28 diciembre 2009

El orden oculto de los pájaros

Estos días de frío y lluvia seguramente son para los pájaros los más difíciles del año, ya que a los rigores del tiempo se une la escasez de comida, sobre todo para las aves insectívoras. En esta situación es lógico pensar que las currucas, carboneros, petirrojos y demás compitan en estas fechas por hacerse con esas calorías, tan valiosas como escasas, que deambulan por el suelo y la vegetación en forma de diminutos artrópodos: mosquitos de los hongos, polillas invernantes, arañas, ácaros de terciopelo, tijeretas... Ante esta carestía invernal, ¿cuál es la mejor estrategia para un pájaro? Debe ahorrar toda la energía que pueda, porque le cuesta mucho obtenerla. Lo mejor, por tanto, será buscar insectos allá donde localizarlos requiera menos esfuerzo de búsqueda, y a menudo esto significa que el pájaro dedicará más tiempo a buscar por lugares donde le sea más fácil moverse. También le conviene no entretenerse demasiado tiempo en sitios donde otra especie suela buscar mucho, ya que lo más probable es que sea esa especie la que encuentre antes a los insectos. Así, en parte por las habilidades locomotoras de cada pájaro y en parte como resultado de la competencia, uno esperaría que cada especie buscase insectos en una zona distinta del matorral. En resumen, como suele decirse en ecología, que cada especie tuviera un nicho ecológico diferente.

Pero esto sólo son palabras, ¿qué hay de los hechos? Pues parece que cuadran bastante bien. El diagrama que encabeza esta entrada muestra el patrón general que he encontrado durante noviembre y diciembre en esta comunidad de pájaros: las principales aves insectívoras se reparten el espacio disponible y además de un modo que concuerda con las ideas anteriores. El minúsculo reyezuelo se cuelga de ramas altas donde ningún otro pájaro puede sostenerse. Más abajo, los carboneros se adentran acrobáticamente en las encinas, pero los petirrojos, menos ágiles, suelen quedarse en el exterior y un poco más cerca del suelo. A sólo dos o tres palmos de altura revolotean mucho las currucas, mientras que las pesadas urracas apeonan sobre el pasto. Un reparto tan razonable suena bien, pero de momento sólo me parece un "quizás", ya que apenas se basa en poco más de un centenar de observaciones de campo... Que, sin embargo, sirven para pintar a grandes rasgos un orden oculto en lo que a simple vista parece un mero caos de pájaros moviéndose entre las encinas.

Hay un nombre para este reparto del espacio ecológico: segregación de nichos.
Más sobre ecología de comunidades de aves pinchando aquí.

21 diciembre 2009

Más allá de los nombres

Tendemos a encasillar lo que observamos a riesgo de confundir nuestros propios conceptos con la realidad. Es muy fácil caer en la tentación de clasificar inequívocamente a las especies en productores primarios, herbívoros, carnívoros, omnívoros o descomponedores; o en presas, depredadores o parásitos. Pero hay organismos y relaciones que nos obligan a plantearnos hasta qué punto los hechos caben en nuestros esquemas mentales.

Los líquenes, de entrada, no son especies en el mismo sentido que una planta o un animal, ya que resultan de un alga y un hongo viviendo literalmente el uno entre el otro. En esta imagen, propia del suelo del pastizal en invierno, vemos al menos dos especies: Cladonia convoluta (las "rosetas" blanco-verdosas) y Diploschistes muscorum (las "costras" blaquecino-parduzcas). Ambos crecen abundantemente en los claros donde sus competidores, las hierbas, no encuentran terreno propicio. En estas condiciones podríamos esperar que ambas especies compitieran entre sí por ocupar la mayor superficie posible sobre el suelo, y por tanto que el líquen que crezca más rápido acabe por eliminar del ecosistema al más lento. Pero la realidad es más complicada que eso...

Diploschistes muscorum suele crecer como parásito sobre Cladonia (ver su contacto señalado con la flecha roja de la foto), desarrollándose inicialmente bajo el aspecto de pequeños puntos que crecen hasta desintegrar a su hospedador. Pero Cladonia, más que un hospedador, parece una especie de progenitor parcial, ya que Diploschistes hereda de él la estirpe de alga unicelular que le permitirá vivir, una Trebouxia. ¿Estamos, entonces, ante un descendiente que a la vez es un parásito? Sin embargo, como al final Diploschistes a menudo "mata" a su nodriza, ¿lo llamaremos parasitoide? ¡Pero si es un vegetal, no un consumidor! Por si fuera poco, al extenderse sobre Cladonia, Diploschistes a efectos prácticos le gana la partida en la competencia. ¿Qué es, entonces, Diploschistes respecto a Cladonia? ¿Un descendiente(parcial)-parasitoide(no consumidor)-competidor(pero parásito)? ¿Qué nombre le pondremos? Quizá lo más importante no sea elegir un nuevo nombre sino percatarse de que la naturaleza no tiene por qué reducirse a la sencillez con que intentamos verla a través de algunas palabras. Incluso organismos aparentemente simples pueden descubrirnos una realidad que está más allá de nuestros clichés.

Más sobre ambos líquenes en: Guía de campo de los líquenes, musgos y hepáticas (Wirth, 2004).

12 diciembre 2009

Más es menos... y más

Los bancos de niebla del invierno difuminan ya los contornos del paisaje, y entre la espesa bruma el único signo detectable de vida es el piar lejano de los pájaros. Para ellos llega la peor época del año, en la que muchos no lograrán sobrevivir a las noches de helada. Además del frío, se enfrentan a una severa escasez de alimento unida a nuevos depredadores que han venido con ellos desde el Norte. Raro sería que la selección natural no se hubiera puesto en marcha para dar alguna salida al triple problema del frío, el hambre y los cazadores.

¿Qué pájaros tienden a sobrevivir a las heladas? Los más gruesos y con partes corporales menos salientes; por tanto, los menos propensos a perder calor corporal. Ya lo comprobó Hermon Bumpus con gorriones, en una de las primeras confirmaciones experimentales de la selección natural. Así que no parece ser casualidad la forma rechoncha y compacta de la mayoría de los pájaros invernantes, como este pinzón vulgar macho (Fringilla coelebs), la especie más común en estos meses por nuestro ecosistema.

Segunda parte: una solución a dos problemas. Los pinzones suelen verse en bandos de decenas de pájaros en los que también puede haber jilgueros, pardillos, trigueros... ¿A qué responde este afán invernal que incita a varias especies granívoras a reunirse multitudinariamente? Si eres un pinzón, ir en grupos numerosos aporta dos ventajas. Por un lado, disminuye el riesgo de ser víctima de un depredador, porque, aunque el bando pueda atraer su atención más fácilmente, tantos ojos de pájaro también podrán detectarlo más rápido y además la probabilidad de que te elija justo a ti es tanto menor cuantos más compañeros tengas. Por otro lado, ante la falta de comida conviene acudir adonde otros pájaros ya han encontrado algo que picotear, y si uno se desplaza en pandilla podrá aprovecharse del alimento que descubran los demás, con lo cual a la larga comerá mejor y eso lo hará menos vulnerable a las heladas nocturnas. En conclusión, en invierno el tener más y más compañeros equivale para los pájaros a más comida y menos riesgo. Varios problemas complejos pueden tener una sola solución sencilla, y la selección natural casi siempre da con ella.

