29 marzo 2010

El momento adecuado

En nuestro ecosistema hay literalmente millones de hierbas, y todas juntas forman esa especie de jungla diminuta y fascinante a la que llamamos pasto. En esa jungla, cada primavera, las hierbas luchan en silencio a vida o muerte, pugnando por un poco de suelo donde poder desarrollarse y dar semilla. En esta competición, ¿cuál es la señal de salida? ¿Cómo saben las hierbas cuándo tienen que germinar, cuándo empezar su carrera por la supervivencia?

Fijémonos en una de las hierbas que ahora han florecido, el zurrón de pastor (Capsella bursa-pastoris). Esta crucífera, una de las plantas anuales más comunes de Europa, resulta inconfundible por sus frutos con forma acorazonada, que recuerdan también a la silueta de un zurrón. Dioscórides ya la conocía en la antigüedad por sus usos medicinales: "Provoca los menstruos y destruye los fetos.", afirmaba. Las semillas del zurrón son del tamaño de granos de arena, y cuando caen de la planta permanecerán inactivas durante meses, en lo que se denomina dormancia. Para salir de este letargo y germinar, las semillas necesitan recibir tres señales de su entorno: primero el frío invernal, después el calentamiento del suelo que ocurre en los primeros días cálidos de primavera, y finalmente la luz del Sol. Esta última señal hace que sólo germinen las semillas de la superficie del suelo, pero no las enterradas. Por eso no es raro que el zurrón de pastor crezca sobre todo allá donde la tierra ha sido removida recientemente: las semillas enterradas han salido a la luz.

Un zurrón de pastor que brote en el momento adecuado puede encontrarse con la desagradable situación de que la primavera venga muy seca, o muy fría. Entonces apenas producirá semillas, si es que produce alguna, y será un año perdido para la especie. En nuestro clima mediterráneo, tan imprevisible, las malas primaveras son un problema adicional para las hierbas. Lo solucionan con visión de futuro: cada año, a pesar de que se den las tres señales favorables, no todas las semillas germinan. Algunas necesitan dos años, y esas semillas "remolonas" representan para la especie un seguro a prueba de malas primaveras. De ahí que en el suelo haya muchas más semillas de las que cada año germinan, y todas juntas constituyen el llamado banco de semillas, un depósito a plazo fijo para el futuro del ecosistema.

22 marzo 2010

La planta vivípara y el sucidio evolutivo


Aquellas hierbas eran extrañas: al entrar la primavera... ¡se habían marchitado! Las identifiqué como la gramínea Poa bulbosa, una de las apenas cien especies conocidas de plantas vivíparas. Pero, ¿cómo puede una hierba ser vivípara? Sencillamente dejando que sus semillas germinen cuando aún están sujetas a la planta madre, o bien, como hace Poa, produciendo en las yemas pequeñas plantas (pseudoviviparismo). Esas plántulas recién nacidas caerán al suelo y, si todo les va bien, se pondrán a crecer allí mismo, junto a su madre.

¿Y qué motivos hay para que una hierba se vuelva vivípara? ¿Acaso el viviparismo le aportará alguna ventaja? A primera vista más bien se diría que ser vivípara puede traerle problemas. Es fácil darse cuenta del motivo: las nuevas plantas no podrán alejarse mucho de la planta madre, y para la mayoría de las plantas lo importante es justo lo contrario, alejar sus semillas lo más posible, mediante vilanos u otras estrategias. Al dispersar las semillas, hay más posibilidades de que éstas caigan en un buen lugar para crecer. Así que, ¿por qué las vivíparas han optado por no dispersarse, si la dispersión es tan ventajosa? La respuesta parece ser que la dispersión no favorecería a estas plantas. Porque las vivíparas suelen vivir en hábitats muy restringidos, ya sea muy secos, o muy fríos (montañas, polos), o en costas. Alejarse de esos lugares adecuados supondría para ellas no poder desarrollarse bien, así que, ¿de qué les iba a servir la dispersión? Mejor será lo contrario, es decir, caer muy cerca de donde la planta madre ha crecido: si fue buen terreno para ella, seguramente lo será para sus hijas.

Sin embargo, hay un peligro oculto para las plantas vivíparas. Si no se dispersan, entonces cuando desaparezcan de un lugar ya no podrán recolonizarlo, y tampoco se les da bien colonizar nuevos territorios. Así que, con el tiempo, será fácil que la especie acabe extinguiéndose. Parece una paradoja: la evolución fomenta una característica (viviparismo) que a la larga perjudica a la especie. A esto se le llama suicidio evolutivo. Y si seguimos reduciendo la naturaleza que nos queda a fragmentos cada vez más pequeños, como islas de biodiversidad rodeadas de terreno devastado por la agricultura y el pastoreo, entonces el suicidio evolutivo podría convertirse en una amenaza seria para muchos organismos. Porque no sólo hay que conservar especies y hábitats, sino también procesos evolutivos.

