En nuestro matorral mediterráneo, la hierba dorada por el Sol contrasta ahora con el verde de las cercanas viñas, y un sofocante calor sahariano se abate cada día sobre todos los habitantes del ecosistema casi desde el mismo amanecer. Las aves buscan refugio en la sombra fresca de las encinas, y únicamente las menores, como las currucas, mantienen cierta actividad al sobrepasarse los 30ºC - al igual que los niños, los pájaros parecen tener tanto menos calor cuanto más pequeños son. Las horas tórridas del mediodía pertenecen no ya si quiera a los reptiles, sino a insectos de linajes tropicales. Es el caso de los saltamontes, cuya máxima biodiversidad se da hacia los trópicos, y también de las hormigas león, de las cigarras y las avispas cazadoras. Muchas de estas avispas solitarias patrullan ya en busca de presas bajo el Sol: las pequeñas Tachytes, que capturan saltamontes, el lobo de las abejas, que las caza en vuelo, y las grandes Sphex de alas doradas, o las delgadísimas Prionyx, las veloces Bembix... Aunque cacen distintas presas, todas estas avispas hacen fundamentalmente lo mismo: buscar una víctima, paralizarla con el aguijón, ocultarla en un agujero y ponerle un huevo, del que saldrá una larva que devora viva a la desdichada e inmóvil presa.
De todas las historias fascinantes que podríamos contar aquí sobre estos hermosos insectos, fijémonos hoy en la más temeraria de todas nuestras avispas cazadoras, la que se enfrenta a la presa más formidable, una víctima que en principio es totalmente capaz de dar muerte a su cazador con tanta eficacia como éste a ella misma. Es la avispa Cryptocheilus rubellus, la cazadora de tarántulas. Una sola vez en 12 años he cruzado mi camino con el de uno de estos avispones impresionantes, pero son tan raros que aún puedo considerarme afortunado. Todo en su cuerpo rojizo como el cobre delata que la evolución la ha esculpido para vencer a un durísimo contrincante, desde sus patas largas, robustas y veloces, pasando por su coraza refulgente bajo el Sol como metal bruñido, hasta su robusto tórax, que alberga los potentes músculos de unas alas doradas, oscuras, como ahumadas hacia el ápice.
Cada verano, una nueva generación de estas avispas cazadoras de tarántulas ve la luz del Sol para reanudar la historia de su especie, una de las más extrañas que pueda imaginarse para un insecto. Porque, después de aparearse, una Cryptocheilus fecundada dedicará todo su esfuerzo a localizar la guarida de una tarántula, ese brocal de seda que orla un agujero circular en el suelo delatando el cubil de la mayor araña de Europa. La tarántula mediterránea, Lycosa tarentula, dará que hablar en este blog próximamente, pero de momento basta con saber que puede superar los 6 cm de envergadura y que su mordedura arrebata la vida incluso a pequeños pájaros. Una vez localizada la madriguera de la tarántula, la Cryptocheilus se ofrece a sí misma como cebo, provocando a la gran araña a base de asomarse repetidamente al interior del agujero, hasta que logra hacerla salir un tanto, y entonces, en pocos segundos, la avispa se las ingenia para esquivar cualquier ataque de la tarántula y terminar clavándole el aguijón nada menos que justo entre los colmillos venenosos que flanquean la boca del pequeño monstruo, uno de sus pocos puntos vulnerables. Y aunque parezca increíble, al pararecer jamás se ha visto que la avispa termine entre las fauces de la araña. Tras la picadura de la avispa, la tarántula queda paralizada casi al instante, y entonces su vencedora la arrastra para ponerle el huevo, tal y como se muestra en la imagen.
Cryptocheilus rubellus es la mayor avispa cazadora de arañas de Europa, pero en nuestros montes hay muchas más especies dentro de su familia, los Pompílidos. ¿Qué extraña cadena de casualidades hizo de las avispas de esta familia los más consumados enemigos de los depredadores venenosos más comunes en la naturaleza? Los caminos de la evolución son caprichosos, pero eso nos ha dado especies tan fascinantes como nuestra cazadora de tarántulas, que nos demuestra que la vida en nuestros campos yermos no deja de albergar sorpresas incluso en plena ola de calor sahariano.