07 diciembre 2009

Mascotas subterráneas

La llegada del invierno es ya inminente, y la vida ultima sus preparativos para resistir la dura prueba de las heladas y del cierzo. Para ello cada especie sigue su propia estrategia, y la de las hormigas consiste en refugiarse en lo más profundo de sus hormigueros. Si levantamos una roca aún podemos sorprenderlas acarreando sus provisiones hacia los almacenes de invierno, y muchas veces junto a ellas veremos corretear despistada a alguna diminuta cochinilla de la humedad, pálida y endeble, paseándose entre las hormigas como si nada. ¿Por qué las hormigas, siempre tan belicosas, consienten la presencia de estos intrusos? ¿Por qué no se los comen? Y más extraño aún, ¿cómo es que un animal totalmente indefenso se atreve a caminar nada menos que entre un ejército de miles de hormigas, ante cuyas filas retroceden sin dudarlo hasta insectos de cuerpo durísimo y armados de aguijón, como las abejas solitarias y las hormigas de terciopelo?

Aunque no lo he podido confirmar, supongo que estas cochinillas están impregnadas del olor característico del hormiguero, de modo que las hormigas las toman por compañeras. Es un truco común en otros animales que viven relacionándose mucho con las hormigas (mirmecófilos). Camufladas de este modo, las cochinillas podrán mordisquear tranquilamente las sobras regurgitadas por sus anfitrionas, así que para las hormigas estos crustáceos vienen a ser como una mezcla de mascotas y de equipo de limpieza. Junto con la cochinilla Platyarthrus, en el ecosistema hay otros animales que habitualmente logran franquearse el paso a esos refugios bien abastecidos y bien protegidos que llamamos hormigueros: el tisanuro Proatelurina, las larvas de los escarabajos Clythra y Lachnaia, las ninfas de los chinches Camptopus y Alidus... Aunque especializarse en ser inquilino de hormigueros también tiene sus consecuencias a largo plazo. ¿De qué sirve el color en los oscuros pasadizos? ¿Y la vista? ¿Y una coraza o cualquier otra defensa cuando se vive entre guardianes? Millones de años viviendo a salvo en hormigueros han hecho de la cochinilla Platyarthrus un ser blanquecino, totalmente ciego, débil, indefenso y sin embargo capaz de sobrevivir donde no aguantarían ni un día vivos ni arañas, ni mantis, ni escorpiones, ni escolopendras. ¿Quién dijo que en la evolución triunfan los más fuertes?

Más sobre mirmecófilos en Viaje a las hormigas, de Hölldobler y Wilson (1994).

30 noviembre 2009

Laberintos de seda

Finalmente los primeros fríos propios del invierno han llegado, y con ellos concluye la temporada favorable a los insectos en nuestro monte mediterráneo. A partir de ahora, encontrar invertebrados al descubierto, expuestos a la escarcha, pasa a ser una rareza. Su mundo, durante estos meses oscuros y gélidos, se torna si cabe más oculto aún, más discreto, y, a menudo, más bien subterráneo. Aun así, en estos días basta con levantar algunas rocas para ser testigo de las vidas de decenas de especies.

Bajo las grandes piedras, a ras de suelo, a menudo aparecen como marañas aplastadas de membranas de seda. Las que se extienden como lonas suelen ser refugios hechos por arañas, casi siempre Tegenaria o Micrommata, pero otras construcciones sedosas parecen verdaderos laberintos hechos de pequeños tubos unidos como pasillos que se ramifican. Esas son las guaridas de los tejedores, unos extraños insectos emparentados con las termitas y, como ellas, más bien de distribución tropical. Un origen tropical explicaría por qué en Europa sólo hay tejedores en la parte Sur; estamos, por tanto, ante otra peculiaridad faunística de nuestra Región Mediterránea.

Los tejedores producen seda en unos abultamientos de sus patas anteriores, y con el hilo tejen sus túneles bajo tierra, alrededor de los restos vegetales de los que se alimentan. En verano, la sequía hace que se refugien en los túneles más profundos, pero al humedecerse la superficie del suelo vuelven a subir y entonces uno puede encontrarlos a veces. Lo cual no es nada fácil, ya que se les da muy bien huir marcha atrás por sus corredores de seda. Sólo los machos pueden tener alas, y se cree que las hembras de muchas especies son capaces de reproducirse sin necesidad de machos, por partenogénesis - que significa algo así como "nacer de una virgen", y consiste en reproducirse a partir de óvulos sin fecundar. Esta estrategia reproductiva constituye una buena solución cuando la manera de vivir de una especie hace que el encuentro entre los dos sexos sea muy difícil, como en estos animales que podríamos llamar subterráneos.

Los tejedores, además, ejemplifican los problemas con los que se enfrenta un naturalista amateur al tratar de identificar insectos. Según la guía Chinery, la especie de tejedor que he hallado en el paraje sería Haploembia solieri (ojo, por tener... dos tubérculos en la cara inferior del primer segmento del tarso posterior). Sin embargo, esa guía sólo cubre de modo muy general el ámbito europeo, y en concreto resulta que en la Península Ibérica hay tres géneros de tejedores: Embia, Haploembia y Cleomia. Desconozco cómo distinguir al último o cómo son las otras especies de Haploembia, así que, por el momento, dejémoslo sencillamente en que hay tejedores... Lo cual no es decir poco, porque en todo el mundo se conocen apenas 300 especies.

23 noviembre 2009

El especialista

Era una tarde de noviembre nublada y fría. El sol bajaba ya hacia el horizonte, iluminando las encinas con una luz pálida y difusa. El viento siseaba entre las retamas, entre los tallos muertos de los asfódelos, y el silencio se cernía sobre el matorral como un presagio incierto.

De repente cruzaron ante mis ojos dos pájaros tan veloces que apenas pude distinguirlos en aquel instante; el primero era verdoso y diminuto, un mosquitero, y tras él, a menos de un palmo de distancia, iba un pájaro grande y gris, un gavilán, persiguiéndolo con asombrosa rapidez a base de certeros aletazos y bruscos golpes de cola para seguir los quiebros del pajarillo, que piaba desesperado mientras la rapaz le ganaba terreno, y tanto se acercó el gavilán que, irguiéndose en el aire, le lanzó las garras llegando casi a tocarlo, pero eso apenas lo desequilibró, y continuó tras el mosquitero hasta que éste se precipitó como una bala entre una pila de sarmientos. El gavilán casi chocó contra ellos y al poco de posarse pareció quedar confuso, como percatándose de que el pajarillo definitivamente se le había escapado. Alzó la cabeza y miró a un lado y a otro con sus ojos amarillos, y sólo entonces notó que yo estaba observándolo a pocos pasos. De inmediato se agachó y alzó el vuelo, perdiéndose entre los arbustos bajo la luz mortecina del crepúsculo.

