cada vez más, hasta que eventualmente se convirtieron en especies distintas. Así, a través del aislamiento geográfico, suelen originarse las especies (especiación alopátrica). Y así es como debió de surgir la espuela de caballero de nuestro ecosistema, Delphinium gracile, una hierba exclusiva de la Península Ibérica y del norte de África, uno de tantos endemismos que hacen de los territorios de clima mediterráneo un caleidoscopio de diversidad florística sólo comparable con los trópicos.

Nuestra flor-delfín parece frágil entre los eriales dorados y áridos que habita, su tallo es tan débil que se comba cuando se posa a libarla uno de los abejorros que, se cree, son sus principales polinizadores. Se diría que la planta está ocultando con su aspecto las temibles armas químicas que contiene. Porque este Delphinium está repleto de toxinas cuyo efecto aún no se conoce bien, aunque sí se sabe que su estructura química es muy similar a la de la metilaconitina (MLA), un alcaloide presente en otras hierbas del mismo género, con propiedades paralizantes al estilo del curare, pues bloquea la contracción muscular (del músculo esquelético, en este caso) y puede llegar a causar la muerte. Con semejante defensa, resulta más fácil de entender que las espuelas de caballero se vean casi siempre intactas en pleno verano, cuando apenas quedan plantas verdes y por tanto deberían de ser muy apetecidas por los insectos herbívoros y por el ganado. Dado que otros Delphinium han provocado envenenamientos de ganado, no me extrañaría en absoluto que los animales evitasen estas hierbas. Y como suele ocurrir con las plantas peligrosas, las espuelas de caballero han tenido ciertos usos medicinales en el pasado, aunque la fiabilidad de algunos de ellos parece tan dudosa como la creencia de que ayudan a combatir la picadura del escorpión o de que alejan de los establos a las brujas, en Transilvania.

La cronología de la evolución de las espuelas de caballero procede de este artículo, y las referencias sobre los usos figuran aquí. Planta identificada con la Flora Vascular de Andalucía Oriental.

22 julio 2012

La avispa mamut

Megascolia maculata flavifrons, hembra; supera los 4 cm de longitud.
Casi a mediodía, bajo un sol que hacía luminosas las sombras, las avispas solitarias erraban acechantes entre la hierba dorada y quebradiza. Una diminuta Tachytes rojinegra revoloteaba inquieta en busca de saltamontes. Algo más lejos se escuchaba el zumbido de una delgadísima Prionyx que excavaba en la galería de su nido subterráneo, tal vez deseosa de aprovisionarlo con una buena langosta italiana. A ras de suelo, las hormigas de terciopelo buscaban alguna galería de abeja en donde infiltrarse, mientras sus machos de alas oscuras libaban en las flores de una alfalfa ya medio seca. Y entonces toda mi atención de repente fue a parar a un zumbido casi monstruoso que se impuso al canto de las cigarras en las encinas, y apareció volando un insecto enorme, la mayor avispa de Europa: Megascolia maculata flavifrons. Con una envergadura más propia de un pequeño pájaro que de un insecto, Megascolia prospectó el erial y pronto se marchó rumbo a un olivar cercano. Pensé saber el motivo, y recordé la vieja historia que Fabre escribió, hace más de un siglo, acerca de este coloso de los insectos al que los ingleses llaman "avispa mamut".

Larva de escarabajo lamelicornio (familia Scarabaeidae).

Por entonces Fabre la llamaba Scolia, como a otras avispas menores de su misma familia (Scoliidae). A lo largo de unos 50 años, el maestro de la Provenza pudo reunir suficientes observaciones sobre las Scolia como para reconstruir cómo vivían. Descubrió que las hembras excavan en la tierra suelta en busca de larvas de escarabajos, y que estas larvas eran invariablemente de lamelicornios, como la cetonia (familia Scarabaeidae). En su mundo subterráneo, la avispa paraliza a la larva de un certero aguijonazo tóxico, para después depositar cuidadosamente un huevo sobre ella. Acto seguido se marcha abriéndose paso a través de la arena, en busca de otra larva. Y cada una de las larvas paralizadas servirá de alimento para una futura avispa excavadora, que emergerá del suelo en verano, manchándose de las pequeñas motas minerales que pusieron a Fabre en la sospecha de sus hábitos zapadores.

Siendo nuestra "avispa mamut" la mayor de las Scolia de Fabre, es lógico que su víctima haya de ser el mayor de nuestros escarabajos lamelicornios, y así lo confirmó Carlo Passerini, que en 1840-41 vio cómo las hembras de Megascolia se internaban en las arenas tras las enormes larvas del escarabajo rinoceronte. Este escarabajo, Oryctes nasicornis, es común en los olivares del Campo de Montiel, donde su larva se desarrolla entre la tierra mezclada con restos de madera y hojarasca al pie de tocones añosos de olivo. De modo que la Megascolia que observé aquel día parecía saber perfectamente adónde debía ir, como si la guiase a los olivares un sexto sentido que debe de ser en realidad un finísimo olfato, o el reconocimiento visual del hábitat de su presa, o ambas cosas, supersentidos que se desarrollan cuando la evolución ata unas especies al destino de otras. La gran avispa se ha liberado de tener que competir por las presas con otras avispas similares, ya que se dedica en exclusividad a una especie de escarabajo que las demás evitan, por lo que sabemos. Pero si ese escarabajo se extingue, cae también la "avispa mamut". Así, para bien o para mal, la mayor avispa de la cuenca mediterránea depende totalmente del mayor escarabajo.

