26 febrero 2010

Pequeña flor mortal

Bajo el embate de una lluvia que no cesa, entre las ramas fragantes de un romero, han brotado algunas flores parecidas a azafranes pero peligrosamente distintas. Son los cólquicos, pero no se trata de la especie usual, de otoño, sino una exclusiva de la primavera ibérica, Colchicum triphyllum. Estos cólquicos de tres hojas no son raros en las montañas, donde crecen incluso abriéndose paso a través de la nieve, pero parece ser que la especie era desconocida en mi zona, el Campo de Montiel, lo cual revela nuestro gran desconocimiento sobre la biodiversidad que nos rodea. Al margen de esto, ¿qué tiene de interesante un cólquico? Puede enseñarnos que las plantas, a veces, se defienden de los herbívoros con más violencia de la que podamos suponerles.

Los cólquicos fabrican por todo su organismo un veneno mortal llamado colchicina. La toxicidad de esta sustancia es difícil de superar, ya que directamente impide que las células de un organismo se reproduzcan y por tanto bloquea cualquier tipo de renovación celular en el cuerpo. Sin embargo, aunque comer hojas de cólquico puede traer una muerte muy desagradable, en este caso se cumple la máxima de Paracelso - "el veneno es la dosis" -, ya que preparados diluidos de esta planta se han utilizado desde la antigüedad como medicina contra los ataques de gota. La colchicina incluso podría tener su utilidad contra ciertos tipos de cáncer.

Los cólquicos, con su doble vertiente mortal-medicinal, nos enfrentan como pocas especies con nuestros propios prejuicios a la hora de entender la naturaleza. Podemos caer en el error de encasillar a esta especie como "buena" o "mala", pero esto supone caricaturizar la situación hasta perder de vista su complejidad. Esta perspectiva maniquea sobre la biodiversidad está en la raíz de muchísimos daños causados a la naturaleza y por tanto a nosotros mismos. De este peligroso estilo de pensamiento sólo puede apartarnos un conocimiento objetivo, ajeno a todo juicio previo, acerca de las especies y de los ecosistemas.

Especie inconfundible por sus tres hojas, sus tépalos soldados por la base, su época de floración y por las dos crestas que flanquean a cada estambre en el tépalo.

20 febrero 2010

Consciente de sí misma

A menudo se dice que los humanos somos radicalmente distintos de los demás animales porque, a diferencia de ellos, somos conscientes de nuestra propia existencia como individuos. Sin embargo, algunos animales también lo son, y la prueba clásica para averiguarlo es la del espejo. Cientos de especies reaccionan ante su imagen reflejada como ante otro animal distinto de ellos; jamás comprenderán que se trata de su propio reflejo. Para 2008 se había comprobado que los chimpancés, bonobos, orangutanes, delfines y elefantes dan el gran paso del reconocimiento de sí mismos frente al espejo. Esto llevó a pensar que la autoconsciencia era exclusiva de los mamíferos digamos más cerebrales, pero en ese año se descubrió que las urracas (Pica pica) pasan la prueba del espejo, en lo que constituye el primer caso confirmado en animales no mamíferos. Se sabía de antemano que este córvido estaba muy avanzado mentalmente respecto a la mayoría de los vertebrados, ya que, entre otras cosas, su conducta social resulta asombrosamente compleja.

Un ser humano recién nacido tardará unos 18 meses en pasar la prueba del espejo. Por tanto, las urracas tienen al menos la consciencia de un niño como de año y medio. Muchos cazadores se divierten matándolas a tiros.

... Y algunas definiciones de "persona" se basan en
el hecho de ser consciente de uno mismo...

17 febrero 2010

Muñecas rusas

A la umbría de una encina, sobre la alfombra verde de musgo, hay una roca que abre la ventana hacia un pequeño universo aparte, un extraño laberinto subterráneo habitado por seres que son la amalgama de distintas especies viviendo unas dentro de otras, como muñecas rusas. Este termitero lo ha construido Reticulitermes lucifugus, una de las dos especies de termitas propias de la región mediterránea. Se han escrito libros enteros acerca de la sociedad de estos insectos evolucionados a partir de cucarachas comedoras de madera. A lo largo de decenas de millones de años, las termitas han desarrollado un particular "mundo feliz" cuyos engranajes, a semejanza del que imaginó Aldous Huxley, son movidos por el instinto ciego de diferentes castas: obreros y soldados, reina y rey.

