Todo animal fue antes un embrión, pero también toda planta. Lo que ahora despliega tallos, hojas y raíces era en principio un mero esbozo diminuto con muñones insinuando una raíz y una hoja, o dos (según la planta sea monocotiledónea o dicotiledónea, respectivamente). Al producir un embrión, la planta cierra su ciclo vital, porque dan vida a lo que antaño fueron: semillas, embriones rodeados de reservas de alimento dentro de una envoltura protectora. Las semillas, dentro de su correspondiente fruto, se dedican sobre todo a viajar, en una especie de lotería en la que puede tocarles una tierra buena para crecer, o todo lo contrario. Algunas semillas viajan del modo más simple, como las de las orquídeas, cuyos embriones, del tamaño de motas de polvo, se dejan llevar por la brisa. Otras plantas preparan a sus semillas con un equipo de desplazamiento, más o menos complicado, desde vilanos hasta los "cebos" que sirven como pago para que las hormigas transporten la semilla.
Una de las estrategias más extrañas de dispersión de semillas es la de la planta de la imagen, un alfiler de pastor, una de esas hierbas del género Erodium, parientes cercanas del geranio silvestre, que en estos días tachonan de flores rosadas el pastizal. El fruto de los Erodium parece una especie de sacacorchos cuando está seco, pero al humedecerse se estira lentamente, impulsado por fuerzas higroscópicas que se generan al mojarse las células muertas que componen el vástago. Al secarse, estas fuerzas desaparecen y entonces la "cola" del embrión vuelve a enrollarse. A base de mojarse y secarse alternativamente, siguiendo el ritmo de las lluvias, el "sacacorchos" se estira y se enrolla una y otra vez, y el resultado es que la semilla se arrastra por el suelo, dando tumbos a cámara lenta, a lo largo de meses. Así, este embrión reptante puede alejarse del lugar donde primeramente haya caído, dando, quizás, con una tierra mejor donde germinar. Si encuentra una pequeña grieta en el terreno, puede incluso clavarse como un verdadero sacacorchos, atornillándose al suelo mediante sucesivos ciclos de humedecerse y secarse. Con esto, la semilla se planta a sí misma, pero curiosamente lo hace sin hacer nada, sólo dejándose mojar por las lluvias y secar por el sol, una y otra vez.
Antes de caer al suelo, los frutos del Erodium se secan y al hacerlo giran muy despacio, como la manecilla pequeña de un reloj, soltándose de la planta. Por eso los Erodium también se llaman relojes. En este estado, los "sacacorchos" pueden clavarse en el pelo de algún animal que cruce por allí, como una oveja, y viajar muy lejos. Quizás las lluvias les ayuden a apearse de la lana, saltando de lomos de su transporte como muelles vivientes. El mecanismo de muelle de los Erodium recuerda extrañamente a los resortes de los colémbolos, a la biomecánica de las patas de los canguros, al sistema que dispara los dardos venenosos de ciertas células de las medusas, y a los movimientos higroscópicos que liberan las semillas de algunas plantas del desierto. Como si la evolución descubriera, una y otra vez, trucos similares, empleándolos de maneras distintas.
Gracias a Carlos M. Herrera por la información sobre el auto-enterramiento de las semillas de Erodium, que se describe con detalle en Stamp (1984) Self-burial behaviour of Erodium cicutarium seeds. Journal of Ecology 72:611-620. Más sobre dispersión de semillas de plantas mediterráneas en Blondel & Aronson (1999) Ecology and wildlife of the Mediterranean Region, Oxford University Press.
Una de las estrategias más extrañas de dispersión de semillas es la de la planta de la imagen, un alfiler de pastor, una de esas hierbas del género Erodium, parientes cercanas del geranio silvestre, que en estos días tachonan de flores rosadas el pastizal. El fruto de los Erodium parece una especie de sacacorchos cuando está seco, pero al humedecerse se estira lentamente, impulsado por fuerzas higroscópicas que se generan al mojarse las células muertas que componen el vástago. Al secarse, estas fuerzas desaparecen y entonces la "cola" del embrión vuelve a enrollarse. A base de mojarse y secarse alternativamente, siguiendo el ritmo de las lluvias, el "sacacorchos" se estira y se enrolla una y otra vez, y el resultado es que la semilla se arrastra por el suelo, dando tumbos a cámara lenta, a lo largo de meses. Así, este embrión reptante puede alejarse del lugar donde primeramente haya caído, dando, quizás, con una tierra mejor donde germinar. Si encuentra una pequeña grieta en el terreno, puede incluso clavarse como un verdadero sacacorchos, atornillándose al suelo mediante sucesivos ciclos de humedecerse y secarse. Con esto, la semilla se planta a sí misma, pero curiosamente lo hace sin hacer nada, sólo dejándose mojar por las lluvias y secar por el sol, una y otra vez.