Desde que presencié esta escena han pasado once años, pero curiosamente los detalles permanecen vivos en mi memoria, más que en mi cuaderno de campo. Muy pocas son las veces que he vuelto a ver un gavilán por el paraje, y siempre ha sido a finales de noviembre. A veces, al pie de las carrascas, aparecen los restos de sus festines: palomas torcaces desplumadas, con la pechuga comida; las derriban y, aún medio vivas, sólo les devoran esa parte. Deben de ser las presas de las hembras (abajo), ya que los machos (arriba) son como una cuarta parte más pequeños y por eso cazan sobre todo pinzones y demás pajarillos. Pero, macho o hembra, un gavilán puede capturar muchas especies de pájaros pequeños o medianos, y lo más llamativo es que las aves constituyen casi el 100% de su dieta. Así es Accipiter nisus: un ornitófago, la rapaz más especialista de nuestras 25 hectáreas.

Son muy sensibles a los insecticidas, como se explica aquí.

17 noviembre 2009

Segunda floración

Aunque la floración del romero suele anunciar la llegada de la primavera, estos arbustos medicinales a veces también florecen durante el otoño si, como en este año, el frío se hace esperar. El caso es que, ya con los azafranes marchitos, pocos meses de noviembre se han visto tan floridas las laderas de nuestro ecosistema. Además, como las heladas apenas han diezmado a los insectos, los polinizadores del romero se afanan sin cesar en las flores violetas - sobre todo se ven abejas melíferas y mariposas tardías como la cosmopolita cardera (Vanessa cardui), la amarilla (Colias croceus), la blanquiverdosa (Pontia daplidice)...

Como ocurre en muchas plantas, las flores del romero son hermafroditas, pero la parte masculina madura antes que la femenina, en lo que se denomina proterandria. Esto se puede apreciar en las flores: primero el estigma aparece extendido (1), inmaduro, y en pocos días, al madurar y por tanto volverse receptivo al polen, se arquea, bajando hacia los estambres (2), cuyo polen, para entonces, seguramente ya habrá sido transportado por los insectos hacia otras flores. De este modo el romero dificulta el que sus flores se fecunden a sí mismas, lo cual disminuiría la variabilidad genética de las semillas, y por tanto de la descendencia, con lo que los futuros romeros serían quizás más vulnerables frente a cambios ambientales. Es fácil de entender: si cada flor se fecundara a sí misma, los genes de las semillas resultantes no serían la mezcla potencialmente ventajosa de los de dos romeros distintos, sino el barajado más o menos repetitivo de los genes de un solo romero, sin opción a generar nuevas combinaciones genéticas quizá más favorables que las de los progenitores.

¿Es esta la ventaja clave que explica la evolución de la reproducción sexual y su mantenimiento? Podría ser, como ya notó Darwin, porque la cantidad de estrategias que utilizan las plantas para evitar la autopolinización cuadra mucho con esta idea. Pero las ventajas e inconvenientes de la polinización cruzada en relación con la autofecundación pueden complicarse mucho más, como veremos con el caso del tomillo... en una próxima entrada.

Más sobre estrategias reproductivas de plantas: Herrera (2000).

10 noviembre 2009

El menor y el mayor

Llegó la época de las primeras heladas, y los pájaros del Norte aprovechan el sol para buscar insectos entre las ramas de las encinas. Han venido ya las especies del invierno: pinzones, petirrojos, zorzales... Y también las aves más diminutas de Europa, los reyezuelos. Cada año llegan muy pocos, de la especie listada, y no son fáciles de ver, pero compensa la paciencia el poder observarlos con su reluciente "corona" amarilla, trajinando sin cesar de rama en rama. Y entonces, como cada tarde de noviembre, de repente, cruzan sobre ellos cinco avutardas, deslizándose inmensas por el aire con aletazos majestuosos. Es una suerte poder ver casi a la vez al ave más pesada de Europa y a la más ligera, casi 14 kilos de pájaro al lado de apenas 6 gramos. Mucho podría decirse sobre las avutardas, pero de momento, en esta entrada, fijémonos en su contraste con el reyezuelo listado.

La avutarda y el reyezuelo representan los extremos opuestos del tamaño de las aves europeas, y en éstas, como en cualquier otro grupo de animales, es fácil darse cuenta de que hay pocas especies grandes y muchas pequeñas, pero la realidad es más complicada. Si representáramos cuántas especies existen de cada tamaño (a escala continental) encontraríamos siempre una gráfica como la que encabeza el post: hay pocas especies grandes, muchas de tamaño mediano-pequeño y no tantas muy pequeñas. Siempre, tanto en pájaros como en mamíferos, reptiles, anfibios, insectos, caracoles, plantas e incluso algas microscópicas. Es un patrón prácticamente universal en la biosfera.

¿A qué puede deberse esta regla de la naturaleza? No se sabe a ciencia cierta, aunque hay muchas ideas desde hace décadas. Recientemente, Clauset y Erwin parecen haber dado con una solución, en la que el patrón especies-talla se origina como resultado de procesos relativamente sencillos que afectan a la supervivencia de los organismos según su tamaño. Todo este asunto se discute mucho más en profundidad en este enlace.

Y mientras damos con una explicación a este orden oculto de la naturaleza, sus protagonistas, ajenos a los mecanismos que los han originado tal y como son, revolotean entre matorrales o vuelan majestuosos, al anochecer, en las tardes del otoño, escenificando una y otra vez el drama ecológico y evolutivo que configurará a los futuros habitantes de nuestro ecosistema...

La relación especies-talla la cuenta mucho mejor Brown en "Macroecología" (1995).

03 noviembre 2009

La red invisible

Las redes alimentarias son la trama de la vida en la naturaleza. Plantas, animales, hongos y una gran variedad de microbios entrelazan su existencia gastando una energía que procede en última instancia del Sol, y haciendo circular los átomos que componen sus cuerpos a lo largo de cadenas de vida que se tejen unas con otras como en un complejísimo telar viviente. Es relativamente fácil hacerse una idea de la estructura de esta red cuando los protagonistas son plantas y animales, pero resulta igualmente fácil pasar por alto a la inmensa mayoría de los seres vivos de la trama, los microbios, cuyas interacciones forman los retazos más secretos del tejido ecológico de nuestras 25 hectáreas. Veremos en esta entrada que la biosfera alberga sorpresas incluso en el interior de una pequeña alfombra de musgo húmedo, crecido a la umbría de una roca.

Este musgo, Pleurochaete squarrosa, es de los pocos capaces de medrar en un entorno tan seco como el monte mediterráneo. Lo consigue en gran parte deshidratándose por completo durante el verano para resucitar con el rocío de la mañana o tras unas lluvias. Entonces sus hojas (filidios en realidad) reverdecen y hacen fotosíntesis durante un tiempo. También entonces vuelven a la vida los seres microscópicos que pueblan la selva en miniatura de estas alfombras verdes. Tomemos una gota del agua sucia que rezuman, pongámosla bajo un microscopio, y exploremos un mundo fantásticamente distinto al de las plantas y animales, pero a la vez extrañamente similar.

