24 junio 2010

La verdadera historia de la cigarra y la hormiga

El canto de las cigarras es una señal infalible de que llegó el verano a los campos mediterráneos. Estos insectos, parientes cercanos de los pulgones, son mayoritariamente tropicales, pero algunas especies viven en el Sur de Europa, quizá como reliquias del pasado subtropical de este continente. Las cigarras cantan haciendo vibrar unas membranas (timbales) que tienen bajo el abdomen, y hay tantos cantos como especies, desde el chirrido desquiciante y sostenido de Tibicina tomentosa, pasando por el familiar chicharreo de la abundantísima Cicada orni (imagen), tan común en los olivares, hasta el canto estilo saltamontes de la pequeña Cicadetta tibialis - las tres especies principales de nuestro ecosistema.

Como es natural, unos insectos tan sonoros y tan robustos no pasan inadvertidos, aunque se camuflen muy bien, y hay numerosas referencias a las cigarras en muchas culturas - en algunas incluso se consideran... ¡un manjar! Por ejemplo, la cigarra es un símbolo de la parte mediterránea de Francia (la Provenza), y en un mito de la antigua Grecia se dice que el troyano Titono fue transformado por los dioses en cigarra. Pero si preguntamos a los niños por estos insectos seguramente nos contarán alguna versión de la fábula de Esopo: después de pasarse la cigarra todo el verano cantando despreocupada y disfrutando de la vida, mientras la hormiga trabajaba incansable almacenando provisiones para el invierno, llegó el frío y entonces la cigarra se acercó al hormiguero a mendigar algo para mantenerse viva, pero solamente recibió la regañina de la hormiga y una moraleja en pro de la previsión y el trabajo duro. En este caso, ¡qué lejos está la fábula de la realidad!

En la naturaleza, las cigarras pasan sus días plácidamente al Sol, cantando mientras succionan savia de las ramas leñosas de los árboles, a menudo de las encinas o de los olivos. Tienen un impresionante "pico" con el que pueden taladrar literalmente la madera hasta llegar a los vasos conductores de savia elaborada, de la cual se alimentan como gigantescos pulgones. Pero a menudo la savia rezuma por los bordes del agujero en el que la cigarra ha hundido su "pico", y eso no pasa desapercibido a las hormigas que recorren las ramas siempre atentas a cualquier cosa comestible o bebible. Las hormigas comienzan a reunirse en torno a la cigarra, deseosas por sorber si quiera una gota del azucarado líquido que hace surtir lo que para ellas es un insecto colosal y virtualmente inatacable. Se arremolinan, trepan sobre la cigarra, le intentan mover las patas para acceder a la savia, y la molestan tanto que al final seguramente acabará marchándose de un vuelo y buscando otra rama en donde practicar otro sondeo. De manera que toda la fábula está al revés: las hormigas en realidad hacen de mendigos aprovechados, y el trabajador duro y legítimo es la cigarra.

Todo esto nos lo cuenta Jean Henri Fabre en el capítulo que dedicó a la cigarra, dentro de su serie Souvenirs Entomologiques. En él nos narra cómo este insecto es en su juventud una larva de patas excavadoras que horada la tierra en busca de raíces de las que succionar savia. Después de largos años, un buen verano esa larva decide por fin emerger al mundo exterior, donde se transformará en una cigarra adulta cuya vida apenas durará un mes. La "piel" de la larva, vacía tras salir de ella la cigarra, a veces se encuentra en los troncos de los olivos, con el aspecto que muestra la figura de abajo en la imagen. Como concluye Fabre (traduzco), "Durante cuatro años ha excavado la tierra con sus patas, ¡y luego de repente está arreglada con una librea exquisita, provista de alas que rivalizan con las de los pájaros, y bañada en calor y luz! ¿Qué timbales pueden sonar lo bastante alto para celebrar su felicidad, tan duramente ganada, y tan, tan corta?".

Ilustración de Detmold para Fabre's Book of Insects, en la edición de 1921 de Hodder and Stoughton (Londres). Podéis descargar el libro en pdf gratis desde el enlace que proporciono a la derecha para la librería virtual.

