Una avispa solitaria captura a un saltamontes mayor que ella, lo aguijonea, lo paraliza con su veneno y lo arrastra hacia su nido, una galería excavada en la tierra; dentro, le pone un huevo sobre el pecho. La avispa introducirá de la misma manera otro saltamontes, para luego tapar cuidadosamente la entrada del agujero. En la oscura cámara subterránea, del huevo emerge una diminuta larva que devora vivo al saltamontes inmóvil pero aún sensible; la larva le horada primero el tórax y en apenas dos jornadas deja sólo una carcasa vacía, y pasa a comerse también vivo al segundo saltamontes. Ya crecida, ya saciada, se transforma en una crisálida de la que surgirá en junio una nueva avispa dispuesta a repetir la misma historia...
La cazadora es Tachytes europaea; su víctima, Dociostaurus jagoi occidentalis. El saltamontes más común del ecosistema en verano, y su captor especialista, cuyo ciclo vital es el de un parasitoide, ese espantoso modo de vida intermedio entre parásito y depredador: consumir a un animal vivo hasta matarlo. Por suerte, no existen parasitoides de vertebrados - la película Alien (cuyo extraterrestre está inspirado en esta familia de avispas, los Esfécidos) muestra la pesadilla que eso podría ser. Pero entre los insectos abundan los parasitoides, casi no hay especie que no pueda ser víctima de uno o de varios. ¿Diremos que eso es horrible, que no es justo que existan? Podemos, como Darwin, plantearnos por qué un creador benévolo habría de diseñar unos seres cuyo modo de vida es la crueldad más innecesaria. Pero quizá lo mejor sea simplemente aprender algo de los parasitoides: que la naturaleza funciona al margen de nuestras ideas del bien y del mal.
“No puedo persuadirme de que un Dios benévolo y omnipotente haya creado a los icneumónidos con la intención expresa de que se alimenten dentro de los cuerpos vivos de orugas” Charles Darwin (1860), carta a Asha Gray
6 comentarios:
Muy instructivo e interesante. Presiento que me voy a divertir muchísimo con tu blog al que que le auguro un excelente futuro.
Saludos.
¡Ojalá y lleves razón, Anzaga!
Me había hablado Jesús (Dorda) de tu blog, lo que para mí es una gran garantía. Y, la verdad, me gusta. Así que me vas a tener deambulando por este monte, siguiéndote para no perderme lo que cuentes sobre su interesante ecología.
Saludos y gracias.
No, Francisco Javier, ¡gracias a vosotros, por tan buena acogida! Si es que, entre naturalistas, da gusto...
Pues otra entrada de lo más interesante. No he tenido suerte con la observación de las parasitoides trabajando, pero procuraré tener mejores ojos para ello.
Su biología es fascinante, quizás también por parecernos un poco cruel. El bien y el mal depende desde que punto de vista lo miremos. Y si no que se lo pregunten a las vacas colgadas en el matadero.
Como carnívoro convencido me resultaría dificil criticar a estas avispas... Además, son tan bonitas.
Con las avispas excavadoras en acción, yo creo que es simplemente cuestión de suerte, aunque en mi caso influye que, por ejemplo, esta Tachytes abunda mucho en la zona.
Su biología, para mi, es como la naturaleza misma: simplemente está ahí, no veo por qué juzgarla buena o mala. Y como bien dices, desde luego se trata de unos insectos extraordinarios por su aspecto, sobre todo el de las más grandes, que ya pondré algún día...
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