19 marzo 2012

Lucha aérea

“Al poco las veo salir, 4 en total” – anoté en mi cuaderno de campo. Antes de salir, las abejas solitarias emergían a la luz del sol desde la oscuridad de su agujero excavado en el suelo, asomaban las antenas y, tras uno o dos minutos desperezándose, echaban a volar hacia los romeros de marzo. Permanecí sentado sobre el camino de tierra, esperando verlas volver cargadas de polen, pero pronto me distrajo un zumbido incesante. A un paso de mi, un insecto aparecía como congelado en el aire, cernido a más de un metro del suelo, tan abstraído que apenas se inmutó cuando me acerqué un poco más para observarlo. Era una mosca-abejorro, del género Bombylius; en estos días liban las flores del romero (ver imagen). Pero este Bombylius parecía absorto en alguna tarea importante, que pronto se puso de manifiesto. Porque cada vez que algún insecto cruzaba a menos de unos 3 m de su puesto, el Bombylius, como un centinela, salía tras el intruso, vertiginoso, casi imposible de seguir con la vista, lo perseguía haciendo tirabuzones y quiebros hasta echarlo de lo que él consideraba, sin duda, su territorio, la parcela en la que yo me había sentado. En un rato lo vi expulsar a varios otros Bombylius, y también a abejas solitarias e incluso a moscardones, ¡le daba igual de qué especie fuera el invasor! El mero estímulo de ver a un insecto volando cerca bastaba para disparar su belicoso comportamiento. Apenas pasaba un minuto sin que expulsase a alguien, ¡qué cantidad de energía estaba gastando! Cuando este guardián del camino regresaba de una de sus escaramuzas, se desvió un tanto en su trayecto y entonces fue él quien recibió un ataque… ¡de otro Bombylius! Entonces comprendí que, lo que para mí era tan solo un camino, para estos volátiles era un campo de batalla divisible en territorios que ellos estimaban merecedores de ser defendidos hasta la extenuación. ¿Pero qué era toda esta locura? ¿Qué les estaba pasando a los Bombylius?

Una pista es que estas moscas-abejorro se desarrollan como parásitos letales (parasitoides) de abejas solitarias. Las hembras de Bombylius lanzan huevos a los agujeros-nido de esos insectos, y lo hacen volando casi a ras de tierra, cernidas, disparando los huevos desde el ápice del abdomen con un rápido movimiento de todo el cuerpo hacia abajo en el aire. Previamente las hembras han rebozado los huevos en el polvo del suelo, quizás para lanzarlos mejor o para que rueden hacia el agujero. Varias veces he presenciado esta operación de lanzamiento, y os aseguro que la madre Bombylius tiene pésima puntería. Pero cuanto más hábil sea volando, lo normal será que acierte más y que tenga por tanto más descendencia. Así, la habilidad en vuelo cernido resulta clave para estos insectos. Por eso es lógico que las hembras se apareen preferentemente con machos que hayan demostrado ser los mejores voladores, y, ¿qué mejor prueba de ello que ser el dueño de un territorio? Para conservarlo, el macho seguramente ha debido de expulsar a innumerables intrusos, pelearse en un sinfín de combates aéreos y mantenerse cernido y vigilante hora tras hora. ¡Todo un campeón del aire! Estos ases del vuelo ofrecen para la hembra una buena garantía de futuros descendientes muy hábiles volando, y por tanto bien preparados para acertarle al agujero (si son hembras) o para ganarse un territorio con el que conquistar hembras (si son machos). Todo lo cual ayuda a entender por qué los machos son tan territoriales y pendencieros en el aire. Es curioso pensar que los propios Bombylius ni saben por qué hacen todo esto ni han elegido vivir así. Su conducta, su vida, está sujeta a la selección natural, igual que a la gravedad o a cualquier otra ley de la naturaleza que define los límites de lo que llamamos libertad.
En la fotografía, un posible Bombylius analis, el antiguo B. undatus según las claves de Séguy (1926) de Faune de France. Hay varias otras especies de Bombylius en el paraje, y cambian a lo largo del año. Más sobre estas moscas-abejorro en las numerosas entradas que les ha dedicado el blog Macroinstantes.