Más sobre Cryptocheilus y tarántulas en los Souvenirs Entomologiques de Jean Henri Fabre, de los cuales podéis bajar gratis algunas ediciones traducidas al inglés desde el enlace que proporciono a la derecha.
De todas las historias fascinantes que podríamos contar aquí sobre estos hermosos insectos, fijémonos hoy en la más temeraria de todas nuestras avispas cazadoras, la que se enfrenta a la presa más formidable, una víctima que en principio es totalmente capaz de dar muerte a su cazador con tanta eficacia como éste a ella misma. Es la avispa Cryptocheilus rubellus, la cazadora de tarántulas. Una sola vez en 12 años he cruzado mi camino con el de uno de estos avispones impresionantes, pero son tan raros que aún puedo considerarme afortunado. Todo en su cuerpo rojizo como el cobre delata que la evolución la ha esculpido para vencer a un durísimo contrincante, desde sus patas largas, robustas y veloces, pasando por su coraza refulgente bajo el Sol como metal bruñido, hasta su robusto tórax, que alberga los potentes músculos de unas alas doradas, oscuras, como ahumadas hacia el ápice.
Cada verano, una nueva generación de estas avispas cazadoras de tarántulas ve la luz del Sol para reanudar la historia de su especie, una de las más extrañas que pueda imaginarse para un insecto. Porque, después de aparearse, una Cryptocheilus fecundada dedicará todo su esfuerzo a localizar la guarida de una tarántula, ese brocal de seda que orla un agujero circular en el suelo delatando el cubil de la mayor araña de Europa. La tarántula mediterránea, Lycosa tarentula, dará que hablar en este blog próximamente, pero de momento basta con saber que puede superar los 6 cm de envergadura y que su mordedura arrebata la vida incluso a pequeños pájaros. Una vez localizada la madriguera de la tarántula, la Cryptocheilus se ofrece a sí misma como cebo, provocando a la gran araña a base de asomarse repetidamente al interior del agujero, hasta que logra hacerla salir un tanto, y entonces, en pocos segundos, la avispa se las ingenia para esquivar cualquier ataque de la tarántula y terminar clavándole el aguijón nada menos que justo entre los colmillos venenosos que flanquean la boca del pequeño monstruo, uno de sus pocos puntos vulnerables. Y aunque parezca increíble, al pararecer jamás se ha visto que la avispa termine entre las fauces de la araña. Tras la picadura de la avispa, la tarántula queda paralizada casi al instante, y entonces su vencedora la arrastra para ponerle el huevo, tal y como se muestra en la imagen.
Cryptocheilus rubellus es la mayor avispa cazadora de arañas de Europa, pero en nuestros montes hay muchas más especies dentro de su familia, los Pompílidos. ¿Qué extraña cadena de casualidades hizo de las avispas de esta familia los más consumados enemigos de los depredadores venenosos más comunes en la naturaleza? Los caminos de la evolución son caprichosos, pero eso nos ha dado especies tan fascinantes como nuestra cazadora de tarántulas, que nos demuestra que la vida en nuestros campos yermos no deja de albergar sorpresas incluso en plena ola de calor sahariano.
Más sobre Cryptocheilus y tarántulas en los Souvenirs Entomologiques de Jean Henri Fabre, de los cuales podéis bajar gratis algunas ediciones traducidas al inglés desde el enlace que proporciono a la derecha.
10 comentarios:
fascinante¡¡¡¡
menuda casta la de estos avispones...¡¡¡
es cierto que el "abusivo" calor nos impide nuestra normal actividad en estos días... pero está claro que afuera, la naturaleza se las apaña para seguir su curso...
saludos desde el calor de Córdoba
Menudos son los pompílidos, sí, y no se queda atrás en el ecosistema otra de estas avispas, más pequeña pero también del género Cryptocheilus, que supuestamente caza tarántulas pequeñas. Sobre el calor, Pilar, uno pronto se da cuenta de que nuestra definición de qué es pasar calor es solamente una más de entre las millones de definiciones, cada una de cada especie del planeta. Saludos, naturalista.
