
Este año el verano fue prematuro. Ya a mediados de mayo el pasto comenzó a secarse, lo que significa casi un mes más de sequía. Por eso ahora nuestro monte está más desierto que nunca: apenas hay saltamontes, apenas se oye nada, salvo, de vez en cuando, un débil carraspeo procedente de las marañas de encina. Un poco de paciencia y unos prismáticos nos revelarán que son currucas, pájaros de apenas 10 gramos de peso, ágiles y veloces desplazándose dentro de las encinas de rama en rama. Esta acuarela muestra un macho de curruca rabilarga (Sylvia undata), una de las más comunes del ecosistema, si bien su población cambia mucho de un año a otro. Con el fresco del atardecer, las currucas revisan las ramas en busca de los insectos que en verano se refugian a centenares bajo la sombra de cada encina, huyendo del calor del Sol bajo el que sólo los saltamontes y algunos otros no sucumben. Así que no es extraño que estos pájaros aguanten aquí incluso en lo peor del verano: viven en oasis de sombra repletos de presas.