Antes de caer al suelo, los frutos del Erodium se secan y al hacerlo giran muy despacio, como la manecilla pequeña de un reloj, soltándose de la planta. Por eso los Erodium también se llaman relojes. En este estado, los "sacacorchos" pueden clavarse en el pelo de algún animal que cruce por allí, como una oveja, y viajar muy lejos. Quizás las lluvias les ayuden a apearse de la lana, saltando de lomos de su transporte como muelles vivientes. El mecanismo de muelle de los Erodium recuerda extrañamente a los resortes de los colémbolos, a la biomecánica de las patas de los canguros, al sistema que dispara los dardos venenosos de ciertas células de las medusas, y a los movimientos higroscópicos que liberan las semillas de algunas plantas del desierto. Como si la evolución descubriera, una y otra vez, trucos similares, empleándolos de maneras distintas.
Gracias a Carlos M. Herrera por la información sobre el auto-enterramiento de las semillas de Erodium, que se describe con detalle en Stamp (1984) Self-burial behaviour of Erodium cicutarium seeds. Journal of Ecology 72:611-620. Más sobre dispersión de semillas de plantas mediterráneas en Blondel & Aronson (1999) Ecology and wildlife of the Mediterranean Region, Oxford University Press.
10 comentarios:
Y recuerda también a lo que ahora los humanos han llamado "materiales con memoria de forma". Que, como tantas otras cosas, ya estaba descubierto hace millones de años por la evolución de lo viviente.
Hasta la más humilde planta tiene su gran secreto.
Un comentario frívolo, si se me permite. La estrategia del erodium me ha recordado un entretenimiento infantil. Rasgábamos, sin llegar a partir, una servilleta de las que hay en los bares formando múltiples tentáculos que enrollabamos sobre su eje.Luego dejábamos caer en la base una gota de agua y veíamos como dichos tentáculos se retorcían con un algo fantasmal
Sí, Jesús, en realidad esa expresión, "materiales con memoria de forma", es más sentenciosa que novedoso su meollo. El arco de un hombre de Cro-Magnon era de un material con memoria de forma: la madera. Y la más humilde brizna de hierba tiene memoria de forma, también, cuando es agitada por el aire y vuelve siempre a pasar por las mismas posiciones. Quizá lo más antiguo, biológico, con memoria de forma sea la membrana celular, capaz de cerrar sus propios huecos volviendo a ser una lámina...
Fíjate, Joaquín, hacíais materiales con memoria de forma retorciendo una servilleta de papel. Ahora que lo dices me viene el recuerdo de haber hecho algo así alguna vez. Ahora que lo pienso, qué rara me parece la relación entre el agua y los cambios de forma... Saludos naturalistas.
La convergencia evolutiva en todo su esplendor, jejeje. Me ha encantado la estrategia del Erodium, pues no la conocía.
Gracias por hacernos aprender, como siempre, con cada entrada.
Saludos
...También podría ser que la humedad contribuyera a que el fruto se enterrase en el suelo como un barreno, tanto por la humedad del propio suleo como por la del ambiente.
Saludos.
Sí, trotalomas, es que la idea de convergencia evolutiva es en principio tan amplia que uno llega a perder la noción de que muchas estructuras muy dispares son convergentes en su función. Saludos naturalistas.
Fco. Javier, yo también pensaba que existía esa posibilidad, de hecho, por una ilustración en una guía de campo, esperaba ver a estos frutos clavándose en la tierra como verdaderos sacacorchos en acción. Ahora creo que eso sólo ocurrirá en contadas ocasiones. Porque nunca he visto algo así, y sin embargo sí muchos frutos reptando a ras de suelo. Y porque, una vez clavado el ápice del fruto, al ponerse en acción el resorte lo más normal sería simplemente que el "rabo" girase en el aire, sin dar empuje hacia dentro. Para que hubiese empuje, la "cola" debería estar, a su vez, clavada al suelo. Y eso sería una posición muy rara... Vamos, igual me equivoco, pero me da que la idea del barreno o del fruto que se atornilla no es la clave de este asunto. Un saludo.
Distintos mecanismos están implicados en la dispersión de las semillas de Erodium, y dependiendo del tipo de substrato y de las circunstancias actuará uno u otro. Fco. Javier tiene razón, uno de esos mecanismos es efectivamente el "autobarreno". Hace ya muchos años que fue descrito en la literatura técnica, precisamente para Erodium cicutarium (Stamp, N. E. 1984. Self-burial behaviour of Erodium cicutarium seeds. Journal of Ecology 72: 611-620). El sistema funciona a base de ciclos de "atornillamiento"-"estiramiento" en función de la humedad ambiental, y el éxito final del proceso depende mucho del tipo de resquicios que haya en la superficie del sustrato.
Saludos.
Gracias por la información, Carlos, ¡menos mal que dije "igual me equivoco"! Modificaré la entrada como corresponde. No había dado con ese artículo en mis búsquedas sobre Erodium ni lo había leído referenciado en ninguna de mis lecturas de dispersión de semillas. Entre eso y el no encontrar esos "autobarrenos" en el suelo del ecosistema, preferí omitir cualquier alusión al asunto en el post. Igual es que la tierra en el ecosistema es tan dura y pedregosa que no suelen clavarse los Erodium... quizás, a ver si me lo leo. Un saludo naturalista.
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