31 enero 2011

La lucha por la existencia

En nuestro monte, a ras de suelo, la hierba brotada en otoño aguarda el final de las noches de escarcha y los días helados. Siempre que veo a las pequeñas plantas, unas junto a otras, soportando el hielo, me viene a la mente esa expresión clásica del darvinismo, la "lucha por la existencia", el fundamento de la evolución por selección natural. Darwin mismo comprobó lo difícil que es la supervivencia en el mundo de las hierbas: aclaró un pequeño parche de suelo, dejando la tierra al descubierto, y anotó cualquier planta que comenzase a crecer. De un total de 357 plantas que nacieron, no menos de 295 fueron destruidas por los insectos y las babosas. Wallace, el codescubridor de la selección natural, expresó la idea de lucha por la existencia de este modo:

Para la mayoría de las personas la naturaleza parece en calma, ordenada, y pacífica. Ven los pájaros cantando en los árboles, los insectos sobrevolando las flores, la ardilla trepando entre las copas, y todos los seres vivientes en posesión de salud y vigor, y en el disfrute de una existencia al sol. Pero no ven, y casi nunca piensan sobre, los medios por los que esta belleza y armonía y disfrute surgen. No ven la constante y diaria búsqueda de comida, el fracaso al obtenerla que trae debilidad o muerte, el constante esfuerzo para escapar de los enemigos, la incesante lucha contra las fuerzas de la naturaleza.

Contra las fuerzas de la naturaleza... ¿pero cuáles son esas fuerzas, y cuál es su importancia? Muchos naturalistas, al pensar en la lucha por la existencia, consideran más bien una pugna entre individuos, una competencia sin cuartel. Estos naturalistas suelen saber mucho de animales y menos de plantas. Por el contrario, los más dados a las plantas tienden a darle menos peso a la competencia entre especies y más a lo que Wallace sugiere al final: las "fuerzas de la naturaleza", el clima y sus imposiciones. Ante esta discrepancia, lo lógico es preguntarnos qué fuerzas predominan en la lucha por la existencia: ¿los enemigos, o los elementos? Esta cuestión daría pie a innumerables entradas, pero de momento solamente me fijaré en una idea muy general. Pensemos en un ecosistema como nuestro monte. Ninguno de sus habitantes puede escapar al clima de la región y a sus peligrosos caprichos: trombas, sequías, heladas, nevadas... En cambio, la acción de los enemigos (depredadores, parásitos, competidores...) depende, de un modo u otro, del encuentro entre un organismo y ese enemigo, encuentro que de por sí implica un componente de azar. Por simple azar, por tanto, los seres vivos podrían ver mitigada su lucha por la existencia unos contra otros, pero jamás pueden evitar la lucha con los elementos primordiales. Así que, a muy grandes rasgos, el impacto del clima y sus vicisitudes podría ser mayor en la evolución que el de la consabida competencia. Sé que suena demasiado sencillo para ser cierto, así que en próximas entradas iré desgranando la idea con algunos ejemplos...

Párrafo de Wallace traducido por mi mismo del capítulo II de su obra Darwinism (1889, edición de Dodo Press), de donde procede también el relato sobre el experimento de Darwin.

21 enero 2011

Memorias de Australia

Las palomas torcaces (Columba palumbus) son las mayores palomas de la región mediterránea y una de las aves inviernantes más comunes de nuestros montes. Su despegue ruidoso desde encinas y olivos puede oirse todo el año, pero al llegar el frío miles de palomas bajan desde el norte de Europa para pasar esos meses hostiles en los paisajes mediterráneos, donde el invierno se hace más llevadero. Otros grupos de aves no realizan esta migración, por ejemplo, las aves de la tundra ártica: el halcón gerifalte, el búho nival, la perdiz nival... Especies que se han adaptado a las condiciones extremas del invierno boreal, a diferencia de las palomas y otras muchas aves. ¿A qué puede deberse esta diferencia? ¿Acaso las palomas, por algún motivo, encuentran difícil adaptarse al frío? Es difícil contestar a esta pregunta, pero puede que la respuesta sea más sencilla de lo que parece. La clave podría estar en algo que últimamente suena mucho en ecología: el conservadurismo de nicho (niche conservatism).

Las palomas (orden Columbiformes) parece que se originaron en Australia, junto con muchos otros linajes de aves, como los córvidos o lo que llamamos "pájaros" (paseriformes). En Australia, las primeras palomas debieron de ocupar las antiguas selvas tropicales, donde aún hoy se da la máxima diversidad mundial de palomas. En las junglas, las palomas originariamente se alimentarían, como hoy, de frutos, como tantos otros organismos tropicales. Así que, desde el principio, las palomas comenzaron como aves frugívoras tropicales. Esta manera de vivir, este nicho ecológico ancestral, supone una herencia difícil de perder. Cuando, a lo largo de millones de años, las palomas se extendieron de Australia a Eurasia, originando nuevas especies por el camino, y cuando finalmente colonizaron Europa, cambiaron adaptándose al clima más fresco de estas regiones templadas, pero las nuevas especies retuvieron ese "aire de familia", heredado de sus antepasados de Oceanía. Quizás por eso aún hoy parece que les cuesta adaptarse a los climas muy fríos, ya sean de montaña o boreales, ya que ese clima es muy lejano del clima tropical en que vivían sus ancestros. Y quizás esa herencia explica que su dieta se base principalmente en los frutos. Como nos muestran nuestras torcaces, que incluso en la región mediterránea se alimentan todavía en abundancia de los frutos de un linaje tropical de árboles: las encinas. En efecto, las torcaces son consumadas comedoras de bellotas, que tragan enteras. Su historia evolutiva, en la que se unen la biogeografía y el conservadurismo de nicho ecológico (de papel ecológico, si se quiere), constituye un ejemplo curioso de cómo la ecología y la evolución nos pueden ayudar a entender los rasgos de los seres vivos a nuestro alrededor.

Sobre el origen de las palomas en Australia: Briggs (1987) Biogeography and plate tectonics. Elsevier. Sobre conservadurismo de nicho: Wiens (2005) Niche conservatism as an emerging principle in ecology and conservation biology. Ecology Letters 13: 1310-1324.