28 diciembre 2011

Del mundo... a un monte mediterráneo

Alcaudón real meridional (Lanius meridionalis) sobre el mapa de regiones biogeográficas de Wallace (1876). Pinchar para ampliar.
Si hay suerte, cada año podremos ver unas 60 especies de aves en nuestro ecosistema. ¿De dónde han surgido? Ninguna de ellas parece haberse originado aquí, en La Mancha. Debieron de separarse de sus especies antecesoras a cientos, a miles de kilómetros, y desde esa lejanía se dispersaron como nuevas especies hasta alcanzar el pequeño matorral que nos ocupa en este blog. De modo que las piezas (especies) que componen el puzzle de la biodiversidad no sólo se han formado en distintas etapas de la historia de la vida, sino también en diferentes lugares del mundo. Así, la biodiversidad es como un puzzle en el tiempo y en el espacio. ¿Y qué porciones del mundo ocupan las piezas del puzzle de nuestro monte? Fijémonos en un caso sencillo, el de los 42 géneros de aves habituales en el paraje.

Según la distribución mundial de los animales, el naturalista Alfred Russel Wallace dividió el planeta en siete grandes regiones biogeográficas aún vigentes: Paleártico (las tierras templadas y frías del Viejo Mundo), Neártico (Norteamérica), Afrotropical (África y Madagascar, excluyendo el Magreb), Neotropical (Centroamérica y Sudamérica), Oriental (Asia tropical), Australasia (Oceanía y parte de Indonesia) y Antártica. Nuestro ecosistema es un punto diminuto hacia el sudoeste del Paleártico, pero la mayoría de sus especies se distribuyen también por otras regiones. Como es de esperar, ningún género de las aves de nuestro matorral vive en la Antártida, pero hay siete géneros repartidos por las restantes seis regiones del mundo. A estos géneros casi cosmopolitas pertenecen el aguilucho pálido (Circus), el gavilán (Accipiter), el cernícalo vulgar (Falco), la lechuza (Tyto), el chotacabras pardo (Caprimulgus), la golondrina común (Hirundo) y el mirlo y el zorzal común (Turdus). El contrapunto de estos géneros son los restringidos a una región, dos géneros endémicos del Paleártico: la avutarda (Otis) y el sisón (Tetrax), si bien los géneros del petirrojo (Erithacus), del pinzón vulgar (Fringilla) y del triguero (Miliaria) prácticamente pueden considerarse endémicos, ya que apenas salen del Paleártico.

Entre estos extremos están la mayoría de los géneros de aves del paraje, que suelen ocupar unas tres regiones biogeográficas. Con Norteamérica tenemos en común nada menos que 16 géneros, incluyendo el reyezuelo listado (Regulus). Con Oceanía, 13 géneros, por ejemplo, el del alcaraván (Burhinus), los mismos que con los trópicos americanos, donde hay parientes del jilguero (Carduelis). Pero se llevan la palma los trópicos del Viejo Mundo, con los que compartimos nada menos que 37 géneros (34 con la región Afrotropical y 32 con la Oriental). Estos géneros suelen tener muchas especies tropicales, pocas en la zona templada y muy pocas en las tierras frías, lo cual ejemplifica uno de los grandes patrones de la biodiversidad mundial: la riqueza de especies suele aumentar desde los polos hacia el ecuador. Es el llamado gradiente latitudinal de biodiversidad, uno de los temas que han hecho correr más ríos de tinta desde los comienzos de la ecología hasta hoy. ¿A qué puede deberse esta exuberancia de la vida en los trópicos? Hagan sus sugerencias, mientras se fragua otra entrada sobre el asunto...

Datos sobre las regiones biogeográficas que habita cada género de aves tomados de guías de campo, de Wikipedia y de otras páginas web.

18 diciembre 2011

Un habitante de las espinas

Al amanecer, las primeras heladas construyen sobre el suelo los diminutos paisajes de cristales y agujas que llamamos escarcha. El hielo, ese mineral efímero, va apareciendo como de la nada, extendiendo sobre las hojas de hierba una arquitectura como de laberintos cristalinos que se derriten con el calor de mi mano sosteniendo la lupa. ¿Qué más puedo observar? Algo nuevo y extraño que descubro, algo como una bola de apenas 3 mm de anchura, cubierta de pelo blanco e incrustada en la espina de una aliaga. ¿Será acaso un hongo? No lo parece, a través de la lupa no se ven esporangios... Entonces caigo en la cuenta y abro la bola por la mitad: está hecha de tejido verde de la aliaga, y en el centro, en un hueco minúsculo que la lupa apenas alcanza a resolver, habita un inquilino diminuto y rojizo.

Estos tumores con inquilino, las agallas, son frecuentes en los robles, las encinas y muchas otras plantas, a las que incluso llegan a dar nombre, en el caso de la cornicabra. Normalmente las agallas son producidas por insectos, y otras veces por nemátodos o ácaros. Cuando un insecto pone un huevo en el tejido vegetal, la planta reacciona ante las señales químicas del huevo haciendo crecer un tumor que lo encierra. Del huevo así encapsulado nace una larva que se alimenta del interior de la agalla, hasta completar su desarrollo y salir al exterior como insecto adulto, practicando un agujero de escape. Esta manera de vivir es típica de ciertas avispillas (sobre todo cinípidos y avispas portasierra), mosquitos y pulgones. En el caso que nos ocupa, el inquilino de la agalla podría ser la larva de un mosquito, Dasineura scorpii, pero hay más opciones, no sólo porque sabemos poco sobre los insectos agallígenos que ya conocemos, sino también porque en nuestros matorrales hay una increíble cantidad de especies de estos seres, una diversidad en gran parte todavía desconocida. De hecho, los insectos formadores de agallas suelen ser más variados y abundantes en la vegetación esclerófila (de hojas duras) y en climas más bien secos, justo lo que predomina en la cuenca mediterránea. ¿A qué puede deberse el vínculo entre estas condiciones y las agallas?

La explicación más plausible la dieron Fernandes y Price (ver este trabajo suyo también): en la vegetación de clima más bien húmedo, los hongos consumen a menudo a las larvas de dentro de las agallas, y por algún motivo los insectos parasitoides las atacan con más frecuencia. Estos insectos, de una vasta variedad, normalmente son avispillas (calcídidos) que inoculan huevos en las agallas, devorando sus larvas a las del inquilino original. Todos estos enemigos disminuyen su actuación en las zonas más secas, lo cual resulta lógico para los hongos, que necesitan humedad para digerir su alimento, ¿pero por qué la sequedad reduce también el ataque de los insectos parasitoides? Ni idea; el caso es que ocurre así y eso ayuda a explicar la gran diversidad de insectos formadores de agallas en la región mediterránea, las sabanas, e incluso la bóveda forestal de las selvas tropicales, donde la humedad disminuye y las hojas se tornan más duras, más esclerófilas. En todos estos tipos de vegetación, el mundo de las agallas nos depara historias fascinantes, más propias de la ciencia ficción que de las ciencias naturales, todo un patrimonio evolutivo que merecerá su propia entrada, más adelante...