15 marzo 2010

Oscilaciones, caos y comadrejas

Sentado al pie de un romero, en un silencio sólo roto por el zumbido de las abejas, se me acercó este animal a pocos pasos. La comadreja saltaba, más que corría, sobre las rocas, y, tras mirarme unos instantes como con curiosidad, prosiguió su ruta y desapareció entre los tomillos. Unos días atrás había yo encontrado muy cerca de allí su rastro, aunque no pude localizar la presumible guarida, el refugio que, según la costumbre de esta especie, esperaba que fuese alguna galería de ratón de campo forrada por la comadreja con el pelo de sus antiguos inquilinos. Porque este mamífero carnívoro, el menor del planeta, caza sobre todo roedores, y lo hace casi todos los días. Los persigue incluso adentrándose en sus propias madrigueras, como un pequeño hurón, y en invierno suele matar dentro de esos pasadizos a muchos ratones uno tras otro, para así formar una despensa de la que sustentarse a lo largo de varios de esos días tan gélidos y duros. Esta clase de actos podrían haber fundamentado la fama de sanguinaria de la comadreja, el único animal, según los bestiarios medievales, capaz de dar muerte en lucha al legendario basilisco. Y aunque lo más grande que puede capturar no pasa de un gazapo, no por dedicarse a presas menudas deja de ser interesante la comadreja como ejemplo de lo complicada que puede llegar a ser la relación entre depredadores y presas, tan sencilla en apariencia.

Varios estudios apuntan a que las comadrejas se reproducen tanto más cuantos más roedores haya, así que a un año bueno para los ratones seguirá un año bueno de comadrejas. Pero con tantas comadrejas, al año siguiente seguramente habrá menos ratones, por lo cual al otro año tendremos menos comadrejas, con lo que proliferarían los ratones otra vez, y de nuevo vuelta a empezar. Este ciclo, en donde dos especies oscilan debido a la relación depredador-presa, constituye uno de los puntales de la ecología. Pero el ciclo entre mustélidos (comadrejas y similares) y roedores puede alcanzar una complejidad tal que para analizarlo se utiliza la famosa teoría del caos. Da qué pensar: si con sólo comadrejas y ratones ya hay que emplear las matemáticas del caos, ¿cómo haremos para entender el funcionamiento de cientos de especies en un ecosistema? Quizá sea imposible, o quizá, en el fondo, mucho más sencillo.

08 marzo 2010

Almendro en flor

Aquel mes de marzo bullían las abejas al sol sobre las flores del almendro. A pocos pasos, una gran abeja pelirroja, con las patas cargadas de polen, se posó en una vieja viga de madera y entró por un agujero, para salir al rato sin carga y regresar zumbando a las flores rosadas. Un viaje tras otro, esa abeja solitaria iba haciendo en su túnel una despensa de polen para sus futuras larvas. En una de sus incursiones a la oscuridad de ese nido, coloqué un pequeño frasco en la entrada del agujero y así logré atraparla y verla de cerca: era una Osmia, y su color y dos pequeños "cuernos" sobre la cabeza la delataron como Osmia cornuta. Más tarde aprendí que pocos insectos como esta abeja polinizan las flores del almendro y otros frutales: su espeso pelaje retiene el polen mucho mejor que el de otras abejas, y su afición a esas flores de olor dulzón hace el resto.

¿Qué sería de los almendros sin su Osmia? Producirían menos almendras y a la larga, en la naturaleza, la especie se volvería más escasa, lo cual significaría menos flores de almendro para estas abejas carpinteras. Así, la Osmia del almendro, de un modo completamente inconsciente, favorece que en el futuro su flor favorita se abra en cantidad y, de este modo, su propia supervivencia. En un entorno tan cambiante, tan inestable como la región mediterránea, muchas veces la selección natural no favorece simplemente al organismo que en solitario resulta más apto, sino al que encuentra un buen aliado. Así que, si queremos muchas almendras, dejemos en el campo la madera muerta...

Arriba: Almendro en flor, de Vincent Van Gogh.

05 marzo 2010

El eterno retorno

Por fin se han abierto. Son diminutas, blancas, sus pétalos se vuelan con una simple brisa, y sus hojas apenas abarcan la yema de un dedo. La planta con flores más minúscula de nuestros campos significa uno de sus mayores acontecimientos: la primavera biológica ya está aquí, ya no hay vuelta atrás. Las demás plantas pueden adelantarse o atrasarse en su floración, el tiempo puede venir seco o lluvioso, soleado o nublado, pero, a partir de ahora, una especie tras otra florecerá, insectos distintos resurgirán cada pocos días, y las aves africanas regresarán. Otro año más, la vida ha triunfado silenciosamente sobre todas las adversidades, ha superado los días abrasadores del verano, las noches de hielo del invierno, el vendaval y la lluvia. Estas pequeñas rosetas de hojas han sobrevivido al embate de todos esos elementos infinitamente más fuertes que ellas mismas, y ahora se preparan para reproducirse, hoy como hace millones de años, como en un eterno retorno que da sentido al tiempo. Empieza la primavera: Erophila verna ha florecido.