A lo largo de las páginas de este cuaderno de campo hemos
descubierto que muchos habitantes de nuestro ecosistema son endemismos,
especies exclusivas de la región mediterránea o de la Península Ibérica. ¿Cuál
de ellos es el más único, el más raro a escala mundial, es decir, cuál de las
más de 1.000 especies que pueblan estas 25 hectáreas de monte tiene un área de
distribución más diminuta? Lo desconozco, porque ignoro la distribución de
muchos pequeños invertebrados a los que sólo he podido identificar al nivel de
familia o género. De las especies cuyo nombre sí he podido averiguar con
certeza, la más exclusiva de la zona parece ser un insecto prácticamente
desconocido, una chicharra alicorta semejante a un grillo grande y orondo. Este
insecto fue bautizado como Pycnogaster
graellsii por Bolívar en 1873, tras descubrirlo cerca de Manzanares,
localidad próxima a nuestro monte. Desde entonces, la especie sólo ha sido
encontrada en un puñado de localidades, la mayoría de ellas dentro de La Mancha y algunas en torno a esta meseta semiárida. Por eso a
menudo llamo a este insecto “el grillo manchego”.
Cuando
la hierba se agosta y las primeras cigarras del año resuenan bajo el calor de
los días cercanos al solsticio de verano, cuando declina la primavera dando
paso a la sequía estival, sólo entonces, durante una o dos semanas, cantan
estos robustos grillos. Estridulan, frotan sus alas diminutas, lanzan al aire
un chirrido suave, agudo y sostenido. A los machos les gusta cantar subidos a
una aliaga, o a un tallo de mies a punto de ser segado, o entre el frescor de unas
hojas de viña. Las hembras se distinguen claramente porque llevan al final del
abdomen una imponente “espada”, su ovipositor. La primera “grilla manchega” que
encontré estaba en una aliaga sujetando con las patas una masa gelatinosa y
blanquecina. Era el regalo que le había dado algún macho: un espermatóforo, una
bola blanda que contiene espermatozoides y que la hembra terminaría comiéndose,
según las costumbres reproductoras en este grupo de insectos. Ignoramos cuál es
la dieta habitual de estos Pycnogaster,
pero se sabe que comen brotes vegetales y que pueden incluso devorarse unos a
otros en cautividad. Quizás en la naturaleza actúan como depredadores de otras
chicharras, grillos y saltamontes; esto es común en los grillos de matorral.
Resulta más o menos fácil acercarse a un grillo manchego mientras
canta… hasta unos cuantos metros. Si queremos aproximarnos más, al menor ruido
que hagamos dejará de cantar. Entonces tendremos que esperar unos minutos hasta
que reanude su canción, y así, con paciencia y sigilo, lograremos tal vez
acercarnos hasta que pensemos tenerlo a un paso. Entonces comprobaremos de
primera mano la eficacia de su camuflaje, pues su librea verdosa, abigarrada de
pardo y de oscuro, lo hace virtualmente invisible entre la vegetación. Si
finalmente conseguimos verlo, la forma del escudo que hay tras su cabeza
(pronoto), con lóbulos laterales redondeados y sin escotaduras (ver fotografía),
nos revelará que pertenece a la especie Pycnogaster
graellsii. Este y otros rasgos lo diferencian de las demás especies de Pycnogaster de la fauna ibérica, dentro
de la cual nuestro grillo manchego es sólo un ejemplo más de los
numerosísimos endemismos de chicharras alicortas, muchas de ellas del género Ephippiger, Steropleurus, Uromenus… Da
la sensación de que este tipo de insecto, estos grandes grillos incapaces de
volar, fuesen especialmente propensos a originar endemismos. Esta sospecha está
plenamente justificada por lo que sabemos acerca del origen de las especies
(especiación). Normalmente, el ingrediente clave en la especiación es el
aislamiento geográfico: unos cuantos individuos de una especie se quedan
aislados en una isla, o tras una cordillera, o en una península, y de este modo
quedan apartados del resto de su especie, por lo que evolucionarán
independientemente hasta que lleguen a diferenciarse tanto que pasen a ser una
nueva especie. Las chicharras alicortas deben de quedarse aisladas
geográficamente con mucha facilidad, pues se trata de insectos pesados, lentos
y no voladores, y por tanto incapaces de viajar grandes distancias. Esto las
convierte en un linaje perfecto para originar especies endémicas, incluso
endemismos tan localizados como nuestro grillo manchego.
Basado en la información sobre la especie proporcionada en los enlaces que figuran en el texto y en Bolívar (1876) Sinopsis de los Ortópteros de España y
Portugal. Madrid, Imprenta de T. Fortanet.