28 noviembre 2011

La extraña resurrección del tomillo

Se marchitaron los tomillos este verano, allá donde no había sombra que los cobijase. Llegaron al otoño pardos y quebradizos, imagen misma de la sequía. ¿Quién iba a adivinar que todavía estaban vivos? Ahora, con la tierra por fin empapada, rebrotan los tomillos, desplegando sus diminutas hojas fragantes y verdes entre las hojas muertas. Fijémonos en esas hojas secas: hay dos tipos, cortas y largas. Las cortas son hojas de verano, y las largas de primavera, porque el tomillo cambia de hoja al cabo del año. Como muchos otros arbustos aromáticos de su familia (Labiadas), el tomillo tiene dimorfismo foliar, y afronta el verano con hojas pequeñas y duras, que al ofrecer escasa superficie al viento disminuyen la pérdida de agua por evaporación.

Pero la resurrección de este tomillo (Thymus zygis) ha sido incompleta: no brotan hojas de algunas ramas que sí las tenían el año anterior (como demuestra la presencia en ellas de hojas secas recientes). Estas ramas muertas han sido las víctimas de la larga sequía de los meses anteriores. En realidad las ha matado el propio tomillo, que puede cortar el suministro de savia de aquellas ramas cuyo mantenimiento comprometa la supervivencia de la mata entera. Así, el tomillo logra concentrar su actividad en las pocas ramas que le permitan sobrevivir. Como las lagartijas, puede autoamputarse partes del cuerpo para escapar de la muerte, en este caso dejando en pago ramas a la sequía en vez de la cola al depredador. Con semejantes capacidades, no es raro que el tomillo prospere en los terrenos pobres, duros y secos de la cuenca mediterránea, desde los tomillares que dan nombre a Tomelloso, cerca de nuestro ecosistema, hasta sus equivalentes del este del Mediterráneo, los phrygana de Grecia y los bath´a de Israel. Además, el tomillo está protegido por aceites esenciales que recubren sus hojas, verdaderas sustancias multifuncionales, tan interesantes... que les dedicaremos otra entrada entera, algún día de estos...

Más datos sobre la sorprendente adaptación del tomillo a la sequía en Blondel & Aronson (1999) Biology and wildlife of the Mediterranean region, y en Shmida (1981) Mediterranean vegetation in California andhttp://bio.huji.ac.il/upload/E017-C%20%20Mediterranean%20vegetation%20in%20California%20and%20Israel.pdf Israel: similarities and differences. Israel Journal of Botany, 30: 105-123.

12 noviembre 2011

Terrible caracola

Llegó la época del año en que más me gusta curiosear quién vive debajo de las rocas. Porque la lluvia despierta a la fauna lapidícola del matorral mediterráneo, y siempre hay alguna sorpresa que encontrar. A veces la sorpresa no estriba en dar con una especie, sino en observar algún episodio de su modo de vida, sobre todo en el caso de algunos animales frecuentes y de aspecto un tanto anodino. En la ilustración tenemos una caracola de lo más común en los montes secos ibéricos, Rumina decollata, el decollate snail de los anglosajones, una especie originaria de la región mediterránea. Es inconfundible por su concha en forma de cono con el ápice truncado, y se trata de la caracola más común en nuestro ecosistema, junto con la insólita Jaminia quadridensmucho menor. ¿Quién podría sospechar, a primera vista, que la discreta Rumina es un carnívoro voraz?

Este depredador a cámara lenta no sólo come otros caracoles y babosas, sino también sus huevos, y lombrices, y otros invertebrados fáciles de atacar. No caza a sus presas, simplemente se las va comiendo a base de rasparlas con su "lengua", la rádula, una lámina de quitina repleta de dientes diminutos que la hacen áspera como un papel de lija, convirtiendo a esta caracola en el depredador con más dientes de todos los del paraje. Esta "terrible caracola" también rae materia vegetal y restos descompuestos, pero su capacidad de eliminar a otros caracoles le ha ganado la fama de aliado del agricultor. Sobre todo fuera de España, donde Rumina se emplea como agente de control biológico de caracoles.

En California, por ejemplo, la introdujeron deliberadamente en naranjales, durante los años 1970, en un intento de controlar las plagas de otra especie mediterránea de caracol, Helix aspersa¿Funcionó la idea? Las pruebas no son concluyentes, y además puede que nuestra caracola contribuyera al declive de especies interesantes de caracoles autóctonos. Ese declive ha ocurrido ya en las Bermudas, y los culpables parecen ser caracoles carnívoros invasores, entre ellos Rumina. En estas islas el desatino ecológico ha alcanzado cimas grotescas: para acabar con las Rumina, que eran consideradas como una plaga para las plantas, trajeron a otro caracol carnívoro, Natalina cafra, y así añadieron otro enemigo para la fauna autóctona de caracoles. El peligro potencial de Rumina para otras especies de caracol se ve aumentado por su gran capacidad de colonizar nuevos territorios. Por ejemplo, llegó a Norteamérica hacia los años 1820, quizás a bordo de hortalizas importadas; y ahora está "invadiendo" Argentina. A pesar de todo esto, si buscáis en la web veréis que venden lotes de Rumina como antiplagas ecológico para jardines y cultivos...

Nuestra terrible caracola me hizo pensar que la región mediterránea es una máquina de producir especies invasoras. Recordé que la mayoría de las "malas hierbas" hoy cosmopolitas tienen origen mediterráneo (referencia: aquí). ¿Acaso nuestras condiciones climáticas, o biológicas, favorecen la evolución de especies muy invasivas? Quizás... pero de momento quedémonos con ese inesperado paralelismo entre Rumina y las plantas mediterráneas, porque esa sólo es su primera similitud. La segunda estriba en la reproducción: las Rumina, hermafroditas, no suelen aparearse, al contrario que los demás caracoles, sino que la mayoría de las veces... ¡se autofecundan! Así basta con una caracola para originar una población entera, como ocurre con muchas plantas que tampoco necesitan cruzarse con otra para dar semilla. Tal vez esto les permite invadir mejor y tener una distribución mundial muy amplia, acercándose a las distribuciones amplísimas de las bacterias. Como Rumina, las bacterias sólo intercambian genes esporádicamente, en lo que podríamos llamar sexo. Como las bacterias, Rumina difícilmente se ajusta al concepto usual de especie, basado en que los organismos de una misma especie se reproducen sexualmente entre sí.

En nuestro matorral habrá pocas especies de caracoles, pero desde luego no tienen desperdicio para cualquier naturalista curioso.

Gracias a Jesús Dorda por facilitarme la guía que me despertó la curiosidad por esta especie.

26 octubre 2011

La noche de la escolopendra

Enroscada como un diminuto dragón de escamas doradas y múltiples patas, la escolopendra esperaba en su guarida subterránea el retorno de las lluvias. Tras la tormenta, el mayor ciempiés de Europa, el más característico de la región mediterránea, arrastró sus casi 15 cm de longitud a su cita con la oscuridad, y de nuevo corrió con pasos vertiginosos a la caza de pequeñas criaturas. Volvió a ejercer en ellas ese mordisco que quema, o mejor dicho ese pellizco, ya que en realidad "muerde" con dos uñas venenosas (forcípulas) situadas justo detrás de la cabeza. Con ellas inocula un asombroso cóctel de toxinas que incluye histamina (un antiinflamatorio) y acetilcolina, un neurotransmisor que ralentiza los latidos del corazón. Así puede acabar incluso con un pájaro, igual que una gran tarántula. Como las arañas, las moscas rapaces y las serpientes, la escolopendra abate a sus presas usando las armas invisibles de la bioquímica, pero antes que todos esos cazadores ya había ciempiés, según se deduce de los fósiles y los árboles evolutivos.