Veremos pululando millones de bacterias diminutas, agitadas por las oscilaciones térmicas de las moléculas de agua, alimentándose lentamente de los restos vegetales en descomposición. Estas células son víctimas de los grandes predadores de la gota de agua, los microbios eucariotas. De ellos, algunos nadan batiendo en sincronía pestañas vibrátiles (cilios), como Aspidisca, o permanecen fijados al sustrato con pedúnculos que se contraen o se estiran, atrapando bacterias con su corona de cilios ondulantes; es el caso de Vorticella. Las mayores células de este microcosmos se alojan en caparazones rojizos de quitina, y se arrastran sobre prolongaciones de su cuerpo transparente engullendo bacterias; son las amebas con teca, las Arcella. Conviven con los rotíferos Rotaria, extravagantes animales microscópicos que se estiran y se encogen avanzando como orugas y haciendo rotar sus cilios junto a la boca. Junto a ellos, sobre las hojas muertas del musgo, se deslizan algas unicelulares con forma de bumerán, las diatomeas Hantzschia, que crecen incluso en los platos húmedos bajo las macetas.

En conjunto, esta pequeña red de vida, efímera e invisible, que nace y vive sólo con las lluvias, descompone los restos muertos del musgo, reciclando los nutrientes y devolviendo a la atmósfera el valioso carbono fijado por estas plantas. En nuestro monte, sobre cualquier resto vegetal en descomposición encontraremos fácilmente por lo menos bacterias, y a menudo alguno de sus cazadores eucariotas. Sin estos organismos, los nutrientes acabarían por agotarse y colapsarían primero las plantas y luego los animales. Sería una catástrofe. Pero incluso sin plantas ni animales, las bacterias, ciliados, amebas y rotíferos podrían vivir, a costa de descomponer restos de algas microscópicas. Así que, como si fuera una paradoja o un proberbio, la red más resistente de todas es... la invisible.

Sobre musgos: Guía de Campo de los Líquenes, Musgos y Hepáticas (Wirth, 2004).
Sobre microbios: La Vida en una Gota de Agua (Streble y Krauter, 1985).

26 octubre 2009

Giro a la izquierda

Siguen cayendo, cada pocos días, las lluvias del otoño, y en el suelo ya humedecido se despierta una fantástica variedad de pequeños seres. Durante el verano han permanecido ocultos, bajo tierra, o entre las grietas de las rocas, a salvo de morir deshidratados, pero ahora, por fin, llegó su turno. Levantemos con cuidado algunas piedras, y descubramos a estos secretos habitantes del mundo subterráneo...

A menudo encontraremos pequeños objetos fusiformes que a primera vista parecen crisálidas de mariposas pero que, a través de la lupa de campo, revelan ser caracolas. Como es natural, en un hábitat tan seco como el monte mediterráneo un grupo como los moluscos no encuentra las condiciones más favorables, lo que se refleja en que sólo hay tres o cuatro especies de caracoles en nuestras 25 hectáreas... Y sin embargo, esta diminuta caracola resulta extraordinaria. Si miramos detenidamente su concha, veremos que está enrollada en sentido contrario al avance de las agujas del reloj (lo cual se aprecia tanto de abajo a arriba como de arriba a abajo). Esta clase de enrollamiento de la concha se denomina levógiro ("hacia la izquierda"), en contraposición al dextrógiro, que resulta ser la norma entre los caracoles.

¿Y por qué nuestra caracola, Jaminia quadridens, se ha empeñado en enrollarse hacia otro lado, llevando así la contraria a casi todas las especies de su familia, los Enidae? La respuesta seguramente debe de estar en sus genes, ya que en otras especies de caracoles el sentido del enrollamiento está determinado genéticamente. En el pasado remoto, una mutación levógira debió de fijarse en la población que originó a todas las Jaminia actuales, así que estamos ante un cambio evolutivo y aquí llegamos a lo que esta caracola puede enseñarnos (o recordarnos): que no todo en la evolución se debe a la selección natural. Sin duda la selección natural es muy importante como explicación de la forma y función de los seres vivos, pero no lo es todo, primero nos lo aclaró el propio Charles Darwin y más adelante Gould y Lewontin en este famoso artículo. En el caso de Jaminia, ¿qué ventaja o inconveniente puede haber en tener la concha enrollada hacia un lado o hacia otro? Yo desde luego diría que da exactamente igual, en todo. Pero hasta las características irrelevantes como ésta pueden cambiar con la evolución. No mejorarán la adaptación del organismo a su entorno, ni la empeorarán, pero así y todo ocurren. Y si buscáramos ejemplos, los encontraríamos, incluso... bajo las piedras.

Más sobre Jaminia en: Caracoles Terrestres de Andalucía (Fundación Gypaetus).

20 octubre 2009

Las bellotas y el gorgojo elefante

Ya van madurando las bellotas de las encinas (Quercus rotundifolia), el árbol más emblemático de nuestro monte mediterráneo y del que tanto habrá que decir más adelante en este blog. Por ahora, fijémonos sólo en una de sus ramas repletas de bellotas. Descubriremos toda una red de vida, llena de vínculos insospechados.

En algunas bellotas, sobre su base en forma de cúpula gris de escamas, hay pequeños escarabajos que han hundido su larguísimo hocico (el rostro, o probóscide) hasta la placenta que ancla la semilla. Son los gorgojos Curculio elephas, el mismo insecto al que Jean Henri Fabre llamó "gorgojo elefante", la misma especie cuya vida él descifró entre las encinas de la Provenza agitadas por el mistral.

Durante estos días de octubre podemos ver lo mismo que Fabre observó: sobre las bellotas, las hembras del gorgojo elefante se alzan como trípodes sobre sus largas patas y taladran muy lentamente con el rostro, hasta no poder penetrar más. Seguidamente retiran su "broca" muy despacio, haciendo un gran esfuerzo con las patas para sacarla del todo, y luego ponen uno o más huevos dentro del "sondeo" que acaban de practicar, metiendo en el agujero un larguísimo ovipositor. Del huevo saldrá una larva con forma de gusano, que vivirá literalmente rodeada de alimento y horadará galerías a base de comer bellota, hasta que, al cabo de pocas semanas, ésta caiga prematuramente. La larva entonces sale de la bellota agujereándola y se entierra en el suelo, a veces hasta varios decímetros de profundidad. Allí sepultada se convertirá en pupa y, si todo ha ido bien y la respetan los hongos entomopatógenos, al final del verano emergerá del suelo un nuevo gorgojo.

¿Es el "sondeo" del gorgojo el motivo por el cual muchas bellotas muestran goterones de savia cerca de la base, el llamado daño del "melazo" de la encina? ¿Acaso esto sucede después de que alguna de las diminutas avispas parasitoides que pululan entre las hojas haya destruido el huevo del gorgojo, permitiendo así que mane mejor la savia? ¿O, por el contrario, el espeso melazo es en realidad una estrategia del gorgojo, en la que la savia atrae a las avispas sociales que pueden alejar de la bellota a potenciales consumidores como, por ejemplo, la paloma torcaz? ¿Y qué relación hay entre este escarabajo y el "melazo" líquido, espumoso, que cubre algunas bellotas, en donde crece la bacteria patógena Brenneria quercina? Por si fueran pocas estas conexiones con otros seres vivos, el gorgojo elefante, al hacer que caigan pronto las bellotas donde se desarrolla, favorece que la cúpula se empape de exudados de savia donde crecerán levaduras y hongos, que serán luego comidos por minúsculos insectos de los que se alimentarán los escarabajos Tachyporus.

Ya lo véis: en octubre, una rama de encina esconde un pequeño mundo complejo y extraño, plagado de seres cuyas vidas entrelazadas tejen uno de los laberintos ecológicos más fascinantes del monte mediterráneo.

