21 enero 2011

Memorias de Australia

Las palomas torcaces (Columba palumbus) son las mayores palomas de la región mediterránea y una de las aves inviernantes más comunes de nuestros montes. Su despegue ruidoso desde encinas y olivos puede oirse todo el año, pero al llegar el frío miles de palomas bajan desde el norte de Europa para pasar esos meses hostiles en los paisajes mediterráneos, donde el invierno se hace más llevadero. Otros grupos de aves no realizan esta migración, por ejemplo, las aves de la tundra ártica: el halcón gerifalte, el búho nival, la perdiz nival... Especies que se han adaptado a las condiciones extremas del invierno boreal, a diferencia de las palomas y otras muchas aves. ¿A qué puede deberse esta diferencia? ¿Acaso las palomas, por algún motivo, encuentran difícil adaptarse al frío? Es difícil contestar a esta pregunta, pero puede que la respuesta sea más sencilla de lo que parece. La clave podría estar en algo que últimamente suena mucho en ecología: el conservadurismo de nicho (niche conservatism).

Las palomas (orden Columbiformes) parece que se originaron en Australia, junto con muchos otros linajes de aves, como los córvidos o lo que llamamos "pájaros" (paseriformes). En Australia, las primeras palomas debieron de ocupar las antiguas selvas tropicales, donde aún hoy se da la máxima diversidad mundial de palomas. En las junglas, las palomas originariamente se alimentarían, como hoy, de frutos, como tantos otros organismos tropicales. Así que, desde el principio, las palomas comenzaron como aves frugívoras tropicales. Esta manera de vivir, este nicho ecológico ancestral, supone una herencia difícil de perder. Cuando, a lo largo de millones de años, las palomas se extendieron de Australia a Eurasia, originando nuevas especies por el camino, y cuando finalmente colonizaron Europa, cambiaron adaptándose al clima más fresco de estas regiones templadas, pero las nuevas especies retuvieron ese "aire de familia", heredado de sus antepasados de Oceanía. Quizás por eso aún hoy parece que les cuesta adaptarse a los climas muy fríos, ya sean de montaña o boreales, ya que ese clima es muy lejano del clima tropical en que vivían sus ancestros. Y quizás esa herencia explica que su dieta se base principalmente en los frutos. Como nos muestran nuestras torcaces, que incluso en la región mediterránea se alimentan todavía en abundancia de los frutos de un linaje tropical de árboles: las encinas. En efecto, las torcaces son consumadas comedoras de bellotas, que tragan enteras. Su historia evolutiva, en la que se unen la biogeografía y el conservadurismo de nicho ecológico (de papel ecológico, si se quiere), constituye un ejemplo curioso de cómo la ecología y la evolución nos pueden ayudar a entender los rasgos de los seres vivos a nuestro alrededor.

Sobre el origen de las palomas en Australia: Briggs (1987) Biogeography and plate tectonics. Elsevier. Sobre conservadurismo de nicho: Wiens (2005) Niche conservatism as an emerging principle in ecology and conservation biology. Ecology Letters 13: 1310-1324.

16 comentarios:

Carlos M. Herrera dijo...

Hola,
Muchas palomas de Australia y Nueva Guinea efectivamente se alimentan de frutos, pero no "secos" como las bellotas sino carnosos, es decir, bayas, drupas y similares. Nuestras palomas torcaces también manifiestan esa inclinación por la frugivoría. En los grandes acebuchares que aún quedan en la provincia de Cádiz, los bandos invernales de torcaces llegan a alimentarse en algunos períodos casi exclusivamente de los frutos del acebuche, cuyas semillas generalmente rompen en el estomago. Fuera de la época invernal, las torcaces indígenas también comen frutos carnosos muy a menudo, como cerezas, cerecinos (Prunus mahaleb) y cosas así.
Saludos,
Carlos

El Naturalista dijo...

Muy interesante lo de su afición a los frutos carnosos. No he querido entrar demasiado en la dieta de las torcaces en este post, pero de hecho lo que más encuentro en sus posaderos rocosos son restos de aceitunas... otro linaje de raíces tropicales: las Oleáceas. Esa afición de las torcaces por los frutos carnosos, como les sucede a sus parientes de Oceanía, podría interpretarse como otro rasgo más de conservadurismo de nicho. Sin embargo, las Oleáceas y Fagáceas probablemente llevan en Europa desde hace mucho más tiempo que las palomas y demás familias de aves relativamente recientes. ¿Tal vez la dispersión por frutos carnosos evolucionó en estos arbustos en el seno de una fauna de frugívoros distinta? ¿Aves de otro tipo? Creo recordar que había loros en Europa hacia el Eoceno. ¿Quizá a los arbustos les da lo mismo loros que palomas, mirlos o zorzales?

Saludos naturalistas, Carlos.

Carlos M. Herrera dijo...

Sin duda, la gran mayoría de los frutos carnosos mediterráneos actuales evolucionaron con una fauna muy poco parecida a la actual, y no solo de aves, también de mamíferos. Los loros suelen por lo general ser destructivos, así que no creo que jugasen ningún papel importante como dispersantes, al igual que ahora tampoco no lo hacen los fringílidos, que también buscan las semillas antes que la pulpa. Pero sí que había en Europa otros pájaros frugívoros antes del Plioceno, como por ejemplo trogones, una familia que hoy en día contiene a algunos de los frugívoros más especializados (por ejemplo, los quetzales). Y también había primates, como la mona de Gibraltar, un mono bastante frugívoro.