Podemos imaginar a un antepasado de la escolopendra errando por orillas nebulosas como las de este marjal, pintado por Burian, repleto de extrañas plantas primordiales, un paisaje de hace más de 400 millones de años, cuando todavía faltaban por encenderse muchas de las estrellas que hoy vemos, como las Pléyades que ahora brillan titilantes sobre el matorral nocturno. Igual que mirar a las estrellas es observar el pasado, porque su luz tarda años en llegarnos, así contemplar la biodiversidad es adentrarse en un puzzle hecho de especies cuyo diseño corporal es el recuerdo vivo de una historia más vieja que muchas estrellas. Escribió el filósofo Spinoza que el hombre sabio intenta, dentro de lo posible, ver las cosas sub specie aeternitatis, esto es, bajo el ángulo de la eternidad. Sin llegar tan lejos, algo parecido nos ofrece la naturaleza cada día: un compendio de maravillas biológicas que son como puentes en el tiempo uniendo en el presente distintas edades de la historia del planeta.

Información sobre los principios activos del veneno de la escolopendra procedente de Blas, M. y cols. (1987) Historia Natural de los Països Catalans, 10.

15 octubre 2011

El origen de las especies... y sus picos


(pulsar en la imagen para aumentarla)
¿Por qué la abubilla tiene ese pico tan largo y fino? Es una sonda, para hurgar en el suelo a la caza de larvas subterráneas. ¿Y el alcaudón, por qué su pico termina insinuando un gancho? Porque lo necesita para desgarrar, como el milano real, a sus menudas y ocasionales presas. El alcaraván, con su pico robusto, captura numerosos grillos. Y así, cada pico parece adaptado al uso que su dueño le da. Incluso dentro de los granívoros hay sutiles diferencias: el corto pico del pardillo es muy bueno para extraer las pequeñas semillas de la lechuga y de otras herbáceas, mientras que el pico largo y puntiagudo del jilguero le permite acceder a las semillas de los cardos sin pincharse la cara.

El origen de variedades de picos perfectamente adaptadas a la dieta ha fascinado a los naturalistas desde tiempos de Darwin. El propio Darwin comenzó a plantearse la idea de evolución de las especies en gran parte a causa de sus observaciones sobre la forma y función del pico en los pinzones de las islas Galápagos. En estos pájaros, de varias especies, parecía como si una sola especie ancestral de pinzón hubiera sido modificada en distintas islas con el fin de adaptarse a las diferentes dietas disponibles, desarrollando de manera acorde diferentes picos. Hoy sabemos que esto fue exactamente lo que sucedió. Más aún, cuando surge una nueva especie, ese tipo de cambios son habituales. Es decir, cada especie que evoluciona a partir de otra suele desarrollar ciertas características nuevas que le permiten explotar un nuevo nicho ecológico: un pico distinto, diferentes preferencias de hábitat... ¿Por qué sucede así?

En el caso mejor estudiado, el de los propios pinzones de Darwin, el matrimonio Grant nos explica en su libro "How and why species multiply" (2008) que al parecer esas nuevas características, ese cambio a otro nicho ecológico, surgen a medida que la nueva especie se adapta a las peculiaridades de su entorno de origen. Por ejemplo, volviendo a nuestro matorral, imaginemos que una población de jilgueros queda aislada en un valle sin cardos. La selección natural los forzará a cambiar de dieta y por tanto seguramente modificará la forma del pico. Si ese cambio de forma se fija y es acompañado de otros cambios genéticos, entonces podría surgir una nueva especie de jilgueros de pico corto, por ejemplo. Su aspecto piquicorto en principio no tendría nada que ver con la competencia con otras especies, como a menudo se piensa. La competencia puede pulir las diferencias entre especies, haciéndolas más distintas aún para evitar que compitan por los recursos. Pero la base para ese pulido son aquí las diferencias surgidas por adaptación a diferentes entornos, no por competencia. Y es que la competencia no tiene por qué ser siempre la clave para entenderlo todo en la naturaleza. A menudo es más interesante buscar otros caminos...

24 septiembre 2011

Cazadores acosados

Terminaba el verano, y cruzaban por el matorral las aves de paso, rumbo al sur. Un zarcero políglota, papamoscas grises, una collalba gris, currucas capirotadas... En el filo de los espinos albares siempre trajinaba alguno de estos nómadas, y a pocos pasos asistía yo a este entretenimiento cuando se oyó un piar extraño. Me llevó unos momentos localizarlo: era una hembra de curruca cabecinegra, chillando, como graznándole a algo invisible que odiase y que quisiera ahuyentar, entre las ramas de espino cargadas de frutilla roja. ¿Cuál era el blanco de esa ira diminuta? A través de los prismáticos sólo se distinguía delante de la curruca una rama mocha, gruesa y roma. De pronto la rama se giró y contemplé atónito cómo se transformaba en un pequeño búho, un autillo (Otus scops, ver ilustración) que me observaba silencioso, petrificado, con grandes ojos extraviados y minúsculas "orejas" de plumas. A su lado seguía gritándole la curruca, esta vez con algunas compañeras también empeñadas en echar de allí al autillo, que soportaba a estos acosadores con aparente calma.

El acoso de los pájaros a las rapaces nocturnas es un ejemplo más de una conducta muy extendida sobre todo en las aves, la de molestar a los depredadores. ¿Qué sentido tiene? En el caso que observé, el autillo puede a veces cazar pequeños pájaros, quizás currucas o sus pollos, aunque se alimenta básicamente de insectos grandes durante los meses de primavera y verano en que nos visita. Así que las currucas quizás actuaban así por proteger a su descendencia, pero se ha demostrado que hay otro posible motivo para esta conducta: que los jóvenes aprendan a distinguir quién es su enemigo, al ver a los adultos señalarlo. De hecho, al parecer las reintroducciones de aves en ocasiones fracasan por falta de esta tradición cultural, que curiosamente implica a varias especies. Como si hubieran desarrollado un sentido de solidaridad comunal, pájaros de distintas especies (herrerillos, carboneros, pinzones...) apoyarán el acoso iniciado por uno de otra especie. ¿Qué tienen que ganar con ello?

Está claro que mucho, si el depredador caza habitualmente pájaros de distintas especies. No es extraño que la evolución haya favorecido esta clase de altruismo entre especies, ya que actuar en grupo contra los enemigos es más eficaz para echarlos del territorio y eso trae ventajas individuales para los que participan en el acoso. La insolidaridad de un pájaro que no colabore podría verse penalizada a largo plazo si su descendencia persiste en esa actitud, ya que en teoría eso favorece la presencia de más enemigos en el paraje. Además, ¿por qué no colaborar? Incluso el ejemplar que inicia el acoso no tiene por qué perder nada con ello salvo algo de tiempo y energía, y puede ganar algo: el respeto del depredador. Porque al enfrentarse a él le está dando la prueba de que es un ave fuerte, valiente, por tanto una mala elección como presa. Tal vez el enemigo capte así el mensaje de que todas las aves de esa especie sean presas difíciles, lo cual beneficiaría a la descendencia del acosador. En resumen, el acoso a depredadores parece ser como una buena jugada de ajedrez de esas que a la vez atacan y defienden varias cosas.