Más información sobre el gorgojo elefante en el libro de Fabre "The life of the Weevil".

13 octubre 2009

La guerra de las hormigas

"Puede afirmarse que las hormigas en particular
son los animales más agresivos y belicosos de todos."
Hölldobler y Wilson, Viaje a las hormigas (1994)

Las hormigas Messor bouvieri son con mucho los insectos más abundantes del paraje: habitan en hormigueros subterráneos de hasta decenas de miles de obreras. Su nombre genérico significa "cosechadora" (Messor era ayudante de la diosa romana de la agricultura, Ceres) y alude a que se trata de hormigas granívoras; a base de recolectar semillas llegan a modificar la estructura de especies vegetales del pasto, como veremos en otra entrada. Por ahora, contemplemos esta imagen propia de este tiempo de tormentas: dos "cosechadoras" enzarzadas en una lucha a muerte. Pertenecen a distintos hormigueros, y de su combate puede depender el destino de miles y miles de hormigas. ¿Pero por qué han llegado estos insectos a trabarse en semejante duelo? Y lo primero de todo, ¿cómo se han reconocido como rivales? La respuesta es que cada hormiguero tiene su propio olor característico, así que las hormigas notan pronto cuándo una compañera pertenece o no a su colonia. Normalmente cada colonia no interfiere mucho con las demás porque cada una tiene sus propias rutas para recolectar semillas, pero, cuando llueve, los rastros químicos que marcan esas sendas sobre la tierra se borran, con lo cual hay que trazarlas de nuevo y entonces se producen encontronazos con las hormigas vecinas. Resultado: la agresividad se desata.

La gran obrera que se alza amenazadora sobre su rival estaba minutos antes patrullando lejos de su hormiguero, pero su encuentro casual con una hormiga de otra colonia degeneró en esta batalla a muerte. El objetivo de cada hormiga es la aniquilación total de su adversaria, porque, si ésta quedase viva, huiría a su hormiguero y daría una señal de reclutamiento consistente en un olor especial (la feromona de alarma) y un débil chirrido (emitido con un raspador pequeño de su cintura); entonces regresaría al ataque con más hormigas dispuestas a zanjar de una vez la refriega. Primero los dos ejércitos calibrarían sus fuerzas, aunque aún no se sabe cómo lo hacen - quizá cada hormiga cuenta de algún modo el número de obreras cabezonas rivales, lo cual da una idea del tamaño del hormiguero enemigo. Si hay mucha superioridad en un bando, la batalla puede desencadenar una guerra total, en la que una columna de hormigas se abre paso hacia el hormiguero rival y no cesa hasta entrar en él y acabar con la colonia. Así habrán ganado sus graneros subterráneos y el territorio donde se abastecían de semillas, en resumen, muchísimo alimento y suelo por donde extender su hormiguero.

Pero es llamativo que las hormigas estén individualmente dispuestas a morir por estas ventajas para su grupo. ¿De dónde sacan tan ciega lealtad? La clave es que las obreras han optado evolutivamente por no reproducirse, dedican su vida a ayudar a su madre, la reina, a criar a sus hermanas que sí se reproducen, las hormigas aladas. Así que si las obreras, muriendo, ayudan a salvar su hormiguero, habrán triunfado en el juego darwiniano por la existencia: la reina madre seguirá viva, y los genes de las obreras caídas en combate podrán pasar a la siguiente generación a través de sus hermanas y hermanos alados...

Ver más información sobre las Messor en Lamarabunta.org.

06 octubre 2009

Las últimas flores... son las primeras

Avanza el otoño y, con los días más frescos y la tierra ya humedecida por las tormentas, se abren las últimas flores del año, los azafranes silvestres (Crocus serotinus). Nacen de bulbos, como tantas otras flores de los pastizales mediterráneos; pertenecen, por tanto, al biotipo de los geófitos en la clasificación de Raunkiaer. En algunos geófitos, como por ejemplo el azafrán, ocurre algo extraño: las flores se abren antes de que las hojas se desarrollen completamente. Estas plantas se llaman histerantos, en contraposición a los sinantos, que florecen con hojas ya bien desarrolladas. ¿A qué puede deberse esta condición? ¿Y por qué se abren tan tarde sus flores?

Para buscar respuesta a estas preguntas, partamos de que en un día soleado casi todos los azafranes tienen abejas alrededor. A menudo incluso las abejas pasan la noche dentro del azafrán, donde la temperatura es más agradable. Es decir, los pocos insectos que son buenos polinizadores y que aún quedan vivos a estas alturas del año acuden al azafrán casi desesperadamente, porque... ¡es la única flor que hay! Debido a esto, los azafranes juegan con ventaja a la hora de ser polinizados: ninguna otra flor les hace la competencia por los insectos. Así, para producir semillas les basta con abrir una flor al año por bulbo, con lo que ahorran nutrientes y energía. Por todas estas razones, se cree que la selección natural ha desplazado la época de floración de los azafranes, y sorprendentemente lo ha hecho adelantándola hasta pasar del inicio de la primavera al invierno y, dado que durante éste no hay abejas, de ahí al otoño, en el que, aunque no tengan hojas desarrolladas, las reservas alimenticias de su bulbo subterráneo les permitirán florecer. Es curioso pensar que, entonces, los azafranes no son en realidad las últimas flores de la temporada, sino las primeras de la siguiente, ¡las más adelantadas de todas!

Encontraremos en nuestro monte otras flores que han optado por abrirse en épocas del año más bien poco propicias al crecimiento vegetal, pero eso será dentro de varios meses. De momento, un apunte etnobotánico como final: estos azafranes silvestres se llaman en la zona "arrendajos", porque imitan ("arriendan", en la sabrosa jerga comarcal) las flores del azafrán cultivado, la rosa del azafrán que dio nombre a la única Zarzuela ambientada en La Mancha y cuyo cultivo es, cada vez, más y más escaso...

29 septiembre 2009

El árbol de los pájaros

Estas ramas, plagadas de frutillas rojas, son ahora para innumerables pájaros un pasaporte hacia África. Las aves migradoras que cruzan por la cuenca mediterránea en su periplo hacia territorios de invernada del África subsahariana necesitan urgentemente abastecerse de energía para salvar dos grandes escollos: el mar y luego la vasta desolación del desierto más grande del planeta. Nuestros matorrales proporcionan a estos pájaros abundante combustible para tan extraordinario viaje, en forma de frutos fáciles de detectar por sus vivos colores y valiosísimos por su contenido nutritivo. Incluso pájaros insectívoros, como las currucas y los papamoscas, se vuelven frugívoros en estas fechas para aprovechar tan rica fuente de energía en su larga migración. Convertirán rápidamente los azúcares de estos frutos en reservas de glucógeno y grasa, y así, en pocos días, engordarán los pajarillos hasta la mitad de su peso, pudiendo de este modo volar sin pausa durante decenas de horas sobre los yermos campos de dunas del Sáhara, donde difícilmente hallarán ocasión de reponer fuerzas.