15 junio 2010

El turno de noche del chotacabras

Hubo un tiempo remoto en que Europa era un continente cálido, subtropical, con junglas de árboles semejantes a laureles y, en los terrenos más secos y hostiles, arbustos de hojas duras. Este mundo desapareció hace pocos millones de años, al enfriarse el clima, pero en el Sur de Europa todavía dominan el paisaje los descendientes de aquella vegetación de hojas coriáceas: encinas, coscojas, olivos, lentiscos... Y junto a ellos quedaron algunas reliquias de la fauna subtropical, como presumiblemente es el caso del ave que encabeza esta entrada, el ahora famoso chotacabras pardo (Caprimulgus ruficollis), alias engañapastor o zumaya - "chotacabras" porque se creía que mamaba de las cabras (???), y "engañapastor"... suponemos que aludiendo al pastor sintiéndose burlado por este imaginario ladrón nocturno de leche.

La vida de este pariente de búhos y lechuzas, que cruza el Sáhara en primavera para pasar el verano en nuestra región, no desmerece a sus extraños nombres: se dedica a la difícil labor de cazar insectos al vuelo en plena noche, ayudado, se dice, de los "bigotes" que rodean su boca, cada uno consistente en una pluma tan modificada que parece un pelo. Al capturar insectos en el aire, curiosamente el chotacabras desempeña el mismo papel que el vencejo (Apus apus), pero vencejos y chotacabras están separados totalmente por sus horarios. En nuestro ecosistema, la pareja de chotacabras pasa el día echada sobre el suelo, adormilada entre unos romeros e invisible con su plumaje abigarrado, y alza el vuelo ya con las primeras estrellas, cuando hace ya tiempo que los vencejos terminaron su jornada. Nuestro par de engañapastores, durante el turno de noche, seguramente da cuenta de especies de insectos muy distintas de las que comen los vencejos durante el día. Así que, a efectos prácticos, aunque zumayas y vencejos coexistan en el mismo lugar y se alimenten en el aire y del mismo tipo de presas, en realidad viven separados casi por completo. Este tipo de separaciones entre especies que explotan un mismo recurso constituye una de las maneras en que están organizadas las especies de una comunidad.

¿Qué sucedería si vencejos y chotacabras tuvieran el mismo horario? Entonces seguramente cazarían las mismas especies de insectos, y entrarían en competencia. Eso perjudicaría a las dos especies, e incluso podría ser que la especie más eficaz y frugal dejara casi sin comida a la otra, llevándola hacia la extinción. En fin, problemas, a fin de cuentas, que ambas especies evitan repartiéndose el día y la noche en sus cazaderos. Porque en la naturaleza tan importante como la lucha por la existencia resulta precisamente el evitarla... cuando es posible.

08 junio 2010

La estación seca y la planta nocturna

Coincidiendo con los primeros grandes calores, llega a la Región Mediterránea la estación seca, la sequía estival que distingue a nuestro clima del de las regiones boreales. No tendría por qué coincidir el verano con la sequía - en las sabanas del Serengeti, por ejemplo, la estación seca se da en invierno -, pero así ocurre por aquí, gracias al anticiclón de las Azores, desde hace ya unos 4 millones de años, desde que el Sur de Europa dejó de ser una tierra de clima subtropical. ¿Sucedería este cambio climático a causa de la unión entre América del Norte y del Sur? Parece ser que, al formarse el istmo de Panamá por erupciones volcánicas, las corrientes marinas se reorganizaron y pasaron a transportar agua cálida hacia el hemisferio Norte, un agua que alteró las temperaturas. ¿Nació así el clima mediterráneo? Quién sabe...