Más sobre las avispas Scolia en los Souvenirs Entomologiques de Fabre, y en el Vol. 10 de Faune de France (Berland, 1925), que podéis descargar gratis del enlace que figura en la columna lateral del blog.

11 julio 2012

Collalbas y estrellas de mar

Un macho de collalba rubia (Oenanthe hispanica), pájaro de campo abierto que cada año viene a criar desde África. Recuerdo que esta especie fue la primera que identifiqué utilizando mi primera guía de aves... y a partir de ahí empezó todo.
En junio de 1963, en una costa del Pacífico un poco más al sur de Canadá, Robert T. Paine se preguntó qué pasaría si eliminásemos a los depredadores en un ecosistema. Y se fijó en una orilla rocosa repleta de mejillones, percebes, lapas y bellotas de mar, entre las que se deslizaba el caracol carnívoro Thais. Pero todos estos animales, incluso Thais, eran presa del mayor depredador del lugar, la estrella de mar Pisaster ochraceus. Nuestro naturalista simplemente mantuvo a la estrella de mar fuera de una pequeña parcela de costa, y esperó unos meses. Sin la estrella, empezaron a ocurrir cambios en la comunidad. Las bellotas de mar, libres de su enemigo, se extendieron hasta que ocuparon la mayoría del espacio disponible, hacia septiembre. Para el siguiente junio, los mejillones y percebes, lentos pero seguros, estaban reemplazando a las bellotas de mar, y las algas, antes frecuentes, escaseaban. Muchas otras especies se vieron alteradas, con el resultado de que la comunidad pasó de tener unas 15 especies a sólo 8. ¡Y sólo por faltar la estrella de mar! Este depredador era clave para mantener la diversidad de la costa, porque, al comerse a los competidores más agresivos, permitía a los competidores más débiles mantenerse sobre el tablero ecológico. Algo parecido a lo que hacía el conejo con las hierbas, como vimos en este post. Este efecto, llamado "predación clave" (keystone predation), hizo del artículo en el que Paine lo describió todo un clásico de la historia de la ecología.

La red alimentaria de una costa rocosa de Norteamérica, en donde la estrella de mar ocupa el puesto de superpredador. Basado en el artículo de Paine (1966).

En nuestro monte, la estrella de mar podría muy bien ser el zorro, las culebras y los lagartos, todos los animales que, de vez en cuando, depredan huevos o pollos de los nidos a ras de suelo. El papel de las bellotas de mar, mejillones y percebes sería representado por cogujadas, calandrias, collalbas y demás pajarillos que nidifican en el suelo, en campo abierto. Se ha demostrado que los nidos de estas aves suelen ser depredados con mucha más frecuencia que los de pájaros que nidifican en árboles o matorrales, lugares que por su estructura protegen de muchos depredadores oportunistas. Así que cabe aplicar a las pequeñas aves de campo abierto nuestro ejemplo de la estrella de mar, y entonces surge la idea de que la gran depredación que sufren podría en realidad ayudarles a coexistir más fácilmente, manteniendo su diversidad local más alta de lo que sería sin tanto enemigo. Los depredadores, al relajar la competencia entre especies, podrían también ser la causa de que estos pajarillos ocupen nichos ecológicos muy similares (generalmente, insectívoros-granívoros con un hábitat de campo abierto poco especializado). Quizás, por esa competencia relajada, la selección natural no ha ejercido la misma presión sobre estas aves que sobre otras a la hora de separar los nichos nítidamente. Desconozco si realmente ha sido así, pero no deja de impresionarme el que, bajo la apariencia totalmente distinta de una costa rocosa y de un monte mediterráneo, podamos encontrar unos mismos principios, y que éstos, pese a conocerse desde hace mucho, nos abran nuevas perspectivas para entender la biodiversidad.

23 junio 2012

Las armas invisibles de Arlequín

Arlequín, Arlecchino, llevaba un traje de rombos de colores en las comedias de improvisación de la Italia del Renacimiento, compartiendo escenario con Polichinela, Colombina, Pantalone... De este Arlequín de la Comedia dell'Arte viene el nombre de la más extraordinaria mariposa de nuestro ecosistema. Zerynthia ruminael arlequín de los insectos ibéricos, habita exclusivamente en las tierras del oeste de la cuenca mediterránea, y en España hay varias subespecies, dos de ellas catalogadas como en peligro de extinción (subespecies cantabricae y minima, si bien la última es de dudosa validez). Pero en conjunto el arlequín no está amenazado en nuestro país; aun así, es la mariposa más rara y esquiva del monte al que dedico este blog. Solamente he visto dos arlequines en cuatro años, y ambos revoloteaban cerca de las aristoloquias, las únicas plantas que comen sus orugas, plantas venenosas y hasta letales para nosotros.