He aquí a uno de estos viajeros, un papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca), en este caso un macho en plumaje de cría. Los inquietos papamoscas se ven fácilmente en Septiembre sobre ramas como las de la imagen anterior, que son de un espino albar (Crataegus monogyna), un arbusto-árbol todavía común en algunos linderos que el fuego y el hacha han respetado en el Campo de Montiel. Tras comer uno de estos frutos rojos, un pájaro expulsará la semilla intacta en apenas 20 ó 30 minutos, a menudo sólo un poco más lejos de la planta original. Con esto, el espino albar está utilizando a los pájaros para dispersar sus semillas hacia terrenos donde podrán, quizás, desarrollarse mejor. Es la misma estrategia de tantas otras leñosas del matorral mediterráneo: el torvisco, la esparraguera, el espino negro, la zarzaparrilla, el labiérnago... Como siguiendo inconscientemente un justo acuerdo, estas plantas dan a los pájaros energía cuando más falta les hace, en forma de frutos, a cambio de que dispersen sus semillas. El origen de este mutualismo, sin embargo, no es fácil de trazar, y sin duda dará para algunas entradas más en este blog...

Bibliografía:
Blondel & Aronson (1999) Biology and wildlife of the Mediterranean Region

18 septiembre 2009

Ecos del pasado

Tras varios días de lluvia, después del seco verano mediterráneo, el linaje de vegetales más antiguo del planeta reanuda su discreta vida en nuestro monte. Son ecos de un pasado tan remoto como no es posible imaginar, seres cuya forma apenas ha cambiado a lo largo de abismos de tiempo de miles de millones de años. Los podemos encontrar bajo el aspecto de pequeñas gelatinas verdosas esparcidas sobre los calveros de suelo desnudo; bajo un microscopio, su aspecto es como el de este dibujo: cadenas de células verdes inmersas en una matriz hialina. Estas células son del género Nostoc, de la estirpe de las cianobacterias - las primitivas algas cuya actividad oxigenó la atmósfera hace unos 2.500 millones de años. Las cianobacterias se cuentan entre los colonizadores pioneros de la tierra firme, cientos de millones de años antes de que las primeras plantas iniciaran su odisea sobre los continentes. Musgos, hierbas o árboles, comparados con Nostoc, son unos recién llegados. Pensando sólo en animales y plantas, a menudo se dice que las especies vienen y van, que cada especie que surge suele estar destinada a extinguirse en unos pocos millones de años como mucho. Sin embargo, para las cianobacterias, para los microbios en general, las reglas del juego son distintas. Sobreviven desde la noche de los tiempos, antes incluso de que se iluminasen muchas de las estrellas que conocemos...

16 septiembre 2009

Muñecos de paja

Llegué justo después de una tromba de agua y encontré, en lugar de un camino, un río que encauzaba unos 70 litros por segundo, con saltos de agua, pequeños rápidos y estos dos extraños muñecos de paja. El agua arrastró por la rambla del ecosistema kilos de paja seca, acumulándola en las espinas de las dos aliagas de esta foto. A su paso, la corriente dejó al descubierto la roca madre en el fondo del camino, y en los bordes desenterró hasta la raíz los rompesacos ya marchitos. Los animales estaban desubicados por la tormenta recién pasada, salvo los milpieses Ommatoiulus y los enormes escarabajos de las tinieblas Blaps, que salían por fin de sus refugios subterráneos tras meses de sequía. Los pájaros en migración cruzaban piando alarmados: pardillos, papamoscas... insensibles a la mirada atenta de un mochuelo sobre las pedrizas cercanas. En apenas dos horas, el torrente cesó y sólo quedaron charcos. En nuestra región mediterránea, a veces, muy pocas veces, un monte seco puede convertirse en un río...

10 septiembre 2009

El Diablo Mediano

Al caer la tarde, las retamas suenan, crepitando débilmente, como si susurraran. Este apagado crujido es la tosca música que hacen cientos de semillas al golpetear contra su vaina ya seca cuando el viento las agita. Cerca de las semillas, en la base de las hojas como tallos verdes, algunas ninfas de chinche de escudo succionan savia y exudan melaza, cuidadas por sus socias, las hormigas Camponotus; unas moscas diminutas se acercan también y sorben inquietas el dulce líquido, prestas a huir de las hormigas. Más abajo, en la rama, hay cicatrices de hojas que ya murieron, y tienen forma como de espina de rosal. Cuál no sería mi sorpresa al percatarme de que una de estas "espinas"... ¡se movía!

Más tarde descubrí que estas cigarrillas-espina se llamaban Centrotus cornutus, una de las tres especies europeas de una familia eminentemente tropical: los Membrácidos, famosos entre los naturalistas por presentar algunas de las formas más extravagantes entre los animales (hasta aparecen en la película Master and Commander como inspiración de ideas evolutivas para ese doctor que refleja la fascinante época previa a la teoría de la evolución). Su pronoto abultado a menudo tiene prolongaciones que llegan incluso a formar un arco, una especie de atomium de Bruselas, banderines, crisálidas, falsas hormigas, y ... algo tan inclasificable como esto. El aspecto de nuestro Centrotus motivó que Geoffroy, en el S. XVIII, lo llamara "Diablo Mediano"; "Diablo Pequeño" le puso a otro membrácido europeo (Gargara genistae) - al parecer no adjudicó un "Diablo Mayor", quizá porque eso ya le sonó demasiado para un inofensivo insecto que sólo succiona savia tranquilamente.

Llegamos por fin a la "Pregunta Mayor": ¿por qué los membrácidos tienen semejante tórax? Prácticamente desde los tiempos de Darwin se generalizó la idea de que la causa es la selección natural: el insecto mejora su camuflaje al romper su silueta mediante excrecencias del tórax, con lo cual los pájaros lo confundirán a menudo con alguna espina o cicatriz foliar, así que cazarán menos individuos cuanto mejor imiten éstos su entorno vegetal. Resultado: imitaciones perfectas de espinas y otros órganos de plantas. Así, los membrácidos se convirtieron en un clásico de libro de texto para ilustrar la evolución del camuflaje. Sin embargo, incluso hoy en día hay quien pone en duda esta explicación. Si esas prolongaciones mejoran el camuflaje, dicen, ¿por qué entre los membrácidos hay formas que, aparentemente, no sólo no se asemejan a nada que rodee al insecto sino que llaman la atención sobre la planta (pinchad, por favor, en alguno de los vínculos anteriores)? Los que dan mucho peso a esta crítica y a otras sugieren que los membrácidos no son un caso de camuflaje originado por selección natural, sino una caprichosa explosión evolutiva en la que la forma del pronoto, básicamente, no influye en la supervivencia. El enorme desarrollo de ese primer segmento del tórax se achaca a una vieja idea que ya fue esgrimida por los detractores de Darwin en el S. XIX: la ortogénesis, según la cual la evolución sigue tendencias independientes de la selección natural (en este caso, complicar el pronoto) a veces hasta lograr incluso órganos tan exagerados (hipertelia) que perjudican al ser vivo. El ejemplo habitual de ortogénesis hipertélica son las astas gigantes del alce irlandés, a las que Stephen Jay Gould dedicó uno de sus siempre curiosos ensayos.