El autillo pronto huyó del espino albar, perdiéndose entre las encinas. Las currucas se tranquilizaron, pero los caminos de la evolución son tan caprichosos que quizás después prestaron oídos a algún alcaudón real en paso, imitando el canto de las currucas de su especie, y se acercaron a él, y en vez de acosarlo lo oyeron mansamente, hasta ser capturadas y devoradas (ver este post). Ante lo cual surge la duda: ¿acosan al autillo porque realmente les causa bajas, o sólo porque se parece lejanamente a alguna rapaz muy peligrosa para ellos (por ejemplo, un gavilán)? Es difícil saber por qué hacen lo que hacen unos seres vivos tan complejos en su psicología como... los pájaros.

07 septiembre 2011

¿Hijos de la Antártida?

Todo lo que sucede es fruto del azar o de la necesidad, decía Demócrito. Ambos se entremezclan en la naturaleza de modo que muchas veces apenas se distinguen, y entonces podemos confundirnos. Así, algunos ven misteriosas casualidades por doquier donde otros se empeñan en distinguir una lógica, una cadena de fichas de dominó que caen una tras otra, de manera elegante pero sospechosamente simple. Bien, ¿quiénes están en lo cierto? Pensémoslo mediante un ejemplo, un caso real que nos llevará muy hacia atrás en el tiempo, a la época en que Europa tenía junglas tropicales, un mundo perdido destinado a sucumbir por un cambio climático.

La primera ficha de dominó de nuestra historia cayó hace unos 35-40 millones de años, cuando la deriva continental separó la Antártida de los demás continentes. Aislada en el polo sur, una corriente marina comenzó a circundarla, unas aguas que se enfriaron progresivamente. Así cambió la circulación de las corrientes oceánicas del planeta, y en la Antártida avanzaron los glaciares donde antes había bosques templados. Por todo el mundo, el clima se tornó más fresco. Eso provocó menos evaporación, por tanto menos nubes, por tanto menos lluvias. La sequía se extendió por el interior de Asia, lejos del mar, y las estepas avanzaron. En ese hábitat evolucionaron nuevas especies esteparias, los ancestros de las avutardas, de las gangas, alondras y cogujadas, y de nuestra perdiz roja (Alectoris rufa). Lentamente, el clima mundial siguió deteriorándose, y el frío y la sequedad llegaron a cambiar los paisajes de Europa. Las selvas fueron desapareciendo, y en torno al mar Mediterráneo, hace unos 3-7 millones de años, fue fraguándose un clima con estación seca, pero aún templado. Con la sequía, los incendios eran más frecuentes, y como resultado los bosques retrocedieron, siendo sustituidos por matorrales más abiertos, resistentes al fuego. Ese nuevo hábitat se extendió de sur a norte y de este a oeste, y proporcionó un lugar donde vivir para las aves de las estepas asiáticas. Seguramente llegó de Asia algo parecido a la perdiz chukar, y su estirpe se dividió originando varias especies, una para cada zona de la cuenca mediterránea: primero la perdiz moruna, del norte de África, hace unos 6 millones de años; y luego, en el sur de Europa, dos especies: al este la perdiz griega, y al oeste nuestra patirroja; ambas surgieron hace como 2 millones de años.

Causa: la Antártida queda aislada. Consecuencia: la perdiz roja. ¿Es así de sencillo? Ni de lejos. Porque en cada paso de esta historia desconocemos qué papel tuvo el azar, cómo influyó en la dirección del movimiento de los continentes, en la reorganización de las corrientes marinas y sobre todo en las mutaciones que debieron de acumularse en el origen de estas perdices, cambios genéticos que de por sí sabemos que son aleatorios. Si pudiéramos dar marcha atrás y dejar que la historia comenzase de nuevo, ¿tendríamos otra vez a los cazadores empeñados en abatir perdices rojas? Stephen Jay Gould propuso originariamente este tipo de cuestión en su libro "La vida maravillosa", y como él podemos concluir que la historia más bien se parece a una mezcla de necesidad y de azar, lo cual hace del presente sólo una opción más de las muchas que pudieron ser y no fueron. Quizás esa incertidumbre ante lo forzoso de los acontecimientos naturales sea lo más razonable que podamos aprender reflexionando sobre... una perdiz.

Datos sobre la evolución de las perdices Alectoris procedentes de Randi et al. (1992) Biochemical analysis of relationships of Mediterranean Alectoris partridges. The Auk, 109: 358-367. La historia de los cambios globales se basa, entre otras fuentes, en Blondel y Aronson (1999) Biology and wildlife of the Mediterranean region. Oxford University Press.

23 agosto 2011

Saqueadores de élite

Gracias a una cazadora conocí a los saqueadores más hábiles y terribles del lugar. Todo empezó una tarde a mediados de julio, cuando por casualidad, entre la hierba seca, sorprendí a una avispa rojinegra tapando su nido a ras de suelo. Encajaba pequeñas piedras en la entrada, y lanzaba después tierra con las patas para disimular el agujero. Pronto se marchó, no sin darme tiempo de identificarla como una hembra de Prionyx. La curiosidad me impulsó a excavar con una navaja hasta desenterrar aquella guarida subterránea: era un túnel con forma de L, y en el lado corto había dos jóvenes langostas italianas (Calliptamus barbarus), paralizadas y almacenadas boca arriba, una tras otra. Os podréis hacer una idea con esta imagen, donde la L está vista como si fuera una J y se aprecia la última presa que guardó:


En lo que sería la ijada de ese saltamontes había como una cápsula de gelatina blanca, el huevo de la Prionyx. Con cuidado, me llevé a casa las dos presas, huevo incluido, y las instalé sobre una capa de arena en un frasco, dejándolo a oscuras, impaciente por ver cómo se desarrollaba esta avispa solitaria cazadora de saltamontes. A los dos días el huevo seguía intacto pero se veía por transparencia que algo estaba devorando al saltamontes desde dentro, ¿una larva? ¡Parecían varias! En apenas una jornada sólo quedó la cáscara vacía de esta primera presa, y por entonces vi algo entrando a la segunda, aún viva, que en dos días escasos quedó también reducida al cascarón. Después, ni rastro de los devoradores. ¿Qué había pasado ? El huevo de la Prionyx seguía allí, marchito. ¿Quiénes se habían comido a los saltamontes? Al cabo de unas cuantas semanas, a finales de agosto, conocí la respuesta.