El peligro de las aristoloquias ya se conocía en la Grecia antigua, donde se sabía que provocan la menstruación y el dar a luz, de ahí su nombre, que significa "lo mejor para el parto". Como escribió el médico griego Dioscórides: "La aristoloquia se llamó ansí por parecer que a las mujeres socorría en el parto [...] Bebida con pimienta y con mirra expele el menstruo, las pares y la criatura del vientre, y lo mismo hace metida en la natura de la mujer." Hoy sabemos que las aristoloquias contienen un potente alcaloide, la aristoloquina, o ácido aristolóquico, que favorece la aparición de cánceres porque causa mutaciones en las células, y además es tóxico para el riñón, llegando a causar la muerte por fallo renal. Y esta sustancia es sólo uno de los muchos alcaloides que protegen a la planta de los animales herbívoros. Como muchas otras orugas de otras plantas, las de Zerynthia acumulan en su cuerpo los alcaloides que continuamente ingieren con las hojas. Igual que la aristoloquia secuestra polinizadores, su parásito secuestra alcaloides. Tal vez la oruga sea insensible a estos venenos, o tal vez los almacene dentro de células especiales donde permanecen inactivos. El caso es que la oruga está repleta de alcaloides y por eso, a su vez, es venenosa. De este modo, las armas invisibles con que se defiende la aristoloquia pasan a proteger a una mariposa. Precisamente el color llamativo de estas orugas parece avisar a los pájaros de que no serán plato de gusto, al estilo de tantos otros insectos con colores de advertencia (aposemáticos). ¿Quién hubiera imaginado que esta historia increíble de flores secuestradoras y arlequines venenosos tenía lugar en la umbría secreta de las marañas de encina?

Traducción de Dioscórides realizada por Andrés Laguna (1566).

02 junio 2012

Flor que secuestra

A la umbría de las encinas, pasando entre un remolino de mariposas pardas y doradas que se refugiaban del sol de junio, me incliné para observar la aristoloquia. Sus hojas tiernas, en tallos como de enredadera, portaban como único atisbo de flor una extraña trompa verdosa, estriada, que abría su interior oscuro y velloso a través de una boca ojival. Estas bocas sirven a la aristoloquia como trampas que secuestran insectos. Porque desprenden un olor que las moscas identifican como de carne corrupta, y éstas buscan su origen y encuentran que emana de algo semejante a un orificio abierto en un cadáver. Así las moscas, engañadas, se internan por el tubo de la flor de aristoloquia. Cuando a su paso encuentran unos pelos rígidos, los franquean sin contemplaciones, afanosas por dar con el supuesto cadáver. Finalmente alcanzan el fondo de la flor, se desesperan y entonces intentan escapar, pero ahora esos pelos rígidos las retienen, pues son como puertas que sólo dan paso hacia abajo. Atrapadas, secuestradas por la aristoloquia, las moscas aguardan en la penumbra verdosa de la flor. Transcurren unas horas, un día, tal vez dos, y entonces su encierro se vuelve más extraño aún, porque un fino polvo dorado aparece de las paredes y las embadurna. La flor ha madurado su parte masculina y rocía de polen a sus cautivos. Y se marchitan los pelos que mantenían presas a las moscas, dejándolas por fin salir de la trampa. Salen cargadas de un polen que servirá para fecundar a otra aristoloquia, para lo cual alguna de las moscas ha de volver a caer en el engaño. De este modo logran perpetuarse las aristoloquias en general, unas plantas de afinidades tropicales con un solo representante en nuestro ecosistema: Aristolochia paucinervis. Pero además estas secuestradoras son extraordinarias por otros motivos, como veremos en la próxima entrada.

17 mayo 2012

Cómo evitar el sexo

La vida está llena de complicaciones innecesarias, y el sexo es una de las mayores. Porque, si las bacterias y los esquejes nos demuestran que basta con un solo ser para originar a otro, ¿para qué complicar más la reproducción? Si nos pidieran que diseñáramos la vida, ¿quién de nosotros daría en algo tan extraño como la reproducción sexual, toda una máquina de Goldberg viviente repleta de pasos aparentemente caprichosos? Primero hay que dividir la especie en dos tipos de ejemplares (macho y hembra), luego cada tipo debe producir su propia versión de unas células especiales, que llevan la mitad de cromosomas que una célula normal; finalmente esas células deben unirse, así que hay que buscar algún modo de que ambos sexos las junten, cosa a menudo harto difícil tanto para los animales (cortejo, apareamiento…) como para las plantas (polinización). ¿Traen alguna ventaja todas estas extravagancias? Ya comentamos en otra entrada que seguramente sí. Pero cualquier ventaja irá junto con un serio inconveniente: como la reproducción sexual es tan compleja, puede fallar en muchos pasos. Y los fallos a veces compensan incluso que el ser vivo abandone la reproducción sexual. Por ejemplo, para el insecto-palo de la imagen, Clonopsis gallica, el sexo supondría la extinción. ¿Cómo puede ser?