Por lo visto, no hay pruebas irrefutables a favor o en contra del papel de la selección natural en el caso de los membrácidos... Me quedo, pues, con mi propia experiencia de las tardes junto a las retamas, y os aseguro que no es nada fácil encontrar a estas discretas cigarrillas: aun sabiendo lo que busco, las cicatrices de las hojas me confunden una y otra vez. ¿Por qué para un pájaro no habrían de ser igualmente difíciles de detectar? Para nuestro "Diablo Mediano", desde luego, yo apostaría por la selección natural... (¡pero no demasiado!).

06 septiembre 2009

Lo barroco de la naturaleza

No es una mantis. Es una prueba viviente de la selección natural. Observad las garras rapaces, erizadas de pinchos para retener la presa. Contemplad los ojos iridiscentes como una esmeralda que cambiase de color en la oscuridad, el vientre que imita el diseño de advertencia de las avispas, y esas alas imposibles en una mantis verdadera, repletas de delicadas nerviaciones como las de una hormiga león. Sí, es un neuróptero como ellas, un pariente lejano de las crisopas, pero tan especial, tan sometido a las mismas presiones evolutivas que las mantis, que la selección natural ha modelado su cuerpo hasta lograr algo fantásticamente semejante a esos hieráticos insectos (por convergencia evolutiva).

Pero en Mantispa styriaca, protegida por convenios internacionales, hay aún mucho más de lo que Margalef llamó "lo barroco de la naturaleza". Las contadísimas veces que he encontrado mantispas ha sido siempre en septiembre y siempre cerca de capullos de huevos de araña, a menudo de Segestria florentina. Esto no es extraño, porque estamos ante un peculiar súper-depredador, o bien parasitoide de predadores. Las larvas de mantispa se abren camino a través de la envoltura sedosa de los capullos y dentro se transforman en otro tipo de larva que se alimenta de huevos de araña, hasta que se transforma en crisálida. A esto se le llama hipermetamorfosis, y se conoce en pocas especies de insectos de nuestra fauna, como, por ejemplo, en el aceitero y en el Sitaris de quien tanto escribió Fabre.

Mantispa styriaca, un mantíspido. Convergencia evolutiva, coloración aposemática, mimetismo parcial con una avispa, consumidor especialista de huevos de un predador, e hipermetamorfosis, todo en uno. ¿Alguien da más?

04 septiembre 2009

Las cogujadas y las pequeñas diferencias

Hoy como hace siglos, las cogujadas comunes (Galerida cristata, izda.) corretean por los caminos polvorientos, apartándose de los coches con una rápida carrera cuando casi están a punto de atropellarlas. De ahí su nombre manchego, "pájaras tontas", que revela una opinión muy discutible sobre su inteligencia cuando uno se percata de que lo que buscan es alimentarse de los insectos que chocan contra el parabrisas y caen al suelo aturdidos. Su segundo nombre, "pájara moñuda", suena casi igual de manchego pero más descriptivo, y mucho más internacional por su semejanza con el nombre inglés del pájaro, crested lark. Sin embargo, pocas veces se ven cogujadas en Inglaterra, lo cual es chocante cuando sí que crían en el Norte de Francia. Parece que la respuesta está en que son especialmente sedentarias comparadas con sus parientes cercanos las alondras comunes (Alauda arvensis, la skylark, dcha.), frecuentes en la mitad septentrional de Iberia. Es llamativo que en los eriales de nuestro monte siempre se vean unas cuantas parejas de cogujadas todo el año, pero sólo en invierno haya alondras. Los mapas de distribución de ambas especies nos dicen que esto es la norma general: la alondra es sobre todo un ave invernante en el Sur de España, mientras que la cogujada aguanta durante el verano. ¿Acaso estos pájaros, que tanto se parecen, que están muy próximos dentro de la misma familia, se diferencian en algo que al uno le abre las puertas del verano mediterráneo mientras que al otro se las entorna o prácticamente se las cierra? Pues parece ser que sí, y que, en efecto, se trata de unas diferencias tan sutiles como importantes.

La sequía estival es el gran escollo al que deben enfrentarse todos los seres vivos mediterráneos, y es evidente que a unos pájaros de campo abierto sometidos a esta prueba les ayudará muchísimo a superarla el poder ahorrar agua en su cuerpo. Y qué casualidad: las cogujadas tienen un metabolismo más lento que el de las alondras, lo cual las hace generar menos agua de respiración. Además, las cogujadas pierden menos líquido por evapotranspiración que las alondras, en lo que probablemente influyan tanto la capa de grasa que las aísla como, quizá, algo a primera vista tan irrelevante como... ¡la longitud del pico! Al exhalar el aire a través de los cornetes nasales, el pico más largo de la cogujada tendería a retener más vapor de agua que el de la alondra. Aunque esto aún no se ha confirmado como diferencia clara entre ambas especies, es la tendencia general en su familia (Aláudidos).

¿Es la selección natural la causa de estos rasgos? Entonces, seguramente la alondra emigra para evitar el verano mediterráneo, al que no estaría tan bien adaptada como nuestra "pájara moñuda". Pero, desde mi ignorancia, hay al menos otra alternativa: que el origen de estos rasgos sea simplemente que los pollos de la cogujada han crecido en un hábitat más cálido y seco (plasticidad fenotípica)... Si fuera así, entonces el instinto migrador de las alondras sería en realidad lo que las excluye del Sur de Iberia, pero no su capacidad de adaptación. Es una posibilidad, pero personalmente sospecho que la selección natural está muy implicada en este asunto. En todo caso, las cogujadas no sólo no son tontas, ni "vulgares", sino que tienen mucho que enseñarnos, según con qué ojos las miremos.

02 septiembre 2009

Esculpidas por los pájaros

Al final del verano, al anochecer, oscuras mariposas revolotean entre las encinas. Durante las horas de tórrido calor han aguantado refugiándose a la sombra de estos árboles-matas, casi siempre a sotavento, donde volar les cuesta menos energía. Ahora, en septiembre, muchas llevan roto el ápice del ala anterior, justo donde el paisaje microscópico del mosaico de sus escamas dibuja un falso ojo (ocelo), con asombroso detalle, una media mirada inquisidora que el insecto muestra, alzando el ala anterior, ante cualquier posible amenaza, espantando a los pájaros más pusilánimes y desencadenando en los más decididos un certero ataque... del que la mariposa saldrá viva con el mal menor de un ala rota o dos. Es decir, que el ocelo atrae picotazos, desviándolos del cuerpo, donde serían letales. Y a juzgar por la cantidad de alas rotas a estas alturas del año, parece una estrategia defensiva bastante eficaz, sobre todo ahora que los mirlos deambulan hambrientos, saltando sobre la hojarasca, al acecho de cualquier insecto mediano que llevarse al pico.

Supongo que de esta clase de observaciones surgió la explicación tradicional a los ocelos de las mariposas: están ahí por selección natural, porque tenerlos supone para el insecto más opciones de sobrevivir hasta reproducirse. Aunque todavía cabe discutir la validez de esta idea, desde luego yo diría que es cierta al menos en la especie de estas acuarelas, Pyronia cecilia, el "lobito meridional" (izda. macho, dcha. hembra), exclusiva de la Península Ibérica y muy común por todo el monte. Pertenece, como todas las oscuras mariposas a las que me refiero, a la estirpe de los Satirinos, las llamadas "pardas" por sus colores dominantes. ¡Fijaos en el extraordinario camuflaje, modelo "hojarasca en sombra", del reverso del ala posterior! Las hace virtualmente invisibles cuando pliegan las alas a un solo paso nuestro. Invisibles, pero sólo para un animal tamaño vertebrado... ¿Hasta qué punto los pájaros habrán esculpido, literalmente a picotazos, las formas y colores de estas mariposas?
Para identificar mariposas diurnas europeas: Tolman & Lewington (1997).