Sobre la arena del fondo del frasco habían aparecido 9 diminutas moscas grises, de apenas 3 mm de largo, idénticas a las que en julio se veían frecuentemente recorriendo nerviosas el suelo, revoloteando como en busca de algo. Las conocía sólo por su especie más llamativa, Sphenometopa fastuosa (dibujo), inconfundible por una librea arlequinada que hace difícil creer que sea pariente de las moscardas grises (Sarcophaga). Todas estas mosquitas, que llamaremos miltogramas por pertenecer a la subfamilia Miltogramminae, tienen su inquietud bien justificada, porque para reproducirse aprovechan un instante tan fugaz como difícil de presenciar. Cuando una avispa cazadora está metiendo dentro del nido a su presa paralizada, en ese momento en que la peligrosa avispa está dentro del túnel y por tanto no podrá atacar a la indefensa miltograma, entonces la pequeña saqueadora se acerca a la entrada y en un abrir y cerrar de ojos pone unos cuantos huevos sobre la presa. Eclosionarán en pocas horas y, sellado ya el nido, las larvas se desarrollarán llegando a devorar incluso a su legítimo inquilino, la larva de la avispa. Como es lógico, al menos algunas avispas cazadoras temen a estos ladrones. Una avispa Bembix, por ejemplo, se muestra recelosa de entrar al nido con una presa cuando ve alrededor de la entrada a las miltogramas esperándola. ¡Y pensar que esta avispa sólo caza moscas! En una enorme ironía de la evolución, la Bembix teme a las minúsculas miltogramas y en cambio captura sin dudarlo moscas mucho más grandes.

Por estar las miltogramas así asociadas a las avispas cazadoras, los ingleses las denominan "moscas satélites", quizá evocando una lejana similitud con las pequeñas lunas que siguen a un planeta. Por robarles la presa a las avispas, son cleptoparásitos, y por devorar a su larva, las llamaremos parasitoides de parasitoides, oséase... hiperparasitoides. Los primeros hiperparasitoides que aparecen por este blog, pero no serán los últimos, porque parece como si la naturaleza estuviera empeñada en asombrarnos y para eso le sobrase con un pequeño monte que se recorre en diez minutos.

Más sobre las miltogramas que parasitan a las avispas cazadoras en los Souvenirs Entomologiques de Fabre.

09 agosto 2011

La red de la bastarda


Al amanecer, sobre la carretera, una culebra permanecía quieta sobre el asfalto. Parecía otra serpiente atropellada más, pero cuando me acerqué alzó la cabeza y empezó a sisear amenazadoramente, mientras ensanchaba el cuello al estilo de las cobras y se agitaba como dispuesta a ejercer de un mordisco una agresividad difícil de ver en otras serpientes. Recordé aquellas fantásticas historias de cazadores en las que una de estas grandes culebras bastardas occidentales (Malopolon monspessulanus), tan ancha como un brazo, acorralaba con esta exhibición a un hombre desarmado, irguiéndose hasta la altura del pecho y amedrentándolo con espantosos silbidos y latigazos de su cola. Con todo, las bastardas son poco mordedoras si las comparamos con la culebra de escalera, Rhinechis scalarisy el mordisco de una bastarda no resulta especialmente peligroso: cuenta Valverde que le mordió un adulto de metro y medio, clavando bien incluso los dientes venenosos del fondo de la boca, tras lo cual sólo notó, a las dos horas, "ligero hormigueo y torpor en el brazo y leve inflamación de ganglios axilares."

Esta serpiente, la mayor culebra de Europa, puede superar los 2,5 m y prospera en los cultivos, pedregales y eriales del oeste de la cuenca mediterránea (la bastarda del este es considerada por muchos como otra especie, Malpolon insignitus). De joven, la culebra bastarda caza sobre todo insectos, después basa su dieta en reptiles, incluyendo ejemplares de su misma especie, y los ejemplares viejos, de hasta 25 años, cazan muchos lagartos, culebras y algún gazapo ocasional, para lo cual parece ser que se deslizan por las conejeras (ver dibujo). Por ser depredador de reptiles, que a su vez depredan sobre insectos y vertebrados, la bastarda ocupa el papel de superpredador dentro de la comunidad reptiliana del ecosistema, un conjunto de especies cuyas relaciones alimentarias más habituales, en animales adultos, podrían esquematizarse así:


Como puede verse, todos los caminos conducen... a la bastarda. En el diagrama, sólo ella y el lagarto ocelado actúan como superpredadores de reptiles, es decir, dos de siete especies. Esto refleja una tendencia observada a menudo en la naturaleza: cuanto más avanza uno en la cadena alimentaria (de los vegetales a los herbívoros, de éstos a los predadores y de ahí a los superpredadores), menos especies hay. Suele leerse que el motivo es muy sencillo (y clásico): en cada eslabón de la cadena alimentaria se pierde energía en forma de calor (respiración), de manera que queda menos energía disponible para el siguiente eslabón y por tanto habrá menos especies que puedan ocuparlo. Esta pérdida energética significa que una caloría contenida en la hierba no puede convertirse en una caloría en la carne de un herbívoro, ni ésta en una caloría dentro de un carnívoro. Nos lo dice una de las leyes básicas del universo, el segundo principio de la termodinámica: en toda transferencia de energía la eficacia nunca es del 100%, ya que inevitablemente una parte de la energía se disipa como calor. Este enlace con la física contribuye a darle vigor al argumento, porque realmente sería muy elegante poder explicar el número de especies aludiendo a un principio físico fundamental.

Sin embargo, estas ideas, al menos así expresadas, realmente no explican lo que pretenden aclarar. De acuerdo, en cada eslabón hay menos energía que en el siguiente, pero, ¿por qué eso habría de traducirse en menos especies? La idea de fondo parece ser que al haber menos energía disponible hay menos especies. Por tanto, en los desiertos, o en los polos, lugares donde apenas hay vegetales que inicien la cadena alimentaria, deberíamos encontrar consistentemente menos especies. Y así parece ser, pero entonces, ¿por qué en los desiertos es donde hay más especies de escorpiones, y en los polos de focas, ambos superpredadores? Por no hablar de que donde más especies de marsupiales carnívoros existen es precisamente en pleno desierto australiano. Y ahora veámoslo desde el otro lado: si cuanta más energía más especies puede haber, ¿por qué al abonar un campo, o al llenar de nutrientes un acuario, aumenta la energía que captan las plantas, o algas, pero generalmente el número de especies disminuye? Al margen de todo esto, en realidad resulta que en el mundo hay muchas más especies de insectos herbívoros (eslabón nº 2) que de plantas terrestres (eslabón nº 1). Así que esta idea tan extendida, la de que el número de especies en cada nivel de la red alimentaria está limitado por la energía disponible, tiene mucha más miga y menos verdad de lo que podría parecer a primera vista. La naturaleza, por suerte o por desgracia, no es tan sencilla como a veces nos empeñamos en pintarla...

Datos de la dieta de los reptiles del paraje tomados principalmente de Valverde (1960) Estructura de una comunidad de vertebrados terrestres (gracias, Jesús Dorda, por la referencia), pero también de monografías sobre algunas de las especies incluidas. Más sobre el argumento energético en Rosenzweig (1995) Species diversity in space and time, y en Gaston & Blackburn (2000) Pattern and process in macroecology.