11 marzo 2012

Abejas turbo

Los romeros atestiguan que a la primavera le está costando entrar este año. Puestos a prueba por las recientes heladas, han abierto muchas menos flores de lo normal. Así que las abejas solitarias ahora están muy concentradas, ya que no tienen más remedio que libar en las escasas ramas donde relucen apenas unas pocas flores. Estas abejas, que no construyen colmenas, llaman la atención por sus contrastados tamaños: al lado de una diminuta Halictus, una Anthophora dispar (ver fotografía) es un coloso. A la primera le estimo un biovolumen de alrededor de 25 mm3, mientras que la segunda se acercaría a los 400. En comparación, sería como si hubiera una especie de humanos que pesasen unos… ¡1.400 kg! Tales gigantes serían sin duda torpes y lentos, pero en el mundo de las abejas nuestra intuición no vale, porque la colosal Anthophora resulta ser muchísimo más rápida que cualquier abeja más pequeña. Se nota si las observamos libando: una Anthophora llega a las flores en constante estrés y, sin dejar de zumbar, le dedica apenas 3 segundos a cada flor, mientras que una minúscula Halictus permanece como 10 segundos, se posa, camina sobre los estambres, se amodorra en un pétalo... Es como si una abeja, al encoger, experimentase una dilatación relativista del transcurso del tiempo. ¿Por qué ocurre esto, cómo es que las más apresuradas son las más voluminosas? ¿No podrían las Anthophora tomarse la vida con más calma? Creo que no pueden... si quieren reproducirse con éxito. Para entenderlo, pongámonos en el lugar del insecto.

¿Qué significa para una abeja solitaria una buena flor de romero? Una dosis de polen y néctar, sus únicas fuentes de alimento y de provisiones para abastecer el nido en que se criará su futura descendencia. Las abejas más grandes necesitarán más dosis para cumplir su ciclo vital (consumen más por ser mayores), y por tanto deberán libar más flores. Como necesitan más dosis y viven aproximadamente el mismo tiempo que las abejas pequeñas, las grandes deberán ser más rápidas libando. Por eso una Halictus puede permitirse holgazanear un poco en cada flor, pero para una Anthophora cada segundo es oro, porque no le queda más remedio que visitar muchas flores cada día, así que no puede entretenerse mucho en cada flor. Pero además las Anthophora tienen un gasto adicional de energía, porque son abejas de sangre caliente, endotérmicas mejor dicho. Esto significa que, antes de volar, “calientan motores” produciendo calor con los músculos que mueven las alas, y, cuando el tórax alcanza cierta temperatura, alzan el vuelo y entonces prácticamente ya no dejan de volar mientras liban, con lo cual se mantienen calientes durante su labor. Esto les permite mantener un ritmo velocísimo libando flores, las convierte en algo así como "abejas turbo", insectos siempre zumbantes y acelerados que van a toda máquina sin importarles mucho si el día es fresco o cálido. Pero... ¿no será en realidad un inconveniente esta capacidad de termorregularse? Por un lado, es cierto que la termorregulación puede venir muy bien para estas abejas tan apremiadas por las elevadas exigencias energéticas propias de su tamaño, pero...  ¿realmente serían menos eficaces si no termorregularan? ¿La energía que gastan termorregulando puede pasarles factura en un mal año, en el que haya muy pocas flores de romero? De cualquier modo, ese mal año están viviéndolo ahora mismo. Si las "abejas turbo" se han pasado con sus demandas energéticas, este año la reproducción se les dará peor, con lo cual el próximo debería de haber menos Anthophora dispar de lo normal. En ese caso, quizás las humildes Halictus están realmente mejor preparadas para resistir los vaivenes del clima mediterráneo. ¿Qué ocurrirá? Lo sabremos en 2013...

Gracias a Francisco Javier Ortiz-Sánchez por identificar estas abejas
. El t
iempo que dedican a cada flor lo estimé en marzo de 2009 contando cuántas flores visitan en un minuto estas especies (hice unas 10 observaciones de cada especie, en condiciones constantes de unos 25ºC, entre las 12-13 h, con sol).