“Al poco las veo salir, 4 en total” – anoté en mi cuaderno de campo. Antes de salir, las abejas solitarias emergían a la luz del sol desde la oscuridad de su agujero excavado en el suelo, asomaban las antenas y, tras uno o dos minutos desperezándose, echaban a volar hacia los romeros de marzo. Permanecí sentado sobre el camino de tierra, esperando verlas volver cargadas de polen, pero pronto me distrajo un zumbido incesante. A un paso de mi, un insecto aparecía como congelado en el aire, cernido a más de un metro del suelo, tan abstraído que apenas se inmutó cuando me acerqué un poco más para observarlo. Era una mosca-abejorro, del género Bombylius; en estos días liban las flores del romero (ver imagen). Pero este Bombylius parecía absorto en alguna tarea importante, que pronto se puso de manifiesto. Porque cada vez que algún insecto cruzaba a menos de unos 3 m de su puesto, el Bombylius, como un centinela, salía tras el intruso, vertiginoso, casi imposible de seguir con la vista, lo perseguía haciendo tirabuzones y quiebros hasta echarlo de lo que él consideraba, sin duda, su territorio, la parcela en la que yo me había sentado. En un rato lo vi expulsar a varios otros Bombylius, y también a abejas solitarias e incluso a moscardones, ¡le daba igual de qué especie fuera el invasor! El mero estímulo de ver a un insecto volando cerca bastaba para disparar su belicoso comportamiento. Apenas pasaba un minuto sin que expulsase a alguien, ¡qué cantidad de energía estaba gastando! Cuando este guardián del camino regresaba de una de sus escaramuzas, se desvió un tanto en su trayecto y entonces fue él quien recibió un ataque… ¡de otro Bombylius! Entonces comprendí que, lo que para mí era tan solo un camino, para estos volátiles era un campo de batalla divisible en territorios que ellos estimaban merecedores de ser defendidos hasta la extenuación. ¿Pero qué era toda esta locura? ¿Qué les estaba pasando a los Bombylius?
Una pista es que estas moscas-abejorro se desarrollan como parásitos letales (parasitoides) de abejas solitarias. Las hembras de Bombylius lanzan huevos a los agujeros-nido de esos insectos, y lo hacen volando casi a ras de tierra, cernidas, disparando los huevos desde el ápice del abdomen con un rápido movimiento de todo el cuerpo hacia abajo en el aire. Previamente las hembras han rebozado los huevos en el polvo del suelo, quizás para lanzarlos mejor o para que rueden hacia el agujero. Varias veces he presenciado esta operación de lanzamiento, y os aseguro que la madre Bombylius tiene pésima puntería. Pero cuanto más hábil sea volando, lo normal será que acierte más y que tenga por tanto más descendencia. Así, la habilidad en vuelo cernido resulta clave para estos insectos. Por eso es lógico que las hembras se apareen preferentemente con machos que hayan demostrado ser los mejores voladores, y, ¿qué mejor prueba de ello que ser el dueño de un territorio? Para conservarlo, el macho seguramente ha debido de expulsar a innumerables intrusos, pelearse en un sinfín de combates aéreos y mantenerse cernido y vigilante hora tras hora. ¡Todo un campeón del aire! Estos ases del vuelo ofrecen para la hembra una buena garantía de futuros descendientes muy hábiles volando, y por tanto bien preparados para acertarle al agujero (si son hembras) o para ganarse un territorio con el que conquistar hembras (si son machos). Todo lo cual ayuda a entender por qué los machos son tan territoriales y pendencieros en el aire. Es curioso pensar que los propios Bombylius ni saben por qué hacen todo esto ni han elegido vivir así. Su conducta, su vida, está sujeta a la selección natural, igual que a la gravedad o a cualquier otra ley de la naturaleza que define los límites de lo que llamamos libertad.
En la fotografía, un posible Bombylius analis, el antiguo B. undatus según las claves de Séguy (1926) de Faune de France. Hay varias otras especies de Bombylius en el paraje, y cambian a lo largo del año. Más sobre estas moscas-abejorro en las numerosas entradas que les ha dedicado el blog Macroinstantes.
6 comentarios:
¡Lo que da de sí un macizo de flores invernales! El romero es como un centro comercial en rebajas, todos acuden a la compra.
Las interrelaciones entre insectos no dejan de sorprenderme. Los Bombylius machos son como aviones caza y las hembras como bombarderos.
Y que lo digas, Jesús, ahora mismo un romero cualquiera en flor es el fondo por el que desfilan algunas de las especies más increíbles de la entomofauna mediterránea, un patrimonio de biodiversidad fascinante. Y a veces muy belicoso, ya ves. Saludos naturalistas.
La verdad, siempre me sorprendió el comportamiento de animales e insectos, pero cuanto más profundizo más me asombro y más me doy cuenta de la extrema extravagancia que comporta la vida diaria de los seres vivos que nos rodean. Qué parafernalia de extrañas actuaciones nos envuelven en nuestro "estresado y complicado", o al menos así creemos, quehacer diario, sin ser conscientes de la gran complejidad y agotadora tarea de seres que desgraciadamente creemos muchos de nosotros como inferiores.
Creo que mirar a cada ser vivo con atención es lo único necesario para encontrar historias de biodiversidad fascinantes. Por cada especie cuya vida ignoramos, nos queda por descubrir el resultado de miles de millones de años de evolución. Y eso casi siempre nos dará una sorpresa. Saludos, Pincelín, y bienvenido a este monte.
Es fascinante las interacciones que se producen entre los insectos. Tengo practicado eso, sentarme en un camino soleado de tendencia seca, y comenzar a ver este tipo de hazañas.
Te sigo leyendo. saludos naturalistas.
Y eso que normalmente sólo nos fijamos en las interacciones directas (parasitoide-hospedador, depredador-presa, etc.); si pensáramos en las interacciones indirectas (a través de una o más especies), sería más fascinante aún. Por ejemplo, las moscas-abejorros, al depender de las abejas, podrían depender también de los abejarucos y de los parásitos de estas abejas. Saludos, naturalista.
Publicar un comentario