Los machos son muy escasos en la mayoría de las especies de insecto-palo, pero en Clonopsis gallica ni si quiera se conocen, por lo que he podido averiguar. Todos los ejemplares que se han observado de este insecto-palo son hembras, y se reproducen simplemente poniendo huevos de los que nacen más hembras. No necesitan aparearse, de modo que por cada Clonopsis ha habido un nacimiento virginal (partenogénesis) en el ecosistema. ¿Qué ocurriría si hubiera machos y las hembras se aparearan con ellos? No funcionaría, y la clave está en los cromosomas de Clonopsis. Para entenderlo, repasemos algo de genética: nosotros tenemos los cromosomas organizados por pares, ya que hay dos versiones de cada cromosoma, una heredada del padre y otra de la madre. Cuando formamos células sexuales (óvulos o espermatozoides), cada cromosoma de cada par se separa del otro, yendo a parar a una célula distinta. Así se consiguen células con la mitad de cromosomas, adecuadas para unirse con otra célula sexual y así restablecer el número correcto de cromosomas. Ocurre del mismo modo en la mayoría de animales y plantas, pero nuestro Clonopsis parece ser una excepción. Hay evidencias de que tiene no dos, sino tres versiones de cada cromosoma (es un triploide, y no un diploide como nosotros). Con los cromosomas organizados en tríos, y no en parejas, las células sexuales no pueden recibir justo la mitad de cromosomas, unas recibirán dos y otras una versión de cada cromosoma. El resultado será que la inmensa mayoría de las células sexuales no serán viables, por estar genéticamente desequilibradas en algunos cromosomas. Así que, en la práctica, estos insectos no podrán tener descendencia fértil si se reproducen sexualmente. Por eso, si las hembras vírgenes no fueran capaces de poner huevos fértiles, la especie se extinguiría. ¿Y por qué tienen estos insectos tres versiones de cada cromosoma? Parece ser que la causa radica en el propio origen de esta especie. Al igual que muchas plantas, este insecto no se ha originado por la vía habitual de la evolución, que es a partir de una sola especie. Los estudios genéticos apuntan a que surgió como un híbrido de tres especies nada menos. Así surgió un triploide, un ser que sólo se perpetúa mediante nacimiento virginal, por las extrañas reglas del sexo.
Los insectos-palo (Fásmidos) constituyen uno de los grupos de insectos típicamente tropicales que en Europa sólo se encuentran en la zona mediterránea. Son fitófagos, nocturnos y extraordinariamente miméticos entre la hierba y los arbustos. Las áreas triangulares en el extremo distal de las tibias intermedias y posteriores, unidas a las antenas cortas, indican que la especie de nuestro ecosistema es Clonopsis gallica (Charpentier, 1825).

06 mayo 2012

La novia está hambrienta


Diezmadas tal vez por el seco inicio de esta primavera, muchas flores faltan este mayo a su cita con el sol en el pasillo de las orquídeas-abeja. Sólo se han abierto las flores más abundantes por todo el pasto: los ranúnculos, los senecios, algunas pajaritas, y algún nazareno. Parece que estas flores soportan mejor las malas primaveras, ¿quizá por eso abundan tanto en cualquier año? Mientras pensaba esto, vi cruzar una pequeña mancha negra volando de un romero a otro. Al observarla con los prismáticos, la mancha resultó ser tres insectos juntos: el de abajo no se movía, pero en él hurgaba el de en medio con una larga probóscide, como un pico, y el de arriba sujetaba a ambos y a la vez estaba colgado de una hoja de romero, al estilo de un gibón. Aquí  podéis ver en acción al extraño tándem, grabado en vídeo réflex - merece la pena verlo en alta definición, para ello pulsar en el título, seleccionar en Youtube calidad de 1080p, y ponerlo en pantalla completa.


En este trío, el insecto de abajo está muerto y los dos de arriba se están apareando. Son una pareja de lo que yo llamo “moscas-daga”, traduciendo así uno de sus nombres en inglés, dagger flies (familia Empídidos). Las moscas-daga son voraces cazadores de otras moscas, a menudo incluso de su mismo tamaño; las capturan y succionan sus fluidos mediante ese enorme “pico” como una fina daga. Su instinto cazador es tan fuerte que el macho que se acerca a una hembra para aparearse podría terminar siendo capturado y absorbido sin piedad. ¿La solución? Un regalo que aplaca. El macho captura una presa, la entrega a la hembra, y mientras ésta la devora tiene tiempo de aparearse sin peligro. Normalmente la presa que elige el macho es una de las moscas más comunes en esta época del año, la mosca de San Marcos (Bibio marci), que aparece a centenares hacia el día que le da nombre. Los machos de la mosca de San Marcos, cuyos ojos inmensos ocupan prácticamente toda la cabeza, se congregan formando enjambres que revolotean junto a las encinas, como bailando, subiendo y bajando, demostrando sus dotes aéreas hasta que aparece una hembra y se lanzan tras ella en cuanto la detectan con sus descomunales ojos. Estos machos bailadores parecen muy distraídos danzando en el aire, así que no es de extrañar que sean presa común de los machos de moscas-daga. De este modo, la reproducción sexual pone en peligro de maneras distintas a los machos de ambas especies de moscas, y una termina salvando a la otra a costa de su vida.