Toda su ciudad en miniatura se sostiene gracias a las termitas obreras, que mascan la madera muerta de las raíces de encina, la digieren y pasan los nutrientes boca a boca a las demás castas, cuyas mandíbulas son demasiado débiles para raer el leño. Pero, como todos los animales, las obreras no pueden digerir la celulosa, principal componente de la madera. Tal labor corre a cargo de los microorganismos que llenan el tubo digestivo de estas "hormigas blancas", y el más importante de estos microbios parece ser el del dibujo: una gran célula que nada batiendo cientos de flagelos, que no puede respirar oxígeno (carece de mitocondrias) y que engulle sin cesar trocitos de madera. Este monstruo diminuto, Trichonympha, convierte la celulosa en nutrientes más simples que la termita ya puede asimilar. A su vez, Trichonympha no podría hacer esto sin la ayuda de un tipo especial de bacterias que viven dentro de él fermentando celulosa. En su exterior hay otras bacterias con forma de sacacorchos que se agitan sin cesar; son las espiroquetas, y quizás algunas sean responsables de que las termitas puedan fijar nitrógeno del aire, una habilidad tan crucial como rara en la naturaleza. Además, las termitas producen gas natural (metano) porque albergan a microorganismos metanógenos, al igual que hacen las ovejas y demás rumiantes. Realmente, las termitas no serían nada sin sus socios microbianos: sin ellos, mueren.

Asumimos normalmente que un individuo es fácil de distinguir, pero, ¿qué hay de una termita obrera? ¿Es un solo individuo? Más bien una multitud de individuos de distintas especies, que dependen entre sí de maneras tan complejas que da qué pensar... Porque el cuerpo de un animal sobrevive a base de coordinar las relaciones mutuas entre células hermanas, de la misma especie, pero las termitas han avanzado por un camino más difícil aún: sobrevivir concertando la actividad de células de distintas especies. ¿A dónde las conducirá este sendero evolutivo?

08 febrero 2010

Canción que cristaliza


El rocío aún brillaba sobre el musgo de las rocas, y algunas avutardas se recortaban, inmensas, en el azul. Bajo ellas, desde lo alto de una encina, una vocecilla mitad áspera y mitad musical se esparcía por el aire en una especie de chisporroteo incesante.


En el paraje, el verdecillo (Serinus serinus) siempre es, junto con el triguero y la cogujada, el primer pájaro del año en animarse a cantar. ¿Qué le impulsa a hacerlo siempre en torno a la misma fecha? ¿Y cómo aprende a cantar? Sobre este tema se sabe mucho en un pariente muy próximo del verdecillo, el canario (Serinus canaria), que nos proporciona un ejemplo quizás válido para el menor fringílido de nuestra fauna.

Cuando el periodo de luz del día supera determinada duración, se desencadena un cambio fantástico en el cerebro de los canarios macho. Comienzan a crecerles nuevas neuronas, que se entretejen formando agrupaciones (núcleos) que permitirán al pájaro desarrollar su canción. Al principio, experimentará con su siringe un poco al azar, pero poco a poco irá seleccionando frases, articulándolas, puliéndolas, hasta que eventualmente el canto cristaliza en una forma que ya no cambiará este año. Luego, después de la estación de cría, las neuronas del canto degenerarán, desaparecerán... Cada año, nuevas neuronas, nuevo aprendizaje de la canción. ¿Quién dijo que las neuronas no pueden reproducirse?

Exhibiéndose con su flamante canto, que alguien comparó con el sonido de huevos friéndose o de cristales quebrándose, nuestro verdecillo, con suerte, atraerá a su buena verdecilla, y juntos, en la espesura de una carrasca o un almendro, intentarán sacar adelante a sus pollos.

No todos los pájaros que cantan pueden aprender su canción cada año, como explica este artículo.

01 febrero 2010

Cambios entre la escarcha

Después de los temporales llegaron las noches heladas de la escarcha, pero las suceden los luminosos días de un Sol que logra, a ratos, alejar el frío. Bajo esta luz limpia, si observamos atentamente, encontraremos que hay algunos cambios muy significativos entre los habitantes de nuestro ecosistema. Por ejemplo, tras algunas semanas apenas sin aves, de nuevo cruzan estorninos, pinzones y pardillos, revoloteando de mata en mata en su viaje de regreso hacia el Norte, seguramente hacia Francia, o Alemania, desde donde bajaron hace unos meses. Algunos verdecillos y cogujadas cantan a ratos desde las encinas lavadas por la lluvia. En las ramas de encina, pequeñas orugas engordan día tras día protegidas por la cutícula translúcida de una hoja. Y a ras de suelo, los asfódelos, o gamones (Asphodelus ramosus, ver imagen), brotan con sus hojas carnosas levantando la tierra a su alrededor. Bajo las rocas, las crías de las tijeretas han crecido, protegidas por su madre, y diminutos colémbolos han nacido a centenares, saltando ahora como minúsculas motas blanquecinas sobre el barro. El año pasado todo esto sucedió unas semanas más tarde, quizá a causa de un invierno durísimo en el que prácticamente heló cada noche de noviembre a febrero. Con estos indicios, el ecosistema nos dice que, aunque todo parezca seguir más o menos igual, algo ha cambiado, y la vida se prepara a ojos vista para brindarnos el efímero esplendor de la primavera mediterránea.