Volviendo al día de hoy, la estación seca supone para los seres vivos dos hostilidades combinadas: un sol abrasador y una sequía casi total, y ambas hacen del verano mediterráneo una amenaza de primer orden para la supervivencia de las especies de nuestro ecosistema - basta con ver cómo en la última semana el pasto se ha secado casi por completo. A lo largo de este verano iremos explorando en este cuaderno de campo algunas de las muchas estrategias que utilizan los seres vivos para sobrevivir a esta prueba, quizá la más dura de todas las que han de afrontar durante el año, junto con las heladas y carestías del invierno.

Para ir estrenando la temporada de verano, tenemos en esta imagen a una de las poquísimas flores que osan abrirse con la que está cayendo: la punterilla, Pistorinia hispanica, un endemismo de la Península Ibérica y el Norte de África. Se trata de una planta crasa (Crasulácea), ya que almacena agua en sus hojas, que se vuelven gruesas como gruesos son los tallos de los cactus. Mediante esta estrategia para sobrevivir a la sequía, las Pistorinia le dan ahora un aire desértico a lo que fue el pasto, pero esta planta minúscula emplea además otro truco, más hábil aún, para resistir los calores. Durante el día cierra todos los poros de sus hojas (estomas), y de este modo evita transpirar la valiosa agua que almacena. Pero, como planta que es, tiene que tomar dióxido de carbono del aire, así que debe abrir alguna vez los estomas, y lo hace por la noche, cuando refresca y por tanto perderá poca agua. Se pasa la noche fijando dióxido de carbono, almacenándolo en forma de un ácido orgánico que le da sabor agrio a sus hojas. Al llegar el día, cierra los estomas y utiliza la energía solar para fabricar alimento a partir del ácido almacenado por la noche. Esta clase de fotosíntesis, llamada CAM, es típica de las plantas crasas, y hace de Pistorinia hispanica una de las especies mejor adaptadas para sobrellevar el durísimo verano de los campos mediterráneos.

Más sobre el origen del clima mediterráneo en Blondel & Aronson (1999) Ecology and wildlife of the Mediterranean Region, Oxford University Press.

01 junio 2010

El valor de ser único

He aquí a una de las especies más raras y desconocidas de Europa. Esta pequeña mantis sin alas, llamada Apteromantis aptera, con sus ojos puntiagudos y su librea verde hierba, solamente se ha encontrado en la mitad Sur de la Península Ibérica. Se descubrió en la provincia de Ciudad Real hacia finales del Siglo XIX, y desde entonces sólo ha sido citada trece veces. La población que hay en nuestro ecosistema hace la número catorce en todo el mundo, y la única conocida en el Campo de Montiel.

Nuestra Aperomantis es un ejemplo de endemismo, esto es, de especie que está distribuida ocupando en total un área bastante pequeña, en este caso menor que un país. Gran parte de la altísima biodiversidad de la Región Mediterránea se debe a que contiene muchos endemismos, no sólo esta mantis, sino también muchos otros insectos (mariposas, grillos, escarabajos...), muchas plantas (sobre todo hierbas) y hasta vertebrados (sin ir más lejos, la liebre ibérica es un endemismo).

Podríamos pensar: pues vale, y ¿qué valor real tienen estas especies? ¿Acaso son fundamentales para que funcionen los ecosistemas? No creo que esa sea la norma. Por ejemplo, el papel que desempeña Apteromantis en su comunidad lo podría representar prácticamente del mismo modo cualquier otra mantis pequeña de las que coexisten con ella en los tomillares, quizás alguna especie de Ameles. ¿Cuál es, entonces, el valor de los endemismos? Suelo explicarlo mediante un ejemplo: la gente paga millones por cuadros, esto es, por obras hechas por el hombre. ¿Cuánto habría que pagar por cada especie en la naturaleza, cada una de las cuales es fruto de millones de siglos de evolución, una obra que el hombre no puede realizar? Al igual que el valor de un cuadro no está en la cantidad de pared que tapa, el valor de cada especie en un ecosistema no sólo se mide por su función. Las especies únicas hacen de nuestros campos lugares irrepetibles a escala mundial. Aprendamos a conocer nuestros endemismos para poder valorar lo que tenemos.

Más información sobre Apteromantis en este artículo que conozco muy bien
(seleccionad
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