24 junio 2011

La lluvia de embriones

Era una de esas tardes de junio en que el sol agosta la hierba. Entre los pastos secos del pedregal, los únicos islotes verdes eran las marañas erizadas de espinas de las aliagas (Genista scorpius, imagen). Sobre sus ramas se soleaban los insectos palo (Clonopsis gallica, en el centro de la foto), acechaban las mantis y permanecían quietas las chicharras, molestadas ocasionalmente por hormigas que subían a atender los escasos rebaños de pulgones que aún sobrevivían sorbiendo savia del lado en sombra de las vainas de semillas ya medio secas.

Había un silencio extraño, los saltamontes no cantaban, y en el aire en calma se escuchaba hasta el menor murmullo: el aleteo de un pájaro entre las encinas, el carraspear lejano de un sisón, el salto de algún mirlo sobre la hojarasca, y un crujido, casi inaudible, que se repetía irregularmente. ¿Acaso un nuevo insecto, cuyo canto aún desconocía? No me convenció la explicación, y el origen del crujido empezó a intrigarme. Parecía venir de un sitio distinto cada vez, y resultaba casi imposible de localizar. Al cabo de un rato, por casualidad, lo escuché justo a mi lado. Venía de una aliaga donde no había ningún insecto aparte de hormigas y pulgones. Entonces, ¿quién o qué cosa había crujido? De repente, ante mis ojos, una vaina de semillas estalló literalmente en el aire, lanzando el crujido y disparando los granos en todas direcciones. En pocos minutos estalló otra, y luego otra. Una de las vainas saltó hasta casi un metro de distancia de su lugar, y oí las semillas caer en la roca. Las busqué y encontré una patrulla de hormigas Messor recogiendo las abundantes semillas oscuras que las aliagas estaban soltando. Con cada semilla, las hormigas en realidad se estaban llevando una pequeña aliaga, un embrión de planta agazapado en su cápsula protectora. En aquella tarde, una lluvia de embriones caía lentamente sobre el pedregal, y muchos eran eliminados nada más llegar al suelo.

Con esta estrategia de aprovechar el calor del sol para hacer saltar sus semillas, las aliagas estaban alejando a su descendencia del arbusto progenitor, facilitando que las futuras aliagas pudieran crecer en un lugar con menos competencia por el agua, el suelo y los nutrientes. Al explotar sus vainas con los primeros grandes calores, en pocos días las aliagas quizá suelten tantas semillas que las hormigas no se den abasto para recogerlas todas, con lo cual algunas semillas podrían escapar de estos destructores diminutos. En cualquier caso, esa tarde comprobé que en la naturaleza merece la pena prestar atención incluso a la más mínima señal, porque puede ser la puerta para conocer una historia insólita.

13 junio 2011

Eau de cuquilllo


La abubilla (Upupa epops) fue sagrada en el antiguo Egipto, símbolo de virtud para los persas, animal impuro para los judíos, personaje con líneas de diálogo en el Corán, y hoy ave nacional de Israel. Con su costumbre de hurgar en el suelo clavando el pico en busca de insectos, no es raro que algunas civilizaciones asociaran este pájaro al mundo subterráneo y el más allá, ni que los antiguos minoicos de Creta representaran abubillas en tumbas y templos. En La Mancha encontramos otro punto de vista sobre la abubilla: se le llama cuquillo (por su canto, ese inconfundible "up-up-up") y simboliza el mal olor - en muchos pueblos, el comentario "hueles a cuquillo" puede traer conflictos que alteren la convivencia ciudadana. En esta apreciación se oculta un profundo conocimiento del pájaro, ya que efectivamente las abubillas pueden oler fatal. ¿Por qué huelen tan mal, los cuquillos?

En realidad no todas las abubillas hieden, sino solamente las hembras con pollos y los propios pollos. Si nos acercamos a uno de los agujeros donde los cuquillos cuidan a su prole, notaremos pronto lo cierto de esta afirmación, y si el aroma no nos desanima y persistimos explorando el nido, molestando a los jóvenes cuquillos, entonces los veremos moverse espasmódicamente, como si fueran serpientes, pero si ni eso basta para alejarnos asistiremos finalmente a un rotundo colofón defensivo, en el que los pollos nos dispararán sus excrementos con notable fuerza y puntería.