23 abril 2012

El todo ojos

Esa mañana de abril vi el primer falso abencerraje del año. Los incontables ojos pintados en sus alas parpadeaban en el aire bajo el sol, revoloteaban entre los asfódelos y las orquídeas, sobre los canónigos silvestres y los nazarenos. Mientras la mariposa se perdía entre la hierba, yo pensaba en su nombre repleto de historias. De entrada, ¡abencerraje! ¿Qué insólita conexión ha hecho que estas mariposas reciban el nombre de una insigne familia de la Granada islámica? Y su nombre científico tampoco tiene desperdicio: Pseudophilotes panoptes, oséase, “casi un philotes todo-ojos”… ¿Qué significa esto? Por un lado, philotes, Filotes, era una diosa de la Grecia antigua, una hija de la Noche, responsable de la amistad, el amor y el sexo. Otra mariposa azul fue bautizada como Philotes, y como el falso abencerraje se asemeja bastante a ella, de ahí viene el Pseudo. Pero lo mejor llega con el  panoptes. En la mitología griega, Argos Panoptes era un gigante de cien ojos (o mil), el mejor guardián, porque incluso durmiendo dejaba la mitad de sus ojos abiertos. La diosa Hera encargó a esta criatura la vigilancia de Ío, una de las muchas amantes del dios Zeus. Todo empezó cuando Hera, la celosa mujer de Zeus, a punto estuvo de sorprender a éste con Ío, situación que Zeus evitó transformando a la chica en vaca. Este truco le salió mal, porque Hera fingió creer que la vaca era un regalo para ella, se llevó a Ío y la puso bajo custodia de Argos. Aun así, Zeus se las ingenió para recuperarla. Recurrió al dios Hermes, quien fue a ver a Argos y empezó a contarle unas historias aburridísimas hasta que se le cerraron todos los ojos, y entonces acabó con él. En recuerdo a este guardián, Hera puso los cien ojos en la cola del pavo real… y al parecer en las alas de una pequeña mariposa azul.

El falso abencerraje también tiene su interés desde el punto de vista naturalístico. No sólo porque sea exclusivo del oeste de la cuenca mediterránea, sino por su dieta. De las 32 especies de mariposas diurnas que tengo anotadas en mi cuaderno de campo como habitantes del paraje, es la única que de oruga come tomillo, según las guías de campo. ¿Qué tiene esto de particular? Que la familia del tomillo (Labiadas) tiene muchísimas especies en la cuenca mediterránea, y sin embargo muy pocas mariposas son capaces de usarlas como alimento. ¿Acaso encuentran demasiado picante su sabor, ese cóctel de aceites esenciales aromáticos que protege a estas plantas de ciertos herbívoros? Quizás, pero este tipo de problemas no han sido impedimento para otras mariposas; así, por ejemplo, las orugas de cierta esfinge mediterránea (Daphnis nerii) se alimentan nada menos que de adelfas, plantas muy usadas en jardinería pero extremadamente tóxicas; sus hojas en infusión pueden matar incluso a una persona. Y la esfinge de las adelfas sólo es un ejemplo, hay muchos otros más. Si las mariposas son capaces de esto, ¿por qué, entonces, hay tan pocas que coman arbustos aromáticos tipo tomillo? No lo sé… Tal vez, sencillamente, aún no ha transcurrido bastante tiempo para que surjan muchas especies de mariposas dedicadas a estas plantas. Esto tiene su sentido, porque muchas Labiadas se cuentan entre las especies más recientes de la flora mediterránea. Aparecieron hace relativamente pocos millones de años… mucho antes de que Hera lanzase los cien ojos de Argos sobre las alas de nuestro abencerraje.

03 abril 2012

La pequeña avutarda y el Premio Nobel

El viajero, cazador y naturalista Chapman, en su libro Wild Spain (1893), describía así el espectáculo que en esta época del año interpreta en los campos ibéricos la más pequeña de las dos avutardas que habitan Europa: En la lejanía de la pradera nuestro ojo capta algo blanco, que desaparece y otra vez aparece. Enfocando los prismáticos al objeto distante se ve que es un sisón macho, que, con alas gachas y cola abierta, lentamente gira sobre su eje. Ahora se alza hasta la altura, mostrando todo el blanco de su plumaje, luego su pecho parece deprimido contra la tierra, y entre tanto una extraña nota gorgoteante es lanzada, monosilábica, pero repetida en rápidas estrofas.

La insólita danza del macho del sisón (Tetrax tetrax) sirve para atraer a distancia a las hembras, al igual que las “ruedas” que protagonizan los grandes machos barbones de su pariente, la avutarda. Ambas escenas son variantes de un mismo asunto: el lek, la exhibición ritualizada que los machos de ciertas especies realizan en terrenos especiales, las “arenas”, a donde las hembras acuden dispuestas a aparearse. Los machos muestran su calidad genética a través de una vigorosa exhibición, aparentemente absurda o extravagante, cuyo único objetivo es convencer a una hembra de que merece la pena como compañero de reproducción. Gracias al esfuerzo que realizan los machos en un lek, la hembra puede evaluar rápidamente cuáles le interesan, y así elegir los mejores genes posibles para su descendencia.

Pero cada década son menos los sisones que nos brindan estas soberbias extravagancias. Desde 2004, la IUCN tiene catalogado a esta pequeña avutarda en su Lista Roja, en la categoría de “Casi Amenazada”. En apenas un siglo se ha extinguido en Alemania, Grecia y en gran parte de la Europa del Este. En Francia, el 80% de los sisones se perdieron sólo en las décadas de 1980-1990. El último gran refugio del sisón en Europa es la Península Ibérica, que acoge a unas tres cuartas partes de la población europea, sobre todo en la submeseta sur. En nuestro monte, el sonido siseante del vuelo del sisón macho era habitual hace diez años, reflejo de que la especie era muy común en el Campo de Montiel. Hoy los oigo mucho menos, y los veo rara vez. A finales del siglo XIX, Chapman aseguraba que la pequeña avutarda era muy abundante; desde entonces el sisón ha sufrido un serio declive. ¿Qué le ha pasado? Todo apunta a que ha sido víctima de uno de los acontecimientos que más bienestar ha aportado al ser humano: la revolución verde.

