La hormiga recorre el terciopelo blanco de los tallos de un arbusto, erizado de espinas, que sólo existe en la Península Ibérica. Astragalus clusianus, emparentado estrechamente con hierbas leguminosas, es un matorral con flores de cáliz hinchado, por uno de los cuales cruza la hormiga, junto a un agujero circular que practicó algún abejorro para robar néctar. Más allá, la hormiga se detiene entre unos puntos negros que motean el tejido rosado del cáliz. Toca esas motas negras con las antenas, y los pulgones expulsan por el extremo de su abdomen una gota de melazo, el líquido dulce mediante el que se deshacen del exceso de azúcares que les aporta la savia elaborada del Astragalus. Para las abejas, el melazo supone la base para hacer miel cuando no hay nada mejor. Para las hormigas, esta secreción viscosa es la golosina por la que cuidan de los pulgones como de un rebaño diminuto, protegiéndolos de sus numerosos enemigos: las mariquitas de 7 puntos, las crisopas, las larvas de ambas y las de ciertas moscas sírfidas, las avispas parasitoides que les inoculan huevos…
Ante tantas amenazas, los indefensos pulgones pagan con azúcar la protección de todo un ejército de belicosas hormigas. Pero además, sin pretenderlo, los pulgones seguramente están siendo el intermediario que utiliza la planta para ganarse la protección de esas hormigas. Porque a menudo, en la naturaleza, las plantas con pulgones no muestran señales de estar perjudicadas, sino todo lo contrario, un vigor inusual. La explicación a esta aparente paradoja es que las hormigas, al patrullar incesantemente los tallos, hojas y flores en busca de sus pulgones, eliminan a su paso las orugas y otros insectos comedores de hojas, los cuales podrían dañar la planta mucho más que los pulgones. Y aunque los pulgones a veces contagian enfermedades de unas plantas a otras (por ejemplo, virus vegetales), el caso es que mediante su conexión con las hormigas parecen beneficiar más que perjudicar, sobre todo en las leñosas. Lo mismo cabe decir de algunas jóvenes cigarrillas, equivalentes a los pulgones en su relación con las plantas y las hormigas. Este ejemplo de interacción ecológica indirecta entre plantas y hormigas muestra que para entender la naturaleza no podemos centrarnos simplemente en las interacciones directas entre especies: hay que tener miras más amplias. También sugiere que, en ocasiones, un parásito puede funcionar como un órgano más de su hospedador, atrayendo, por ejemplo, los servicios de un protector.
Gracias a Bibiano Fernández por la ayuda para identificar este Astragalus.
4 comentarios:
Posiblemente apenas hemos empezado a conocer casos de este tipo de interrelación a medio camino entre el parasitismo y el comensalismo. No digamos ya lo que podremos encontrar en bosques tropicales.
La naturaleza es un inmenso puzle maravillosamente bien ensamblado del que posiblemente sólo somos capaces de apreciar una mínima parte. Un saludo
Sí Jesús, esa interacción planta-áfido realmente puede ser un parasitismo, un comensalismo o un mutualismo, dependiendo de muchas condiciones y de si hay o no hormigas. En los bosques tropicales... la complejidad de las interacciones interespecíficas seguro que alcanza cotas increíbles.
joaquín, para mi la naturaleza supera la propia metáfora del puzzle, porque las piezas (especies) cambian con el tiempo, lo cual nos deja o un puzzle fantástico que pese a eso ensambla muy bien, o una cosa que recuerda a un puzzle pero no llega a encajar. Como los ajustes entre las especies a menudo no son lo que uno esperaría en un mundo perfecto, yo me decanto de momento por la segunda opción, más bien.
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