En nuestro monte, a ras de suelo, la hierba brotada en otoño aguarda el final de las noches de escarcha y los días helados. Siempre que veo a las pequeñas plantas, unas junto a otras, soportando el hielo, me viene a la mente esa expresión clásica del darvinismo, la "lucha por la existencia", el fundamento de la evolución por selección natural. Darwin mismo comprobó lo difícil que es la supervivencia en el mundo de las hierbas: aclaró un pequeño parche de suelo, dejando la tierra al descubierto, y anotó cualquier planta que comenzase a crecer. De un total de 357 plantas que nacieron, no menos de 295 fueron destruidas por los insectos y las babosas. Wallace, el codescubridor de la selección natural, expresó la idea de lucha por la existencia de este modo:
Para la mayoría de las personas la naturaleza parece en calma, ordenada, y pacífica. Ven los pájaros cantando en los árboles, los insectos sobrevolando las flores, la ardilla trepando entre las copas, y todos los seres vivientes en posesión de salud y vigor, y en el disfrute de una existencia al sol. Pero no ven, y casi nunca piensan sobre, los medios por los que esta belleza y armonía y disfrute surgen. No ven la constante y diaria búsqueda de comida, el fracaso al obtenerla que trae debilidad o muerte, el constante esfuerzo para escapar de los enemigos, la incesante lucha contra las fuerzas de la naturaleza.
Contra las fuerzas de la naturaleza... ¿pero cuáles son esas fuerzas, y cuál es su importancia? Muchos naturalistas, al pensar en la lucha por la existencia, consideran más bien una pugna entre individuos, una competencia sin cuartel. Estos naturalistas suelen saber mucho de animales y menos de plantas. Por el contrario, los más dados a las plantas tienden a darle menos peso a la competencia entre especies y más a lo que Wallace sugiere al final: las "fuerzas de la naturaleza", el clima y sus imposiciones. Ante esta discrepancia, lo lógico es preguntarnos qué fuerzas predominan en la lucha por la existencia: ¿los enemigos, o los elementos? Esta cuestión daría pie a innumerables entradas, pero de momento solamente me fijaré en una idea muy general. Pensemos en un ecosistema como nuestro monte. Ninguno de sus habitantes puede escapar al clima de la región y a sus peligrosos caprichos: trombas, sequías, heladas, nevadas... En cambio, la acción de los enemigos (depredadores, parásitos, competidores...) depende, de un modo u otro, del encuentro entre un organismo y ese enemigo, encuentro que de por sí implica un componente de azar. Por simple azar, por tanto, los seres vivos podrían ver mitigada su lucha por la existencia unos contra otros, pero jamás pueden evitar la lucha con los elementos primordiales. Así que, a muy grandes rasgos, el impacto del clima y sus vicisitudes podría ser mayor en la evolución que el de la consabida competencia. Sé que suena demasiado sencillo para ser cierto, así que en próximas entradas iré desgranando la idea con algunos ejemplos...
Párrafo de Wallace traducido por mi mismo del capítulo II de su obra Darwinism (1889, edición de Dodo Press), de donde procede también el relato sobre el experimento de Darwin.
Para la mayoría de las personas la naturaleza parece en calma, ordenada, y pacífica. Ven los pájaros cantando en los árboles, los insectos sobrevolando las flores, la ardilla trepando entre las copas, y todos los seres vivientes en posesión de salud y vigor, y en el disfrute de una existencia al sol. Pero no ven, y casi nunca piensan sobre, los medios por los que esta belleza y armonía y disfrute surgen. No ven la constante y diaria búsqueda de comida, el fracaso al obtenerla que trae debilidad o muerte, el constante esfuerzo para escapar de los enemigos, la incesante lucha contra las fuerzas de la naturaleza.
Contra las fuerzas de la naturaleza... ¿pero cuáles son esas fuerzas, y cuál es su importancia? Muchos naturalistas, al pensar en la lucha por la existencia, consideran más bien una pugna entre individuos, una competencia sin cuartel. Estos naturalistas suelen saber mucho de animales y menos de plantas. Por el contrario, los más dados a las plantas tienden a darle menos peso a la competencia entre especies y más a lo que Wallace sugiere al final: las "fuerzas de la naturaleza", el clima y sus imposiciones. Ante esta discrepancia, lo lógico es preguntarnos qué fuerzas predominan en la lucha por la existencia: ¿los enemigos, o los elementos? Esta cuestión daría pie a innumerables entradas, pero de momento solamente me fijaré en una idea muy general. Pensemos en un ecosistema como nuestro monte. Ninguno de sus habitantes puede escapar al clima de la región y a sus peligrosos caprichos: trombas, sequías, heladas, nevadas... En cambio, la acción de los enemigos (depredadores, parásitos, competidores...) depende, de un modo u otro, del encuentro entre un organismo y ese enemigo, encuentro que de por sí implica un componente de azar. Por simple azar, por tanto, los seres vivos podrían ver mitigada su lucha por la existencia unos contra otros, pero jamás pueden evitar la lucha con los elementos primordiales. Así que, a muy grandes rasgos, el impacto del clima y sus vicisitudes podría ser mayor en la evolución que el de la consabida competencia. Sé que suena demasiado sencillo para ser cierto, así que en próximas entradas iré desgranando la idea con algunos ejemplos...
Párrafo de Wallace traducido por mi mismo del capítulo II de su obra Darwinism (1889, edición de Dodo Press), de donde procede también el relato sobre el experimento de Darwin.