En los años 1940, el agrónomo estadounidense Norman Borlaug inició experiencias de desarrollo agrícola en México. Alentado por la idea de erradicar el hambre en el mundo a base de mejorar la producción agraria, su obra forjó lo que más tarde vino a llamarse la revolución verde: multiplicar la producción a costa de regadíos, fertilizantes, plaguicidas, monocultivos y variedades híbridas. Pronto esta agricultura intensiva alivió las miserias de numerosos países subdesarrollados, y las técnicas se extendieron por todo el planeta, incluyendo nuestra Europa mediterránea (en buena parte a instancias de la política agraria de la Unión Europea). Los resultados fueron excelentes en términos económicos: se estima que la revolución verde ha salvado cientos de millones de vidas humanas. Norman Borlaug recibió el Premio Nobel de la Paz, y a su muerte, en 2009, fue honrado como uno de los grandes benefactores de la humanidad. Pero esta historia tiene su contraparte desde el lado del sisón. Sus eriales fueron arados y convertidos en cultivos cerealistas. Sus campos fueron rociados periódicamente con venenos que le dejaban, como mínimo, pocos insectos que comer. Estas y otras muchas causas, más sutiles, están borrando lentamente al sisón de nuestro paisaje. Borlaug respondía así ante las críticas de grupos ecologistas: “Si vivieran sólo un mes en medio de la miseria del mundo en desarrollo, como he hecho por cincuenta años, estarían clamando por tractores y fertilizantes y canales de riego […]” ¿Acaso para poder alimentarnos debemos sacrificar a las especies que nos acompañan? No tiene por qué, hay métodos de agricultura ecológica que no son tan agresivos como los de la revolución verde. Por tanto, existe otra opción: esforzarnos por hacer un mundo donde el bienestar humano sea compatible con el patrimonio de la biodiversidad. Y aunque eso esté cada día más lejos, al menos sepamos que podría ser posible.

Datos citados procedentes de los enlaces proporcionados, y de este estudio. El libro de Chapman se puede descargar desde Biodiversity Heritage.

19 marzo 2012

Lucha aérea

“Al poco las veo salir, 4 en total” – anoté en mi cuaderno de campo. Antes de salir, las abejas solitarias emergían a la luz del sol desde la oscuridad de su agujero excavado en el suelo, asomaban las antenas y, tras uno o dos minutos desperezándose, echaban a volar hacia los romeros de marzo. Permanecí sentado sobre el camino de tierra, esperando verlas volver cargadas de polen, pero pronto me distrajo un zumbido incesante. A un paso de mi, un insecto aparecía como congelado en el aire, cernido a más de un metro del suelo, tan abstraído que apenas se inmutó cuando me acerqué un poco más para observarlo. Era una mosca-abejorro, del género Bombylius; en estos días liban las flores del romero (ver imagen). Pero este Bombylius parecía absorto en alguna tarea importante, que pronto se puso de manifiesto. Porque cada vez que algún insecto cruzaba a menos de unos 3 m de su puesto, el Bombylius, como un centinela, salía tras el intruso, vertiginoso, casi imposible de seguir con la vista, lo perseguía haciendo tirabuzones y quiebros hasta echarlo de lo que él consideraba, sin duda, su territorio, la parcela en la que yo me había sentado. En un rato lo vi expulsar a varios otros Bombylius, y también a abejas solitarias e incluso a moscardones, ¡le daba igual de qué especie fuera el invasor! El mero estímulo de ver a un insecto volando cerca bastaba para disparar su belicoso comportamiento. Apenas pasaba un minuto sin que expulsase a alguien, ¡qué cantidad de energía estaba gastando! Cuando este guardián del camino regresaba de una de sus escaramuzas, se desvió un tanto en su trayecto y entonces fue él quien recibió un ataque… ¡de otro Bombylius! Entonces comprendí que, lo que para mí era tan solo un camino, para estos volátiles era un campo de batalla divisible en territorios que ellos estimaban merecedores de ser defendidos hasta la extenuación. ¿Pero qué era toda esta locura? ¿Qué les estaba pasando a los Bombylius?

Una pista es que estas moscas-abejorro se desarrollan como parásitos letales (parasitoides) de abejas solitarias. Las hembras de Bombylius lanzan huevos a los agujeros-nido de esos insectos, y lo hacen volando casi a ras de tierra, cernidas, disparando los huevos desde el ápice del abdomen con un rápido movimiento de todo el cuerpo hacia abajo en el aire. Previamente las hembras han rebozado los huevos en el polvo del suelo, quizás para lanzarlos mejor o para que rueden hacia el agujero. Varias veces he presenciado esta operación de lanzamiento, y os aseguro que la madre Bombylius tiene pésima puntería. Pero cuanto más hábil sea volando, lo normal será que acierte más y que tenga por tanto más descendencia. Así, la habilidad en vuelo cernido resulta clave para estos insectos. Por eso es lógico que las hembras se apareen preferentemente con machos que hayan demostrado ser los mejores voladores, y, ¿qué mejor prueba de ello que ser el dueño de un territorio? Para conservarlo, el macho seguramente ha debido de expulsar a innumerables intrusos, pelearse en un sinfín de combates aéreos y mantenerse cernido y vigilante hora tras hora. ¡Todo un campeón del aire! Estos ases del vuelo ofrecen para la hembra una buena garantía de futuros descendientes muy hábiles volando, y por tanto bien preparados para acertarle al agujero (si son hembras) o para ganarse un territorio con el que conquistar hembras (si son machos). Todo lo cual ayuda a entender por qué los machos son tan territoriales y pendencieros en el aire. Es curioso pensar que los propios Bombylius ni saben por qué hacen todo esto ni han elegido vivir así. Su conducta, su vida, está sujeta a la selección natural, igual que a la gravedad o a cualquier otra ley de la naturaleza que define los límites de lo que llamamos libertad.
En la fotografía, un posible Bombylius analis, el antiguo B. undatus según las claves de Séguy (1926) de Faune de France. Hay varias otras especies de Bombylius en el paraje, y cambian a lo largo del año. Más sobre estas moscas-abejorro en las numerosas entradas que les ha dedicado el blog Macroinstantes.