El Naturalista dijo...

Vaya, así que la sospecha es cierta: las adaptaciones actuales no tienen por qué haberse desarrollado en respuesta a las condiciones actuales. A la lista de antiguos dispersores habría que añadir algunos ungulados; ahora recuerdo que algunos fósiles de "caballos enanos" de Messel (50 millones de años, más o menos) tenían restos de uvas en el estómago.

Ante todo esto, tal vez habría que dar la vuelta a la idea, y preguntarse si la fauna actual de dispersores de semillas especializados habrá evolucionado en respuesta a los árboles y arbustos que sobrevivieron a las vicisitudes climáticas de los últimos millones de años. Si fuese así, la relación planta-animal sería asimétrica: los animales evolucionarían ajustándose a los frutos disponibles más estrechamente que las plantas a los frugívoros disponibles. El resultado quizá sería una flora de frutos carnosos más estable en el tiempo que la fauna de frugívoros. Quizás... ¡Un saludo!

ANZAGA dijo...

... trabajadas, profundas, entretenidas e interesantes entradas paisano. Enhorabuena.

Saludos.

El Naturalista dijo...

Anzaga, igual el punto clave es darse cuenta de que en la naturaleza ninguna especie es vulgar, porque toda especie está sujeta a las mismas reglas generales, ecológicas y evolutivas, que las especies más exóticas que podamos imaginar. Un saludo, paisano.

Carlos M. Herrera dijo...

O dicho de otra manera, en la naturaleza lo raro es ser vulgar, y lo vulgar es ser raro :-)

Salud.

El Naturalista dijo...

Claro, entonces quizás debería sacar algún post sobre alguna verdadera rareza: ¡una especie vulgar! Cuando la encuentre... Saludos naturalistas.

Jesús Dorda dijo...

Curiosamente las torcaces cada vez migran menos y se nos quedan en las ciudades. Aquí en la sierra han desaparecido muchos puestos de caza, para el paso de palomas, por falta de uso y, en cambio, cada vez son más abundantes cerca de las viviendas.
Esta y otras aves en unas pocas décadas han cambiado más costumbres que en millones de años.

El Naturalista dijo...

Qué interesante, Jesús, otro indicio más del cambio climático, por un lado, y de que la evolución está impulsada, sobre todo, por cambios ambientales. Las cigüeñas y abubillas también se van quedando cada vez más en invierno, quizá porque no resultan tan duros como antes, en promedio. El acercamiento a las viviendas, al hábitat antrópico, sugiere que las torcaces han evolucionado aprovechando esos nuevos hábitats que estamos extendiendo últimamente. Así que estamos provocando no sólo una extinción masiva, sino todo un concierto de cambios evolutivos en selección de hábitat y comportamiento.

Fcº Javier Barbadillo Salgado dijo...

Todos los años las torcaces dan buena cuenta de las aceitunas de un olivo en la casa de mis padres, en pleno Madrid. En esta ciudad se han vuelto muy comunes en los últimos años. La jardinería tiene una clara incidencia sobre la avifauna urbana .

Saludos naturalistas.

El Naturalista dijo...

Por aquí también se ceban en los olivos, Fcº Javier, y luego "sueltan" los huesos en lo alto de las piedras. En lo que no me había fijado es en si la semilla está deteriorada, como dice Carlos Herrera. Ya sea en el campo o en los jardines, parece que a las torcaces les está sentando bien nuestro impacto en su entorno. Entre la biodiversidad algunos, no muchos, están teniendo suerte, que dirían también las urracas... Saludos naturalistas, por supuesto.

Carlos M. Herrera dijo...

Por lo que yo he visto, las semillas de aceitunas (es decir, frutos de olivos cultivados) muy rara vez las rompen, pero las semillas de acebuchinas (frutos de acebuches, olivos silvestres) las rompen muchas veces, lo que supongo que tendrá que ver con la diferencia entre ambas en el grosor de la cáscara. En el primer caso, lo que sucede es que cuando se llegan a concentrar muchas semillas en el suelo bajo un dormidero, los ratones se encargan de roerlas. Pero se nota muy bien la diferencia entre los huesos de aceituna rotos por paloma y los abiertos por los ratones.

Saludos.

El Naturalista dijo...

Qué buenas observaciones, y qué curioso cómo la misma especie (torcaz) actúa como depredador o como mutualista (dispersor en potencia) en función de la diferencia de grosor en la cáscara de la semilla en la misma especie de planta (olivo). Y también resulta llamativo cómo, al seleccionar artificialmente nosotros las aceitunas grandes del olivo, hemos fomentado que esa relación se incline hacia el mutualismo. No sólo estamos cambiando el entorno y extinguiendo especies, sino alterando las relaciones ecológicas entre las especies que quedan. !!!

Jesús Dorda dijo...

Yo creo que además, las palomas migadoras se han visto selecionadas negativamente por la caza, mientras que las establecidas en ciudades se han librado de las escopetas.

El Naturalista dijo...

Quizás, Jesús, aunque quién sabe si como contrapartida no habrán ganado multitud de parásitos, tumores, malestar general... A las del Campo de Montiel se les ve medio sanas, al menos.