Pero volvamos al mal olor, y para resolver su origen debemos mirar bajo la cola de la abubilla, donde se abre una glándula común en las aves, la glándula uropigial, que fabrica una secreción sebosa recogida por el pájaro con el pico y untada después en las plumas para impermeabilizarlas. En el cuquillo macho adulto, la secreción uropigial es clara y sin olor, mientras que en las abubillas madres y en sus pollos sale oscura y maloliente. Esta diferencia se debe a que la secreción está repleta de bacterias de las que viven a millones dentro de la glándula uropigial, estableciendo una fétida simbiosis que no solamente dota al pájaro de un olor repugnante para muchos depredadores, sino que además le ayuda a mantener las plumas sanas dentro del agujero del nido, ya que el líquido excretado tiene propiedades antimicrobianas que protegen el plumaje de bacterias que podrían estropearlo. Y así, gracias a sus fragantes socios microscópicos, las abubillas nos muestran cómo la evolución puede crear alianzas extravagantes, pero útiles al fin y al cabo, incluso entre los organismos más dispares.

Referencias culturales sobre la abubilla basadas en Wikipedia (salvo la parte manchega); ilustración redibujada de la guía de aves de la SEO.

08 junio 2011

Las plantas del fuego

El lema "todos contra el fuego" ha calado tanto en nuestra sociedad que nos cuesta asumir la idea de que los incendios naturales forman parte del funcionamiento de la mayoría de nuestros montes. La influencia del fuego ha sido una constante en la cuenca mediterránea durante millones de años, por lo que muchas plantas están adaptadas a tolerarlo e incluso lo aprovechan en su ciclo vital. Los incendios que suceden con la frecuencia adecuada de hecho favorecen la biodiversidad, abriendo claros donde pueden crecer arbustos y hierbas lejos de la dañina sombra de un dosel forestal cerrado. Actuando el fuego como un gigantesco herbívoro que llegase una vez cada pocas décadas (menos de 25-50 años para la mitad de nuestros matorrales), los incendios explican algunas de las peculiaridades más llamativas de las plantas mediterráneas.

¿Qué harían las plantas de nuestro ecosistema ante un incendio? Las encinas quemadas rebrotarían desde su cepa subterránea, como suelen hacer los árboles siempre verdes del mediterráneo. Los romeros arderían rápidamente, ya que los aceites fragantes de sus hojas atraen el fuego, como sucede también con otros arbustos aromáticos y con la jara pringosa y su barniz pegajoso. Con el fuego, las semillas del romero, entre la tierra, recibirían un golpe de calor que cuirosamente las despierta, con lo cual germinarán masivamente después del incendio, aprovechando los nutrientes de las cenizas y colonizando con rapidez los claros abiertos por el fuego. Esta estrategia, la de los germinadores, se observa de manera espectacular en las jaras. Sabiendo esto, ¿a quién le extraña que buena parte de los matorrales mediterráneos sean jarales y garrigas de plantas aromáticas? Estos arbustos precisamente son oportunistas que surgen tras los incendios con los que el hombre ha aclarado durante siglos los montes para conseguir tierras de pasto.

Sin embargo, ninguna de las plantas de nuestra región puede compararse por su relación con el fuego con una especie exclusiva de los matorrales mediterráneos de Sudáfrica, del llamado fynbos, donde el fuego ha sido mucho más importante para la vegetación (la mitad de estos matorrales se quema en 10-20 años. La planta en cuestión es Cyrtanthus ventricosus (dibujo)una verdadera "flor del fuego", de la familia de los narcisos, un bulbo que permanece inactivo, oculto bajo tierra, hasta que ocurre un incendio. Entonces crece alzando sobre el suelo calcinado tallos que darán flores y semillas antes de marchitarse, y después vuelve a su quietud subterránea a la espera del próximo fuego. Un ejemplo increíble de las muchas sorpresas que seguramente nos aguardan todavía entre la biodiversidad mediterránea a lo largo del mundo.

Datos sobre la respuesta de encinas, romeros y jaras procedentes de Pausas y Verdú (2005) Plant persistence traits in fire-prone eocsystems of the Mediterranean basin: a phylogenetic approach. Oikos 109: 196-202. Agradecimientos al primer autor de ese artículo por proporcionarme información útil para elaborar esta entrada..