11 marzo 2012

Abejas turbo

Los romeros atestiguan que a la primavera le está costando entrar este año. Puestos a prueba por las recientes heladas, han abierto muchas menos flores de lo normal. Así que las abejas solitarias ahora están muy concentradas, ya que no tienen más remedio que libar en las escasas ramas donde relucen apenas unas pocas flores. Estas abejas, que no construyen colmenas, llaman la atención por sus contrastados tamaños: al lado de una diminuta Halictus, una Anthophora dispar (ver fotografía) es un coloso. A la primera le estimo un biovolumen de alrededor de 25 mm3, mientras que la segunda se acercaría a los 400. En comparación, sería como si hubiera una especie de humanos que pesasen unos… ¡1.400 kg! Tales gigantes serían sin duda torpes y lentos, pero en el mundo de las abejas nuestra intuición no vale, porque la colosal Anthophora resulta ser muchísimo más rápida que cualquier abeja más pequeña. Se nota si las observamos libando: una Anthophora llega a las flores en constante estrés y, sin dejar de zumbar, le dedica apenas 3 segundos a cada flor, mientras que una minúscula Halictus permanece como 10 segundos, se posa, camina sobre los estambres, se amodorra en un pétalo... Es como si una abeja, al encoger, experimentase una dilatación relativista del transcurso del tiempo. ¿Por qué ocurre esto, cómo es que las más apresuradas son las más voluminosas? ¿No podrían las Anthophora tomarse la vida con más calma? Creo que no pueden... si quieren reproducirse con éxito. Para entenderlo, pongámonos en el lugar del insecto.

¿Qué significa para una abeja solitaria una buena flor de romero? Una dosis de polen y néctar, sus únicas fuentes de alimento y de provisiones para abastecer el nido en que se criará su futura descendencia. Las abejas más grandes necesitarán más dosis para cumplir su ciclo vital (consumen más por ser mayores), y por tanto deberán libar más flores. Como necesitan más dosis y viven aproximadamente el mismo tiempo que las abejas pequeñas, las grandes deberán ser más rápidas libando. Por eso una Halictus puede permitirse holgazanear un poco en cada flor, pero para una Anthophora cada segundo es oro, porque no le queda más remedio que visitar muchas flores cada día, así que no puede entretenerse mucho en cada flor. Pero además las Anthophora tienen un gasto adicional de energía, porque son abejas de sangre caliente, endotérmicas mejor dicho. Esto significa que, antes de volar, “calientan motores” produciendo calor con los músculos que mueven las alas, y, cuando el tórax alcanza cierta temperatura, alzan el vuelo y entonces prácticamente ya no dejan de volar mientras liban, con lo cual se mantienen calientes durante su labor. Esto les permite mantener un ritmo velocísimo libando flores, las convierte en algo así como "abejas turbo", insectos siempre zumbantes y acelerados que van a toda máquina sin importarles mucho si el día es fresco o cálido. Pero... ¿no será en realidad un inconveniente esta capacidad de termorregularse? Por un lado, es cierto que la termorregulación puede venir muy bien para estas abejas tan apremiadas por las elevadas exigencias energéticas propias de su tamaño, pero...  ¿realmente serían menos eficaces si no termorregularan? ¿La energía que gastan termorregulando puede pasarles factura en un mal año, en el que haya muy pocas flores de romero? De cualquier modo, ese mal año están viviéndolo ahora mismo. Si las "abejas turbo" se han pasado con sus demandas energéticas, este año la reproducción se les dará peor, con lo cual el próximo debería de haber menos Anthophora dispar de lo normal. En ese caso, quizás las humildes Halictus están realmente mejor preparadas para resistir los vaivenes del clima mediterráneo. ¿Qué ocurrirá? Lo sabremos en 2013...

Gracias a Francisco Javier Ortiz-Sánchez por identificar estas abejas
. El t
iempo que dedican a cada flor lo estimé en marzo de 2009 contando cuántas flores visitan en un minuto estas especies (hice unas 10 observaciones de cada especie, en condiciones constantes de unos 25ºC, entre las 12-13 h, con sol).