26 julio 2011

El imitador

Avanzaba sigiloso, apoyándome en cada paso tan despacio como caía el sol hacia el oeste, pero la hojarasca se empeñaba en crujir bajo mi peso amenazando con delatarme. Entré a un claro orlado de coscojas y encinas, desde donde la voz surgía de algún lugar oculto en el ramaje de enfrente. Desde unos espartos que apenas me disimulaban, oí la voz acercarse y detenerse en la horquilla de una encina, y a través de los prismáticos lo que imaginaba como alguna nueva especie de curruca, inusualmente áspera en su cháchara, resultó ser un joven alcaudón común (Lanius senator), que a juzgar por su librea no debía de llevar muchas semanas fuera del nido. Cada verano suelo ver algunos juveniles de esta especie en el paraje, antes de que se marchen al África subsahariana, así que, un tanto decepcionado, bajé los prismáticos, pero de repente me interesé de nuevo cuando vi que cerca del alcaudón había pájaros revoloteando. Llegué a contar cuatro currucas: un macho de rabilarga, dos cabecinegras (macho y hembra) y quizá una hembra de carrasqueña. Estos pajarillos saltaban de rama en rama, a escasos metros del alcaudón, y lo contemplaban como extrañados de su canto. Lo miraban agitar la cola medio abierta en abanico, una y otra vez, y ante todo parecían sentir mucha curiosidad por la evidente imitación del canto de las currucas que estaba elaborando ese pájaro. Al cabo de un rato fueron marchándose del claro, y el imitador se fue el último. Pocos días después fui testigo de otra escena similar, esta vez protagonizada por un alcaudón común adulto como solista y algunas currucas rabilargas como público.

Todavía no he podido observar el presumible objetivo que persigue el alcaudón con estas imitaciones extravagantes. Pero sospecho que a veces su exhibición termina cuando alguna curruca imprudente se acerca hasta desencadenar el ataque del imitador. Así actúa el pariente grande de esta especie, el alcaudón real meridional (Lanius meridionalis), que habita en la cercana Sierra de Alhambra y es famoso por capturar bastantes lagartijas, roedores y pajarillos, a los que mata y ensarta luego en espinos. Esta costumbre de empalar a sus víctimas permite al alcaudón real desgarrarlas más fácilmente, sin ser tan fuerte como una rapaz, ya que tirando con el pico puede ir sacando bocados. En el alcaudón real parece como si el linaje de los pájaros (Paseriformes) estuviera avanzando hacia la producción de una estirpe de rapaces; en cambio, el alcaudón común prácticamente sólo come insectos, eso dicen los libros. Sin embargo, lo cierto es que también captura de vez en cuando algún pajarillo. Y al parecer debe de utilizar la misma técnica que el alcaudón real: imita el canto de ciertas especies de pájaros, empleando así un señuelo sonoro con el que atraer a los incautos, algo así como si fuera un siniestro flautista de Hamelin del matorral mediterráneo.

Agradeceré cualquier información adicional sobre este curioso comportamiento del alcaudón común, que al parecer se conoce poco y empieza a perfeccionarse desde que el pájaro tiene plumaje de juvenil.

13 julio 2011

Manticidio

A pleno sol, en un claro de pasto agostado entre las encinas, una joven mantis permanece quieta, camuflada sobre el fondo de briznas de hierba seca. Podemos elegir que sea una mantis religiosa, una Ameles o una Empusa; con cualquiera de estas mantis mediterráneas el relato seguirá siendo cierto. Nuestra mantis tal vez acecha algún insecto, quizás una mosca pequeña. De pronto sus ojos de depredador ven acercarse algo volando, como una mosca mucho menor que ella misma, que se mueve rapidísimamente en el aire zumbando de un lado a otro. Cuando tiene enfrente a este visitante, la mantis baja las garras dispuesta a atacar, pero entonces, de un vuelo, el insecto desconocido se le coloca detrás, desciende y la agarra por la espalda justo encima del letal par de patas delanteras. En un abrir y cerrar de ojos, el intruso le clava un aguijón paralizándole las poderosas patas repletas de espinas, la principal arma ofensiva de la mantis; acto seguido baja hasta el segundo par de patas, como quien sabe perfectamente lo que está haciendo, y con precisión de cirujano aguijonea sobre ellas, paralizándolas, rematando luego con un tercer picotazo paralizante sobre el tercer par de patas. La pequeña mantis, incapaz de mover sus miembros, queda indefensa. Su visitante la toma del cuello con las mandíbulas y alza el vuelo. Descenderá en la entrada de un agujero excavado en el suelo, su nido, y pasará dentro a la mantis, almacenándola en una cámara subterránea, todavía viva pero paralizada. Servirá de alimento a su larva, junto con otras mantis juveniles hasta un total de 3 a 16 presas. Así procede cada año la cazadora de la mantis, la pequeña avispa solitaria Tachysphex julliani, la Tachytes manticida de los relatos de Fabre.

Curiosamente, se ha comprobado que sus larvas se desarrollan bien comiendo saltamontes paralizados, así que, ¿por qué su madre les caza mantis? ¿No había otra presa más peligrosa para elegir? Seguramente la explicación sea que la madre realmente no elige su presa, que no puede elegirla, porque está programada por sus instintos para cazar mantis y solamente mantis. Esta preferencia temeraria debió de gestarse en un pasado para ella remoto, cuando una o varias mutaciones cambiaron el instinto que permite a estas avispas reconocer a los saltamontes, las presas predominantes entre las Tachysphex. Así, por casualidades de la genética, un linaje de avispas comenzó a percibir a las mantis como presas. Y esta extravagancia ha perdurado como uno de tantos caprichos de la naturaleza, una de esas historias improbables de la evolución que nos ha dado también a la cazadora de la tarántula, a la mantispa y a tantos otros seres asombrosos del matorral mediterráneo.

Imagen tomada de los Souvenirs Entomologiques de J.H. Fabre (1923, Delgrave, Paris), de cuyo relato sobre la que él llamaba Tachytes manticida procede la información de este post acerca de la biología de esta especie, actualmente clasificada como Tachysphex julliani (ver la base de datos de Fauna Europaea en la web, y la monografía sobre avispas solitarias de Francia escrita por Berland, 1925). Esta especie se diferencia de otras muy similares por detalles sólo visibles con una buena lupa. No parece ser abundante, tal vez por la relativa escasez de sus presas.

24 junio 2011

La lluvia de embriones

Era una de esas tardes de junio en que el sol agosta la hierba. Entre los pastos secos del pedregal, los únicos islotes verdes eran las marañas erizadas de espinas de las aliagas (Genista scorpius, imagen). Sobre sus ramas se soleaban los insectos palo (Clonopsis gallica, en el centro de la foto), acechaban las mantis y permanecían quietas las chicharras, molestadas ocasionalmente por hormigas que subían a atender los escasos rebaños de pulgones que aún sobrevivían sorbiendo savia del lado en sombra de las vainas de semillas ya medio secas.

Había un silencio extraño, los saltamontes no cantaban, y en el aire en calma se escuchaba hasta el menor murmullo: el aleteo de un pájaro entre las encinas, el carraspear lejano de un sisón, el salto de algún mirlo sobre la hojarasca, y un crujido, casi inaudible, que se repetía irregularmente. ¿Acaso un nuevo insecto, cuyo canto aún desconocía? No me convenció la explicación, y el origen del crujido empezó a intrigarme. Parecía venir de un sitio distinto cada vez, y resultaba casi imposible de localizar. Al cabo de un rato, por casualidad, lo escuché justo a mi lado. Venía de una aliaga donde no había ningún insecto aparte de hormigas y pulgones. Entonces, ¿quién o qué cosa había crujido? De repente, ante mis ojos, una vaina de semillas estalló literalmente en el aire, lanzando el crujido y disparando los granos en todas direcciones. En pocos minutos estalló otra, y luego otra. Una de las vainas saltó hasta casi un metro de distancia de su lugar, y oí las semillas caer en la roca. Las busqué y encontré una patrulla de hormigas Messor recogiendo las abundantes semillas oscuras que las aliagas estaban soltando. Con cada semilla, las hormigas en realidad se estaban llevando una pequeña aliaga, un embrión de planta agazapado en su cápsula protectora. En aquella tarde, una lluvia de embriones caía lentamente sobre el pedregal, y muchos eran eliminados nada más llegar al suelo.