01 septiembre 2009

Parasitoides

Una avispa solitaria captura a un saltamontes mayor que ella, lo aguijonea, lo paraliza con su veneno y lo arrastra hacia su nido, una galería excavada en la tierra; dentro, le pone un huevo sobre el pecho. La avispa introducirá de la misma manera otro saltamontes, para luego tapar cuidadosamente la entrada del agujero. En la oscura cámara subterránea, del huevo emerge una diminuta larva que devora vivo al saltamontes inmóvil pero aún sensible; la larva le horada primero el tórax y en apenas dos jornadas deja sólo una carcasa vacía, y pasa a comerse también vivo al segundo saltamontes. Ya crecida, ya saciada, se transforma en una crisálida de la que surgirá en junio una nueva avispa dispuesta a repetir la misma historia...

La cazadora es Tachytes europaea; su víctima, Dociostaurus jagoi occidentalis. El saltamontes más común del ecosistema en verano, y su captor especialista, cuyo ciclo vital es el de un parasitoide, ese espantoso modo de vida intermedio entre parásito y depredador: consumir a un animal vivo hasta matarlo. Por suerte, no existen parasitoides de vertebrados - la película Alien (cuyo extraterrestre está inspirado en esta familia de avispas, los Esfécidos) muestra la pesadilla que eso podría ser. Pero entre los insectos abundan los parasitoides, casi no hay especie que no pueda ser víctima de uno o de varios. ¿Diremos que eso es horrible, que no es justo que existan? Podemos, como Darwin, plantearnos por qué un creador benévolo habría de diseñar unos seres cuyo modo de vida es la crueldad más innecesaria. Pero quizá lo mejor sea simplemente aprender algo de los parasitoides: que la naturaleza funciona al margen de nuestras ideas del bien y del mal.

“No puedo persuadirme de que un Dios benévolo y omnipotente haya creado a los icneumónidos con la intención expresa de que se alimenten dentro de los cuerpos vivos de orugas” Charles Darwin (1860), carta a Asha Gray

El campo de carlinas

Agosto de 2009: la sequía estival ha acabado con todas las herbáceas de nuestro monte. ¿Con todas? No. Algunas especies resisten todavía (no siempre) al calor. Con su floración sucesiva, marcan el transcurso de las semanas, y al final de agosto sólo quedan floreciendo las carlinas, o cardos cuco (Carlina corymbosa). Las flores ásperas y de aspecto seco de estos cardos significan ahora una última oportunidad de supervivencia para cientos de abejas y avispas solitarias, y para sus parasitoides (moscas abejorro, icneumones, bracónidos...). Las hormigas león y las libélulas del secano vigilan sobre los tallos espinosos ya dorados. Las mariposas azules buscan algo de néctar en las flores medio secas. Pequeñas ninfas de cigarrillas, cuidadas por hormigas, sorben la savia agarradas a las hojas espinosas. Y a ras de suelo, las pequeñas lagartijas colilargas que han nacido este verano son los grandes predadores de todo este microcosmos. Y toda esta fauna desafía a la muerte cada día, perdida bajo el Sol en el campo de carlinas.

31 agosto 2009

Acróbatas


Este año el verano fue prematuro. Ya a mediados de mayo el pasto comenzó a secarse, lo que significa casi un mes más de sequía. Por eso ahora nuestro monte está más desierto que nunca: apenas hay saltamontes, apenas se oye nada, salvo, de vez en cuando, un débil carraspeo procedente de las marañas de encina. Un poco de paciencia y unos prismáticos nos revelarán que son currucas, pájaros de apenas 10 gramos de peso, ágiles y veloces desplazándose dentro de las encinas de rama en rama. Esta acuarela muestra un macho de curruca rabilarga (Sylvia undata), una de las más comunes del ecosistema, si bien su población cambia mucho de un año a otro. Con el fresco del atardecer, las currucas revisan las ramas en busca de los insectos que en verano se refugian a centenares bajo la sombra de cada encina, huyendo del calor del Sol bajo el que sólo los saltamontes y algunos otros no sucumben. Así que no es extraño que estos pájaros aguanten aquí incluso en lo peor del verano: viven en oasis de sombra repletos de presas.

30 agosto 2009

Las hormigas león

A finales de agosto, entre las desoladas y diminutas selvas de hierba quebradiza, revolotean errantes las hormigas león. No son libélulas, pero, como éstas, cazan insectos, ya desde la infancia. Esta secuencia de imágenes muestra una larva de hormiga león sepultándose en la arena, en julio, con la superficie del suelo a 44º C:

Enterrada, caza a la espera, atenazando con sus "mandíbulas" a pequeños insectos, sobre todo hormigas (de ahí su nombre). Pongo comillas porque no son verdaderas mandíbulas, sino piezas bucales huecas con las que succiona los jugos de su víctima. Probablemente esta larva sea de la hormiga león más común en el ecosistema, Macronemurus appendiculatus, pero el insecto adulto en la imagen anterior es de otra especie, Myrmecaelurus trigrammus, inconfundible por el tinte amarillento de sus alas. Sus larvas, como las de otras hormigas león, excavan pequeños hoyos en forma de cono, permaneciendo enterradas en el fondo a la espera de presas. Las hormigas, al caer a estos fosos, resbalan por la pendiente y acaban en las fauces del diminuto monstruo. Si se retrasan en su caída, este león de hormigas las desequilibrará desde abajo lanzándoles decididas paladas de arena con su cabeza plana. Cuando, al cabo quizás de más de un año, se transforme en adulto, dejará de cazar a ras de suelo, pero entre el pasto seco podrá ser capturado por rápidas moscas rapaces, los Asílidos, a los cuales dedicaremos alguna que otra entrada...

Claves para identificar estas hormigas león: Navás (1909) y Giacomino (2007).

El espectáculo desconocido

He aquí un monte mediterráneo del Campo de Montiel, en la provincia de Ciudad Real. Uno de tantos parches de matorral de la Península Ibérica, rodeado de cultivos, raído por siglos de corta de leña y de pastoreo. Muchos naturalistas exploraron sitios exóticos y espectaculares: la selva tropical, los bosques ecuatoriales, las sabanas... lugares con los que la mayoría de la gente opinaría que este monte no puede compararse. Es un error comprensible. Porque, ¿quién diría, a primera vista, que en este austero paisaje habitan casi un millar de especies? Durante más de 12 años he tenido la fortuna de poder descubrirlas y ser testigo de sus vidas. Muchas son seres fascinantes cuyo aspecto y modo de vida cautivan la imaginación. Otras, más familiares, figuran en mitos y leyendas. Con su actividad, hacen que el ecosistema funcione, y ejercen poderosas pero invisibles influencias en nuestras vidas. De todos estos compañeros de viaje en la nave Tierra podemos aprender algo. Acompañadme, a lo largo de este cuaderno de campo, en un paseo por este espectáculo desconocido aún por demasiada gente.