26 octubre 2011

La noche de la escolopendra

Enroscada como un diminuto dragón de escamas doradas y múltiples patas, la escolopendra esperaba en su guarida subterránea el retorno de las lluvias. Tras la tormenta, el mayor ciempiés de Europa, el más característico de la región mediterránea, arrastró sus casi 15 cm de longitud a su cita con la oscuridad, y de nuevo corrió con pasos vertiginosos a la caza de pequeñas criaturas. Volvió a ejercer en ellas ese mordisco que quema, o mejor dicho ese pellizco, ya que en realidad "muerde" con dos uñas venenosas (forcípulas) situadas justo detrás de la cabeza. Con ellas inocula un asombroso cóctel de toxinas que incluye histamina (un antiinflamatorio) y acetilcolina, un neurotransmisor que ralentiza los latidos del corazón. Así puede acabar incluso con un pájaro, igual que una gran tarántula. Como las arañas, las moscas rapaces y las serpientes, la escolopendra abate a sus presas usando las armas invisibles de la bioquímica, pero antes que todos esos cazadores ya había ciempiés, según se deduce de los fósiles y los árboles evolutivos.

Podemos imaginar a un antepasado de la escolopendra errando por orillas nebulosas como las de este marjal, pintado por Burian, repleto de extrañas plantas primordiales, un paisaje de hace más de 400 millones de años, cuando todavía faltaban por encenderse muchas de las estrellas que hoy vemos, como las Pléyades que ahora brillan titilantes sobre el matorral nocturno. Igual que mirar a las estrellas es observar el pasado, porque su luz tarda años en llegarnos, así contemplar la biodiversidad es adentrarse en un puzzle hecho de especies cuyo diseño corporal es el recuerdo vivo de una historia más vieja que muchas estrellas. Escribió el filósofo Spinoza que el hombre sabio intenta, dentro de lo posible, ver las cosas sub specie aeternitatis, esto es, bajo el ángulo de la eternidad. Sin llegar tan lejos, algo parecido nos ofrece la naturaleza cada día: un compendio de maravillas biológicas que son como puentes en el tiempo uniendo en el presente distintas edades de la historia del planeta.

Información sobre los principios activos del veneno de la escolopendra procedente de Blas, M. y cols. (1987) Historia Natural de los Països Catalans, 10.

15 octubre 2011

El origen de las especies... y sus picos


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¿Por qué la abubilla tiene ese pico tan largo y fino? Es una sonda, para hurgar en el suelo a la caza de larvas subterráneas. ¿Y el alcaudón, por qué su pico termina insinuando un gancho? Porque lo necesita para desgarrar, como el milano real, a sus menudas y ocasionales presas. El alcaraván, con su pico robusto, captura numerosos grillos. Y así, cada pico parece adaptado al uso que su dueño le da. Incluso dentro de los granívoros hay sutiles diferencias: el corto pico del pardillo es muy bueno para extraer las pequeñas semillas de la lechuga y de otras herbáceas, mientras que el pico largo y puntiagudo del jilguero le permite acceder a las semillas de los cardos sin pincharse la cara.

El origen de variedades de picos perfectamente adaptadas a la dieta ha fascinado a los naturalistas desde tiempos de Darwin. El propio Darwin comenzó a plantearse la idea de evolución de las especies en gran parte a causa de sus observaciones sobre la forma y función del pico en los pinzones de las islas Galápagos. En estos pájaros, de varias especies, parecía como si una sola especie ancestral de pinzón hubiera sido modificada en distintas islas con el fin de adaptarse a las diferentes dietas disponibles, desarrollando de manera acorde diferentes picos. Hoy sabemos que esto fue exactamente lo que sucedió. Más aún, cuando surge una nueva especie, ese tipo de cambios son habituales. Es decir, cada especie que evoluciona a partir de otra suele desarrollar ciertas características nuevas que le permiten explotar un nuevo nicho ecológico: un pico distinto, diferentes preferencias de hábitat... ¿Por qué sucede así?

En el caso mejor estudiado, el de los propios pinzones de Darwin, el matrimonio Grant nos explica en su libro "How and why species multiply" (2008) que al parecer esas nuevas características, ese cambio a otro nicho ecológico, surgen a medida que la nueva especie se adapta a las peculiaridades de su entorno de origen. Por ejemplo, volviendo a nuestro matorral, imaginemos que una población de jilgueros queda aislada en un valle sin cardos. La selección natural los forzará a cambiar de dieta y por tanto seguramente modificará la forma del pico. Si ese cambio de forma se fija y es acompañado de otros cambios genéticos, entonces podría surgir una nueva especie de jilgueros de pico corto, por ejemplo. Su aspecto piquicorto en principio no tendría nada que ver con la competencia con otras especies, como a menudo se piensa. La competencia puede pulir las diferencias entre especies, haciéndolas más distintas aún para evitar que compitan por los recursos. Pero la base para ese pulido son aquí las diferencias surgidas por adaptación a diferentes entornos, no por competencia. Y es que la competencia no tiene por qué ser siempre la clave para entenderlo todo en la naturaleza. A menudo es más interesante buscar otros caminos...