26 febrero 2012

Isla Cadáver

La vi pocos días antes de morir: una oveja rezagada del rebaño, de aspecto avejentado y balar ronco de enfermedad. “Poco le queda”, pensé bajo el reclamo de los reyezuelos en las encinas. Semanas después, la primavera apuntaba en los brotes de la hierba sobre la que yacía la carcasa de lo que fue esa oveja. No había olor, ni ya ruido de urracas, sólo destacaba la incipiente blancura de los huesos aún articulados. Me acerqué a ella pensando en cómo se estaba convirtiendo en humus, en minerales, en insectos destinados a dar vida a los pájaros, en toda una reserva de nutrientes en el suelo de la que habrían de surgir hierbas que sustentarían a otras ovejas... Levanté el cráneo con una rama y allí estaban, agazapados, los escarabajos que habían nacido de esta muerte; los logré identificar dentro del género Thanatophilus (seguramente de la especie rugosus, ver dibujo), que significa "amigos de la muerte". Recordé aquella liebre muerta en mayo, cómo se llenó de los mismos insectos, como el ratón del verano, la torcaz o la culebra de escalera atropellada. Los Thanatophilus siempre acababan encontrando el cadáver, y nunca se sabía de dónde habían salido.


Pensé que, para estos insectos fúnebres, un vertebrado muerto es algo así como una isla que surge, imprevisible y benévola, de entre el mar hostil del matorral mediterráneo. Pensé que la evolución debe de haber dotado a los diminutos “amigos de la muerte” de un prodigioso olfato y de una buena capacidad de volar hacia una “Isla Cadáver”, esa tierra prometida que quizás sólo algunos elegidos pudieran alcanzar en cada generación. Recordé que el escarabajo enterrador que había encontrado ahogado en un bidón en verano tenía plegadas unas alas larguísimas bajo los cortos élitros, indicio de que era un gran volador de largas distancias en busca de estas islas de carroña. Generalicé que los insectos de la carroña deben de ser grandes viajeros, como predice su particular ecología. Porque, para un organismo que depende de hábitats efímeros y de aparición imprevisible, como un cadáver, hay una enorme presión evolutiva hacia el desarrollo y mantenimiento de una gran capacidad de dispersión, que le facilitará localizar esos raros entornos favorables que necesita. Hasta tal punto sucede así que los escarabajos del linaje del Thanatophilus (Sílfidos) que han perdido la capacidad de volar tienden a abandonar los hábitos necrófagos, volviéndose mayoritariamente cazadores de invertebrados del suelo, un modo de vida para el que no necesitan vuelo. Del mismo modo que los escarabajos carroñeros son consumados voladores, los escarabajos acuáticos propios de las charcas temporales vuelan excelentemente, al igual que ciertos chinches especialistas en esas islas de agua efímeras que a veces la primavera hace brotar entre el secano.

Más sobre la evolución de la capacidad de dispersión en “Discovering evolutionary ecology” (Mayhew, 2006).

17 febrero 2012

100 entradas: greatest hits

Esta entrada hace... ¡la número 100 del blog! Tamaño evento le hace a uno pensar en cuánto da de sí un monte manchego. Cuando el blog cumplió su primer año, publiqué una entrada especial a modo de resumen, en la que os invitaba a elegir vuestra entrada favorita. Ahora la ocasión merece algo más, y por eso aquí os brindo este peculiar top ten de las entradas que más visitas han recibido, según las estadísticas de blogger:

1. Las hormigas león (2009). ¡La primera entrada tras la presentación del blog ha envejecido bien, como las propias hormigas león desde tiempos remotos, y hoy encabeza la lista de éxitos del matorral! ¿Qué tendrán las hormigas león, que no podemos dejar de mirarlas?

2. Eau de cuquillo (2011). ¡Nuestra fétida abubilla ha conseguido encandilar en poco tiempo al público, y es que su fragancia no deja indiferente a nadie! ¡Imparable desde su salto a la fama en Menéame, el aromatizado cuquillo va directo a desbancar a las hormigas león!

3. La red de la bastarda (2011). ¡Tiene título de culebrón, y efectivamente ES un culebrón, la mayor serpiente de Europa, el terror de sus propias crías, la tremenda, la escurrida, culebra bastarda!

4. Madre de las hormigas (2011). ¡Es indescriptible, es inaudita (bueno, algún crujido sí emite), es lo que no parece (un lagarto) y parece lo que no es (una lombriz)! ¡Con todos ustedes, la culebrilla ciega!

5. La red invisible (2009). ¡En vivo desde su gota de agua del musgo, estos microbios han ampliado su red alimentaria para infiltrarse poco a poco en toda una red global de computadoras interconectadas por vía telemática (internet, vamos)!

6. Memorias de Australia (2011). ¡La protagonista de estas memorias no ha recibido óscars, ni puede hacer nada bueno sobre la alfombra roja! ¡Cuidado, que aquí llega la más torcaz de las palomas!

7. Viviendo sin aire (2011). ¡No sólo Maná quiere vivir sin aire! ¿Tenéis estómago para leer sobre el idem de una oveja y comprobarlo?

8. La verdadera historia de la cigarra y la hormiga (2010). ¡Una historia para no contar a los niños! ¿Las hormigas, paradigma del trabajo, convertidas en mendigas de una cigarra sin oficio ni beneficio? ¡Así pasa en el campo, y así lo cuenta esta espeluznante entrada!

9. El extraño viaje del aceitero (2011). ¡La aventurera vida de este escarabajo se va alzando poco a poco desde que asomó los élitros a la lista de éxitos! ¡Pocos tienen tanto magnetismo correteando entre la hierba!

10. El origen de las especies... y sus picos (2011). ¡Darwin sólo habría necesitado la coletilla "... y sus picos" en el título para convertir su obra maestra en un éxito aún mayor! ¿Quién puede resistirse a estos picos llenos de selección natural?