Maginifico Naturalista!.
Esa evolución va "ocupando" esos posibles nichos vacíos, y por lo que leo y veo esos Pompílidos, han sido los que se atrevieron a meterles mano a esos temibles depredadores .
una vez más gracias por deleitarnos con estas entradas,
un saludo
Es cierto, Bibiano, el nicho de ser "arañeras" estaba vacante durante la era de los dinosaurios, cuando evolucionaban las avispas, pero para mi lo raro es cómo los antepasados de los pompílidos se pasaron a las arañas en exclusividad. Supongo que ocurrió por casualidad, sencillamente, como sucede en algunas avispas cazadoras que suelen capturar saltamontes jóvenes pero a veces cogen ninfas de chinche, quizá por error. En el caso de los pompílidos, puede que una equivocación de estas que sucedió hace millones de años en el ancestro de toda la familia haya terminado poniendo en jaque nada menos que a las tarántulas. ¡Increíble! Un saludo, naturalista.
Son la versión en insecto de las mangostas y sus presas las serpientes venenosas (y no venenosas). Pero con el añadido de su reproducción tipo "Alien" como solo una avispa es capaz de hacer.
Tienen una gracilidad y movimientos realmente fascinantes... aunque solo las he visto en documentales.
Hola:
una historia muy interesante. Por lo visto, las avispas tienen un conocimiento de la anatomía nerviosa de sus víctimas propio de un cirujano, pues clavan su aguijón sólo en los nodos nerviosos esenciales para inmovilizar a sus víctimas. Es casi increíble cómo esos comportamientos tan complejos pueden ser incorporados a los genes de la avispa.
Me encantaría encontrar a esa avispa. Me veo montando guardia cuando vea el nido de alguna tarántula...
Saludos,
Antonio
Sí Jesús, es muy difícil encontrarse con una de estas Cryptocheilus, aunque sus congéneres más pequeños, Cryptocheilus egregius, también cazan tarántulas, supuestamente, y sí que se ven más, al menos el año pasado había muchos, este año muy pocos, en cambio. Sobre su rapidez, sin duda son las avispas más nerviosas que he visto, no paran de "olfatear" con las antenas ni de moverse agitando las alas. Suerte con estas "mangostas-alien", y saludos naturalistas.
Hola, Antonio Manuel; es verdad que estas avispas cazadoras parecen haber hecho algún curso de neurocirugía de invertebrados, pero es que encima se manejan la anatomía de sus presas con una maestría que hasta les permite ahorrar cuando es necesario. Por ejemplo, la avispa Sphex maxillosus, que caza grandes grillos de matorral, suele paralizarlos con 3 aguijonazos, pero al último grillo que captura sólo le asesta 2 a veces, porque, al ser el último que comerá su larva, estará más debilitado que los otros y lo que no haya logrado el veneno lo habrá conseguido el cansancio de varios días almacenado en el nido. Reconozco que estas avispas son mi debilidad, como la de tantos naturalistas, porque su mundo es fascinante. ¡Habrá que montar guardia! Eso sí, durante días... ¡y a tiempo completo! Saludos, naturalista.
Fascinante historia, casi una de esas leyendas medievales de caballeros venciendo dragones.
Tal vez la avispa saque alguna ventaja de las altas temperaturas. Quizá es más apta para moverse velozmente bajo el tórrido sol frente a la tarántula...¡algo tiene que haber!
Saludos, Naturalista.
Fcº Javier, yo también creo que estas avispas están hechas para aprovechar el calor del mediodía, con esos suelos a 60º, con el fin de que sus músculos no necesiten primero calentarse para luego funcionar a la perfección. Las avispas más rápidas del ecosistema cumplen con ese perfil, son amantes del sol y del calor. En cambio, las tarántulas dan mucha fachada pero reconozcamos que muy ágiles no son, ni veloces, y menos de día y sacadas de sus madrigueras. Algo hay... digo yo. Saludos naturalistas.
Publicar un comentario