Con esta estrategia de aprovechar el calor del sol para hacer saltar sus semillas, las aliagas estaban alejando a su descendencia del arbusto progenitor, facilitando que las futuras aliagas pudieran crecer en un lugar con menos competencia por el agua, el suelo y los nutrientes. Al explotar sus vainas con los primeros grandes calores, en pocos días las aliagas quizá suelten tantas semillas que las hormigas no se den abasto para recogerlas todas, con lo cual algunas semillas podrían escapar de estos destructores diminutos. En cualquier caso, esa tarde comprobé que en la naturaleza merece la pena prestar atención incluso a la más mínima señal, porque puede ser la puerta para conocer una historia insólita.

13 junio 2011

Eau de cuquilllo


La abubilla (Upupa epops) fue sagrada en el antiguo Egipto, símbolo de virtud para los persas, animal impuro para los judíos, personaje con líneas de diálogo en el Corán, y hoy ave nacional de Israel. Con su costumbre de hurgar en el suelo clavando el pico en busca de insectos, no es raro que algunas civilizaciones asociaran este pájaro al mundo subterráneo y el más allá, ni que los antiguos minoicos de Creta representaran abubillas en tumbas y templos. En La Mancha encontramos otro punto de vista sobre la abubilla: se le llama cuquillo (por su canto, ese inconfundible "up-up-up") y simboliza el mal olor - en muchos pueblos, el comentario "hueles a cuquillo" puede traer conflictos que alteren la convivencia ciudadana. En esta apreciación se oculta un profundo conocimiento del pájaro, ya que efectivamente las abubillas pueden oler fatal. ¿Por qué huelen tan mal, los cuquillos?

En realidad no todas las abubillas hieden, sino solamente las hembras con pollos y los propios pollos. Si nos acercamos a uno de los agujeros donde los cuquillos cuidan a su prole, notaremos pronto lo cierto de esta afirmación, y si el aroma no nos desanima y persistimos explorando el nido, molestando a los jóvenes cuquillos, entonces los veremos moverse espasmódicamente, como si fueran serpientes, pero si ni eso basta para alejarnos asistiremos finalmente a un rotundo colofón defensivo, en el que los pollos nos dispararán sus excrementos con notable fuerza y puntería.

Pero volvamos al mal olor, y para resolver su origen debemos mirar bajo la cola de la abubilla, donde se abre una glándula común en las aves, la glándula uropigial, que fabrica una secreción sebosa recogida por el pájaro con el pico y untada después en las plumas para impermeabilizarlas. En el cuquillo macho adulto, la secreción uropigial es clara y sin olor, mientras que en las abubillas madres y en sus pollos sale oscura y maloliente. Esta diferencia se debe a que la secreción está repleta de bacterias de las que viven a millones dentro de la glándula uropigial, estableciendo una fétida simbiosis que no solamente dota al pájaro de un olor repugnante para muchos depredadores, sino que además le ayuda a mantener las plumas sanas dentro del agujero del nido, ya que el líquido excretado tiene propiedades antimicrobianas que protegen el plumaje de bacterias que podrían estropearlo. Y así, gracias a sus fragantes socios microscópicos, las abubillas nos muestran cómo la evolución puede crear alianzas extravagantes, pero útiles al fin y al cabo, incluso entre los organismos más dispares.

Referencias culturales sobre la abubilla basadas en Wikipedia (salvo la parte manchega); ilustración redibujada de la guía de aves de la SEO.

08 junio 2011

Las plantas del fuego

El lema "todos contra el fuego" ha calado tanto en nuestra sociedad que nos cuesta asumir la idea de que los incendios naturales forman parte del funcionamiento de la mayoría de nuestros montes. La influencia del fuego ha sido una constante en la cuenca mediterránea durante millones de años, por lo que muchas plantas están adaptadas a tolerarlo e incluso lo aprovechan en su ciclo vital. Los incendios que suceden con la frecuencia adecuada de hecho favorecen la biodiversidad, abriendo claros donde pueden crecer arbustos y hierbas lejos de la dañina sombra de un dosel forestal cerrado. Actuando el fuego como un gigantesco herbívoro que llegase una vez cada pocas décadas (menos de 25-50 años para la mitad de nuestros matorrales), los incendios explican algunas de las peculiaridades más llamativas de las plantas mediterráneas.

¿Qué harían las plantas de nuestro ecosistema ante un incendio? Las encinas quemadas rebrotarían desde su cepa subterránea, como suelen hacer los árboles siempre verdes del mediterráneo. Los romeros arderían rápidamente, ya que los aceites fragantes de sus hojas atraen el fuego, como sucede también con otros arbustos aromáticos y con la jara pringosa y su barniz pegajoso. Con el fuego, las semillas del romero, entre la tierra, recibirían un golpe de calor que cuirosamente las despierta, con lo cual germinarán masivamente después del incendio, aprovechando los nutrientes de las cenizas y colonizando con rapidez los claros abiertos por el fuego. Esta estrategia, la de los germinadores, se observa de manera espectacular en las jaras. Sabiendo esto, ¿a quién le extraña que buena parte de los matorrales mediterráneos sean jarales y garrigas de plantas aromáticas? Estos arbustos precisamente son oportunistas que surgen tras los incendios con los que el hombre ha aclarado durante siglos los montes para conseguir tierras de pasto.

Sin embargo, ninguna de las plantas de nuestra región puede compararse por su relación con el fuego con una especie exclusiva de los matorrales mediterráneos de Sudáfrica, del llamado fynbos, donde el fuego ha sido mucho más importante para la vegetación (la mitad de estos matorrales se quema en 10-20 años. La planta en cuestión es Cyrtanthus ventricosus (dibujo)una verdadera "flor del fuego", de la familia de los narcisos, un bulbo que permanece inactivo, oculto bajo tierra, hasta que ocurre un incendio. Entonces crece alzando sobre el suelo calcinado tallos que darán flores y semillas antes de marchitarse, y después vuelve a su quietud subterránea a la espera del próximo fuego. Un ejemplo increíble de las muchas sorpresas que seguramente nos aguardan todavía entre la biodiversidad mediterránea a lo largo del mundo.

Datos sobre la respuesta de encinas, romeros y jaras procedentes de Pausas y Verdú (2005) Plant persistence traits in fire-prone eocsystems of the Mediterranean basin: a phylogenetic approach. Oikos 109: 196-202. Agradecimientos al primer autor de ese artículo por proporcionarme información útil para elaborar esta entrada..

