26 julio 2011

El imitador

Avanzaba sigiloso, apoyándome en cada paso tan despacio como caía el sol hacia el oeste, pero la hojarasca se empeñaba en crujir bajo mi peso amenazando con delatarme. Entré a un claro orlado de coscojas y encinas, desde donde la voz surgía de algún lugar oculto en el ramaje de enfrente. Desde unos espartos que apenas me disimulaban, oí la voz acercarse y detenerse en la horquilla de una encina, y a través de los prismáticos lo que imaginaba como alguna nueva especie de curruca, inusualmente áspera en su cháchara, resultó ser un joven alcaudón común (Lanius senator), que a juzgar por su librea no debía de llevar muchas semanas fuera del nido. Cada verano suelo ver algunos juveniles de esta especie en el paraje, antes de que se marchen al África subsahariana, así que, un tanto decepcionado, bajé los prismáticos, pero de repente me interesé de nuevo cuando vi que cerca del alcaudón había pájaros revoloteando. Llegué a contar cuatro currucas: un macho de rabilarga, dos cabecinegras (macho y hembra) y quizá una hembra de carrasqueña. Estos pajarillos saltaban de rama en rama, a escasos metros del alcaudón, y lo contemplaban como extrañados de su canto. Lo miraban agitar la cola medio abierta en abanico, una y otra vez, y ante todo parecían sentir mucha curiosidad por la evidente imitación del canto de las currucas que estaba elaborando ese pájaro. Al cabo de un rato fueron marchándose del claro, y el imitador se fue el último. Pocos días después fui testigo de otra escena similar, esta vez protagonizada por un alcaudón común adulto como solista y algunas currucas rabilargas como público.

Todavía no he podido observar el presumible objetivo que persigue el alcaudón con estas imitaciones extravagantes. Pero sospecho que a veces su exhibición termina cuando alguna curruca imprudente se acerca hasta desencadenar el ataque del imitador. Así actúa el pariente grande de esta especie, el alcaudón real meridional (Lanius meridionalis), que habita en la cercana Sierra de Alhambra y es famoso por capturar bastantes lagartijas, roedores y pajarillos, a los que mata y ensarta luego en espinos. Esta costumbre de empalar a sus víctimas permite al alcaudón real desgarrarlas más fácilmente, sin ser tan fuerte como una rapaz, ya que tirando con el pico puede ir sacando bocados. En el alcaudón real parece como si el linaje de los pájaros (Paseriformes) estuviera avanzando hacia la producción de una estirpe de rapaces; en cambio, el alcaudón común prácticamente sólo come insectos, eso dicen los libros. Sin embargo, lo cierto es que también captura de vez en cuando algún pajarillo. Y al parecer debe de utilizar la misma técnica que el alcaudón real: imita el canto de ciertas especies de pájaros, empleando así un señuelo sonoro con el que atraer a los incautos, algo así como si fuera un siniestro flautista de Hamelin del matorral mediterráneo.

Agradeceré cualquier información adicional sobre este curioso comportamiento del alcaudón común, que al parecer se conoce poco y empieza a perfeccionarse desde que el pájaro tiene plumaje de juvenil.

13 julio 2011

Manticidio

A pleno sol, en un claro de pasto agostado entre las encinas, una joven mantis permanece quieta, camuflada sobre el fondo de briznas de hierba seca. Podemos elegir que sea una mantis religiosa, una Ameles o una Empusa; con cualquiera de estas mantis mediterráneas el relato seguirá siendo cierto. Nuestra mantis tal vez acecha algún insecto, quizás una mosca pequeña. De pronto sus ojos de depredador ven acercarse algo volando, como una mosca mucho menor que ella misma, que se mueve rapidísimamente en el aire zumbando de un lado a otro. Cuando tiene enfrente a este visitante, la mantis baja las garras dispuesta a atacar, pero entonces, de un vuelo, el insecto desconocido se le coloca detrás, desciende y la agarra por la espalda justo encima del letal par de patas delanteras. En un abrir y cerrar de ojos, el intruso le clava un aguijón paralizándole las poderosas patas repletas de espinas, la principal arma ofensiva de la mantis; acto seguido baja hasta el segundo par de patas, como quien sabe perfectamente lo que está haciendo, y con precisión de cirujano aguijonea sobre ellas, paralizándolas, rematando luego con un tercer picotazo paralizante sobre el tercer par de patas. La pequeña mantis, incapaz de mover sus miembros, queda indefensa. Su visitante la toma del cuello con las mandíbulas y alza el vuelo. Descenderá en la entrada de un agujero excavado en el suelo, su nido, y pasará dentro a la mantis, almacenándola en una cámara subterránea, todavía viva pero paralizada. Servirá de alimento a su larva, junto con otras mantis juveniles hasta un total de 3 a 16 presas. Así procede cada año la cazadora de la mantis, la pequeña avispa solitaria Tachysphex julliani, la Tachytes manticida de los relatos de Fabre.

Curiosamente, se ha comprobado que sus larvas se desarrollan bien comiendo saltamontes paralizados, así que, ¿por qué su madre les caza mantis? ¿No había otra presa más peligrosa para elegir? Seguramente la explicación sea que la madre realmente no elige su presa, que no puede elegirla, porque está programada por sus instintos para cazar mantis y solamente mantis. Esta preferencia temeraria debió de gestarse en un pasado para ella remoto, cuando una o varias mutaciones cambiaron el instinto que permite a estas avispas reconocer a los saltamontes, las presas predominantes entre las Tachysphex. Así, por casualidades de la genética, un linaje de avispas comenzó a percibir a las mantis como presas. Y esta extravagancia ha perdurado como uno de tantos caprichos de la naturaleza, una de esas historias improbables de la evolución que nos ha dado también a la cazadora de la tarántula, a la mantispa y a tantos otros seres asombrosos del matorral mediterráneo.

Imagen tomada de los Souvenirs Entomologiques de J.H. Fabre (1923, Delgrave, Paris), de cuyo relato sobre la que él llamaba Tachytes manticida procede la información de este post acerca de la biología de esta especie, actualmente clasificada como Tachysphex julliani (ver la base de datos de Fauna Europaea en la web, y la monografía sobre avispas solitarias de Francia escrita por Berland, 1925). Esta especie se diferencia de otras muy similares por detalles sólo visibles con una buena lupa. No parece ser abundante, tal vez por la relativa escasez de sus presas.