29 mayo 2011

El planeta de los parásitos

En todo el mundo conocemos más especies de animales que de ningún otro grupo de seres vivos, y más especies de insectos que de ningún otro tipo de animal. Muchas especies de insectos son herbívoros muy especializados, ya que comen de una sola especie o familia de plantas, como suele ocurrir con las mariposas diurnas. Así, los gusanos de seda solamente comen hojas de morera, y en nuestros montes la mariposa arlequín se desarrolla únicamente sobre las aristoloquias, la cleopatra en ciertos espinos, las orugas de las mediolutos y de los lobitos comen gramíneas, y las de la manto bicolor (Lycaena phlaeas, dibujo), acederas (como la acedera de lagarto, Rumex bucephalophorus, en la fotografía). Siendo pequeños herbívoros, las orugas de las mariposas en realidad actúan como parásitos, porque dañan a la planta que comen pero sin causarle necesariamente la muerte. La enorme diversidad de insectos herbívoros especializados, desde las mariposas a muchos escarabajos y chinches, junto con la increíble cantidad de especies de insectos y nemátodos parásitos (y de insectos parasitoides), sugiere que vivimos en un planeta cuya biodiversidad consiste sobre todo en parásitos de un tipo u otro.

La historia evolutiva de estos diminutos parásitos está repleta de curiosidades. Por ejemplo, desde que las mariposas aparecieron, hace más de 100 millones de años, han entablado una silenciosa pero continua batalla evolutiva con su alimento, una partida jugada generación tras generación en la cual las plantas han desarrollado diversos venenos y sustancias desagradables que las han hecho menos apetecibles para los herbívoros, y las mariposas han tenido que adaptarse a esos tóxicos. Pero los tóxicos de una familia de plantas, incluso los de una sola especie, a menudo no son los mismos que los de otras familias o especies, y ante estas diferencias las mariposas se ven forzadas a elegir un grupo de plantas, ya que sus orugas no pueden resistir con igual éxito todas las toxinas vegetales. Esta especialización ha favorecido el origen de nuevas especies de mariposas, separadas de otras especies por desarrollarse sobre plantas con unas toxinas concretas. Debido a esta tendencia a la especialización, los grupos de insectos que han adoptado la dieta herbívora suelen tener más especies que sus parientes no fitófagos.

En el lento diálogo evolutivo entre plantas y mariposas reside una clave para entender la gran diversidad de estos y de otros muchos insectos herbívoros: con cada nueva familia de plantas que surgía, un nuevo tipo de alimento podía ser aprovechado por nuevos insectos especialistas, especies que al originarse favorecerían, a su vez, la evolución de nuevas toxinas protectoras en sus plantas nutricias, cerrando así un círculo vicioso en el que plantas e insectos se diversificarían juntos cada vez más, las unas progresivamente más armadas de toxinas, y los otros gradualmente más capaces de neutralizar esas defensas químicas. ¿Ha ocurrido realmente esta diversificación conjunta, esta coevolución? ¿O los insectos simplemente se han adaptado a la diversidad de plantas que ha ido originándose al margen de su influencia directa como herbívoros? Sea cual sea la respuesta, en el planeta de los parásitos la historia de los insectos especialistas y sus plantas nutricias parece clave para entender la biodiversidad.

Basado en algunas ideas de Biodiversity - an introduction (Gaston & Spicer, 2004). Dietas de las mariposas según la guía de mariposas de Tolman y Lewington (1997). Después de publicar esta entrada, descubro que su título es, por pura casualidad, el mismo que el de un relato de ciencia ficción de los años 30 (!).

14 mayo 2011

Vampiro vegetal trepador

Para una planta normal, carece de sentido moverse del sitio donde está enraizada, desde el cual domina la valiosa porción de tierra que le aporta agua y minerales. Sin embargo, los tallos a veces sí se mueven, orientando las hojas hacia la luz. En El Origen de las Especies, Darwin explica que este movimiento es común en los brotes jóvenes de muchas plantas: el tallo gira muy lentamente, recorriendo su ápice círculos en el aire a lo largo de horas y horas, orientándose en busca de luz. Las plantas trepadoras retienen este movimiento juvenil cerca del extremo de sus tallos, lo que les ayuda a explorar los alrededores hasta dar con un soporte al que asirse, por ejemplo, mediante diminutas garras (como en los galios) o zarcillos (como en los brísoles). Así, las trepadoras escapan de la peligrosa sombra que les dan las plantas vecinas y que estorbaría su crecimiento por dificultarles la fotosíntesis. En muchas cunetas ricas en nutrientes, las hierbas ahora crecen altas y espesas hasta oscurecer el suelo bajo ellas, configurando así el caldo de cultivo donde triunfan las hierbas trepadoras.

Pero el hábito trepador abre una nueva posibilidad, como si evolución se plantease, a través de la planta trepadora, qué sentido tiene seguir haciendo la fotosíntesis cuando se crece agarrada estrechamente a otras plantas repletas de savia. En la familia de las correhuelas (Convolvuláceas) la evolución respondió a esta pregunta originando las cuscutas, alias cabelleras del diablo, cabellos de monte y barbas de raposo, entre otros nombres. Estas plantas parásitas trepadoras se enredan a sus víctimas y les succionan la savia, balanceando lentamente sus brotes como cabellos en el aire para atacar un tallo tras otro, como una insaciable maraña de hilos rojos que drenase a su víctima a través de cientos de diminutos abrazos rematados en un mordisco, al estilo del vampiro de múltiples bocas sobre tentáculos imaginado por Robert Bloch.

Cada cuscuta nace de una minúscula semilla de la que brota un delgado tallo verde, que durante varios días crece haciendo la fotosíntesis, oscilando en círculo en busca de su primera víctima. Cuando la localiza, se enrosca alrededor del lugar elegido y produce un haustorio, una hinchazón a través de la cual succiona la savia elaborada de esa planta. Sus primeros sorbos de savia le hacen olvidar la fotosíntesis, y sus raíces se descomponen. Se convierte así en hilos pálidos o rojizos suspendidos en el aire, enredados entre la hierba y los arbustos, chupándoles la savia mediante multitud de haustorios. La cabellera del diablo ha perfeccionado esta manera de vivir hasta el punto de seleccionar a sus víctimas, como un depredador selecciona a su presa. Su contacto con los tallos permite a este vampiro vegetal saber de alguna manera si la planta será una buena víctima, si está saludable o no, y si la especie merece la pena, porque cada especie de cuscuta tiene tiene sus propias preferencias a la hora de parasitar. Por ejemplo, Cuscuta europaea parasita a los espinos albares, pero tiende a enrollarse en torno a espinos albares sanos y fuertes, y a alejarse de los más débiles. Tal vez conoce el estado nutricional de la planta porque analiza los flavonoides de la corteza. En cualquier caso, la cabellera del diablo evoca la escena inquietante de una planta que empieza a moverse para atacar, pero no del modo tan animal que John Wyndham describió para sus trífidos, sino de otra manera más extraña y sin embargo mucho más realista, mucho más vegetal: no os lo perdáis en este vídeo filmado con cámara rápida.

En la imagen, la cuscuta más común del ecosistema, Cuscuta epithymum, sobre tomillo (Thymus zygis) y oreja de liebre (Phlomis lychnitis), dos Labiadas. Interesante comparar a la cuscuta con uno de nuestros vampiros vegetales subterráneos.